THE OBJECTIVE
Manuel Arias Maldonado

No pasa nada

Recuerdo haber tenido hace años una discusión con una amiga, en un bar de madrugada, sobre un asunto que no viene al caso. En un momento dado y a fin de debilitar mi posición, ella adujo que «no pasa nada». O sea: que no pasaba nada si yo decidía una cosa o la contraria. Le di la razón sin dudarlo: pasar, casi nunca pasa nada. Fuera de Auschwitz, la Caída del Muro y los atentados terroristas, ¿qué va a pasar, sino nada? Pero añadí que si nos tomamos la vida en serio, o sea, como un juego, siempre pasa algo (la cita es de Nietzsche, su énfasis entre nosotros de José Antonio Montano). Vivir como si todo diera igual no es vivir, sino dejarse llevar. Y ahí lo dejamos.

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No pasa nada

Recuerdo haber tenido hace años una discusión con una amiga, en un bar de madrugada, sobre un asunto que no viene al caso. En un momento dado y a fin de debilitar mi posición, ella adujo que «no pasa nada». O sea: que no pasaba nada si yo decidía una cosa o la contraria. Le di la razón sin dudarlo: pasar, casi nunca pasa nada. Fuera de Auschwitz, la Caída del Muro y los atentados terroristas, ¿qué va a pasar, sino nada? Pero añadí que si nos tomamos la vida en serio, o sea, como un juego, siempre pasa algo (la cita es de Nietzsche, su énfasis entre nosotros de José Antonio Montano). Vivir como si todo diera igual no es vivir, sino dejarse llevar. Y ahí lo dejamos.

Pues bien, que resulta desaconsejable vivir conforme a la máxima de que «no pasa nada» queda claro a la vista del caso Schiffer: un anodino contencioso judicial que también puede funcionar como una fábula sobre la civilización. ¡O sobre las miserias humanas que la hacen necesaria! Aunque no es un affaire demasiado chic: la ex-modelo y su marido talaron dos árboles de su vecino, adinerado mánager de la Fórmula 1, porque afeaban las vistas al mar de su casa mallorquina. Éste se había negado a remover los pinos, tras reiteradas peticiones. Ahora los ha denunciado y tiene intención de arruinar la vista de la pareja con gozoso resentimiento. ¡Por dos insignificantes pinos!

En su literalidad, el episodio no es más que una pelea vecinal, versión 1%: los ricos también se enfadan. Pero si elevamos nuestra mirada, encontramos en esos modestos árboles un símbolo civilizatorio: la encarnación material de la idea abstracta de que no da igual. Si todos talásemos dos pinos, Mallorca quedaría deforestada en una semana; y lo mismo se aplica a cualquier otro bien imaginable. Tampoco se trata de convertir el mundo en una jaula tecnocrática: Cádiz también existe. Pero sí conviene recordar, en estos tiempos turbulentos, que sólo una delgada película institucional y jurídica nos separa de la indefensión. En otras palabras: de la generalización de las conductas que han traído a Schiffer a la crónica judicial: una agresión primero, una venganza después.

¿No pasa nada? Bueno, según se mire.

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