THE OBJECTIVE
José García Domínguez

Numerología, Cábala y euroestupidez

«Y de ahí la férrea norma del 3%, ese mandato imperativo que obliga a todos los Estados miembros, siempre bajo amenaza de severas sanciones y el oprobio público, a no superar el límite sagrado del 3% en sus cuentas nacionales de déficit público»

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Numerología, Cábala y euroestupidez

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La numerología, es sabido, remite a un saber arcano y ancestral que indaga sobre las relaciones ocultas entre las cifras y las fuerzas físicas que dan forma a la realidad palpable. Por su parte, y como también es sabido, la Cábala constituye una escuela de conocimientos esotéricos emparentada con el judaísmo jasídico que igual sostiene la existencia de una dimensión desconocida para las gentes del común en el significado, en falsa apariencia tan vulgar y prosaico, de los números. A su vez, la Comisión Europea de Bruselas encarna al órgano de gobierno de la segunda zona económica más rica del mundo, amén de la más culta, pacífica y asombrosamente crédula de ese mismo mundo. Pues acaso su rasgo más notable sea la fe compartida por todos sus muy ilustres miembros en supercherías absurdas e irracionales como las mentadas. Y de ahí la férrea norma del 3%, ese mandato imperativo que obliga a todos los Estados miembros, siempre bajo amenaza de severas sanciones y el oprobio público, a no superar el límite sagrado del 3% en sus cuentas nacionales de déficit público. Tan sacro y totémico resulta ser el dogma supremo del 3% que incluso ahora mismo, con el continente entero todavía inmerso en la quinta oleada de una pandemia bíblica que parece no tener fin, Bruselas acaba de recordar, y con tono grave, a las autoridades de todos los países miembros que tan pronto como en 2023 volverá a exigirles el sometimiento estricto y sin condiciones a esa máxima atávica.

Diríase que las siete plagas de Egipto podrían caer sobre la despilfarradora y pecaminosa Europa si dejáramos, siquiera por un instante, de cumplir con el ritual del 3%. Tan sacrosanto y canonizado es el asunto del 3% que nadie se pregunta siquiera de dónde viene y por qué resulta ser tan insoslayable. Lo que ahora sigue quiere ser una historia abreviada de esa absurda religión numérica que un día, y por puro azar, se acabó convirtiendo en el credo oficial de la Europa que se dice laica. Religión numérica, sí, pues no existe ninguna ley conocida de la Economía en cuyo enunciado se establezca que el déficit público óptimo debe tener como límite superior un porcentaje del 3%. Algo, la perfecta y absoluta arbitrariedad de ese dogma, que nos debería conducir a preguntarnos por el origen del invento. Y el invento resulta que salió de donde menos cabría esperar. Porque el padre de la norma europea del 3% resulta que fue François Mitterrand, el último socialista de la vieja escuela que lograría llegar al poder en un país europeo. Todo empezó cuando un oscuro y anónimo funcionario de segundo nivel en el Ministerio de Finanzas de Francia, cierto Guy Abeille, realizó la siguiente anotación en su diario personal: “Mitterrand quiere que le proporcionemos rápidamente una regla sencilla que suene a economista y que pueda ser utilizada contra los ministros que desfilan por su despacho para pedirle dinero”.

Así que el tal Abeille se puso a pensar en la cuestión y, al poco, se le ocurrió lo del 3%. Él mismo nos explica cómo en el diario: “El 1% era magro y, de cualquier manera, no sostenible. El 2% sería inaceptablemente restrictivo. Mientras que el 3 es una figura sólida que tiene detrás precedentes ilustres: la tres Gracias, la Trinidad, los tres días de la Resurrección, los tres órdenes de la alquimia, la tríada hegeliana, las tres edades de Augusto…”. Y así fue como todos los que eran alguien en la República Francesa empezaron de un día para el otro a referirse con tono severo a “la directriz del 3%”. La ocurrencia arbitraria del ingenioso grafómetro Abeille acababa de dar su primer paso hacia la conquista  intelectual de Europa. Porque, desde aquel instante germinal, ya solo faltaba que algún cabeza de huevo francés encargado de meter cuchara en la redacción del Tratado de Maastricht fuera de la cuerda del probo funcionario y humorista Abeille. Bien, pues resulta que había uno. Era Jean Claude Trichet, el futuro gobernador del BCE. Merced a su paisano y cómplice Jean Claude, pues, la gratuita improvisación de un oficinista parisino, ocurrencia carente de cualquier soporte científico, acabaría convirtiéndose, allá por 1997, en el supremo dogma indiscutido e indiscutible de la Unión Europea. Tal cual se lo cuento, sí.

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