THE OBJECTIVE
Xiskya Valladares

Nos delata el miedo al diferente

¿Qué sería de nosotros si viéramos el mundo monocolor? ¿Acaso no perderíamos la riqueza de los matices de tantas tonalidades? Una de las riquezas de la vida religiosa es vivir en comunidad junto a Hermanas o Hermanos de distintas culturas, países, pensamientos e ideologías.

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Nos delata el miedo al diferente

¿Qué sería de nosotros si viéramos el mundo monocolor? ¿Acaso no perderíamos la riqueza de los matices de tantas tonalidades? Una de las riquezas de la vida religiosa es vivir en comunidad junto a Hermanas o Hermanos de distintas culturas, países, pensamientos e ideologías.

Israel denuncia un aumento de los ataques antisemitas. En 2014 se produjeron 766 agresiones de este tipo en todo el mundo frente a 554 en 2013, un 38% más, según un informe de la Universidad de Tel Aviv en conmemoración al Holocausto. No son los únicos ataques que aumentan. También el de los cristianos masacrados por grupos terroristas en Oriente Medio y África. Nuestro mundo vuelve a vivir “holocaustos” silenciados.

Pero estos ataques no vienen solo por parte de grupos yihadistas. También la sociedad occidental ha olvidado el derecho que proclama el artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) que hace referencia a la igualdad y libertad de expresión en materia de religión; y el artículo 3 que se refiere al derecho a la seguridad de la persona. Después de 67 años, esa Carta Magna aún es papel mojado en muchos de sus aspectos. ¿Por qué tanto miedo al que piensa, vive y cree diferente a nosotros?

Nos delata un gran miedo al diferente. Seguimos queriendo imponer nuestras ideas y criterios. Aún no hemos comprendido que la diversidad es riqueza y que es posible vivir en paz y armonía con los que piensan distinto. Percibimos como amenaza a los que no son como nosotros y caemos en el intento de dominio, la exclusión o el ataque.

¿Qué sería de nosotros si viéramos el mundo monocolor? ¿Acaso no perderíamos la riqueza de los matices de tantas tonalidades? Una de las riquezas de la vida religiosa es vivir en comunidad junto a Hermanas o Hermanos de distintas culturas, países, pensamientos e ideologías. Disentimos muchas veces, la uniformidad no existe, pero es posible la comunión, no está exenta de dificultades. Nadie ha dicho que la armonía en lo diversidad sea fácil. Lo que decimos es que es una riqueza y una posibilidad real. Nos ayuda a cuestionarnos porque tener a alguien en contra es bueno para pensar. Nos enseña lo positivo que tiene el otro porque ninguno tenemos todo el saber ni toda la verdad. Nos empuja a impulsar nuevos proyectos con más fuerzas porque la visión de muchos nos hace caer lo que jamás veríamos solos. De hecho, es algo que vivimos en pequeña escala a diario: “No nos damos cuenta de la prodigiosa diversidad de juegos de lenguaje cotidianos porque el revestimiento exterior de nuestro lenguaje hace que parezca todo igual” (Ludwig Wittgenstein).

El problema es el respeto, aprender a no tener siempre la razón, a vivir con una mirada amplia, a pensar en sintonía con otros, a sentirnos y vivirnos como partes de un todo y nunca como el centro de nada. Creo que nos iría mejor si fomentáramos ese sentido de comunidad global en lugar de acentuar las diferencias, los localismos, los guetos.

Como decía Umberto Eco: “La belleza del universo no es sólo la unidad en la variedad, sino también la diversidad en la unidad.” Si Dios mismo no impone nada, ¿quiénes somos nosotros para imponer?

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