THE OBJECTIVE
Paco Segarra

No voy a hablar del rey

Uno es monárquico. La monarquía es esa institución que los filósofos denigraron hasta guillotinarla como paso previo para eliminar a Dios de la vida de los hombres. Esto lo hicieron los filósofos cuando se pusieron al servicio de los mercaderes y de los burgueses.

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No voy a hablar del rey

Uno es monárquico. La monarquía es esa institución que los filósofos denigraron hasta guillotinarla como paso previo para eliminar a Dios de la vida de los hombres. Esto lo hicieron los filósofos cuando se pusieron al servicio de los mercaderes y de los burgueses.

Uno es monárquico. La monarquía es esa institución que los filósofos denigraron hasta guillotinarla como paso previo para eliminar a Dios de la vida de los hombres. Esto lo hicieron los filósofos cuando se pusieron al servicio de los mercaderes y de los burgueses, y así sigue la inmensa mayoría de los filósofos, ultrajando el nombre de tan noble ciencia con la procacidad del soberbio.

Uno es monárquico, pero nunca ha sido «juancarlista». Y mi «felipismo» se reduce a la nostálgica admiración por Felipe II. Los demás «felipes» han sido idiotas, o borbones, o máscaras del socialismo. Dicho lo cual, paso a problemas de mayor calado. Temas reales -si me permiten el juego de palabras-, como los que habitualmente trata este diario que, gracias a Dios y a sus editores, no se limita al pequeño patio de vecinos de esta sufrida España. Aquí las cuestiones nacionales adquieren la importancia que merecen en el conjunto de lo que se da en llamar «actualidad mundial». Importancia muy relativa y, muchas veces, nula. Somos un país de tercera.

Estarán ustedes de acuerdo conmigo en que es injusto -es obsceno, más bien- que se dediquen portadas y tertulias y programas enteros de radio y televisión a la abdicación de un rey, y ni un párrafo a los 35 millones de refugiados que malviven en campos insalubres dispersados por todo el planeta. Sólo la guerra de Siria ha dejado a 3 millones de personas sin hogar. El 85% de los refugiados son mujeres y niños. Son datos fríos pero, si pretenden olvidarlos, les prometo que soñarán con ellos. Y espero que los poderosos del mundo padezcan tenebrosas pesadillas en esta vida o en la otra: son cómplices siempre, y responsables directos en muchas ocasiones, de esta desgracia global.

En Siria, Irak, Nigeria, Sudán o Kenya hay unas personas que no abdican. Se llaman misioneros católicos. Y cuando los muchachos de las ONG’s salen por piernas, allí se quedan ellos, amparados por un Dios que volvió del patíbulo para mirar con una sonrisa compasiva a todos aquellos -filósofos o no- que buscan Su muerte a todas horas.

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