THE OBJECTIVE
Rebeca Argudo

Nobel a la Bonhomía

«Como si no fuera ya bastante difícil dedicarse a cualquier ocupación cultural y sobrevivir dignamente, como para que encima les exijamos que sean irreprochablemente rectos en su vida personal, ejemplares en los actos íntimos»

Opinión
Comentarios
Nobel a la Bonhomía

Tolga Akmen | AFP

No he leído nada de Abdulrazak Gurnah. Tampoco pienso hacerlo. Ni siquiera sabía quién era hasta el jueves y, ni mucho menos, soy capaz de decir en voz alta su nombre o escribirlo correctamente. He tenido que buscarlo en google y copiarlo. Es más, es desde hoy mi contraseña de wifi. La he cambiado porque me parece mucho más segura que la anterior.

Sé que es negro, eso sí. Y que su galardón parece venir a apuntalar una deriva preocupante hoy en día en el mundo de la cultura, esa por la cual los premios tienen la función de certificar una intachable probidad en lo personal, la pertenencia a una minoría identitaria como mérito curricular o ambas cosas a la vez. Independientemente de la excelencia en su disciplina, que es lo que se supone que debería reconocerse y premiar. Es decir, que ser talentoso sería en realidad prescindible, casi una lacra hoy, porque el ojo escrutador de la neoinquisición exigirá para el reconocimiento público una mayor elevación moral al creador que a, es un poner, un estibador portuario o un peón de albañilería. Como si no fuera ya bastante difícil dedicarse a cualquier ocupación cultural y sobrevivir dignamente, como para que encima les exijamos que sean irreprochablemente rectos en su vida personal, ejemplares en los actos íntimos. O compasibles víctimas, al menos, de alguna opresión estructural e histórica. 

Otorgar premios a la excelencia profesional -únicamente al mérito, a la calidad de una obra- empieza a resultar casi subversivo y reaccionario. Lo hemos visto últimamente en nuestro país con demasiada y preocupante frecuencia: desde la polémica por el homenaje a Gil de Biedma a la desatada por el premio Donostia a Johnny Deep -y anteriormente a Woody Allen-, pasando por Plácido Domingo. En este duelo entre los criterios artísticos y de calidad y los sociopolíticos -cautivos estos últimos de la infatilización desilustrada de la primera partícula del vocablo y la instrumentalización interesada de la segunda- ganan por goleada, ya lo siento, los segundos.

Yo solo espero ya, a la desesperada, que el próximo premio Nobel de Literatura lo reciba una mujer lesbiana, negra, acondroplásica, abstemia y sordomuda. Y casta, muy casta, que haya autopublicado un único poemario ilustrado sobre los abusos sufridos de niña por un pariente lejano. Si puede ser insultantemente mediocre como obra, mejor. Para que podamos darle nosotros a la academia sueca el Nobel a la Bonhomía, en inusual ceremonia, y a ver si cerrando el círculo acabamos, por vía hiperbólica de urgencia, con esta deriva estulta de la sociedad de hoy en día. 

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D