THE OBJECTIVE
Eugenio Fouz

¡Oh, Hombres Lipidinosos!

No odies y no serás odiado. Eso para empezar. En el mundo hay gente buena, gente mala, gente tolerante, gente indiferente, gente apasionada, gente que odia y gente odiosa. Esta campaña clandestina de mensajeros subterráneos del OHL (Overweight Haters Ltd.) guarda una sorpresa final según leemos en el pie de foto de TheObjective (@TheObjective_en & @TheObjective_es en Twitter).

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¡Oh, Hombres Lipidinosos!

No odies y no serás odiado. Eso para empezar. En el mundo hay gente buena, gente mala, gente tolerante, gente indiferente, gente apasionada, gente que odia y gente odiosa. Esta campaña clandestina de mensajeros subterráneos del OHL (Overweight Haters Ltd.) guarda una sorpresa final según leemos en el pie de foto de TheObjective (@TheObjective_en & @TheObjective_es en Twitter).

La mayoría de nosotros confundimos tener sobrepeso con estar gordo o ser obeso hasta que nos vemos frente al espejo una tripa que antes no estaba y queremos dejar claro que lo nuestro es, en todo caso, una cuestión de sobrepeso.

Volviendo al grupo de descontentos repartidores de tarjetas, hay que decir que su revoltosa actividad en el metro londinense no resulta ni la mitad de agresiva que la de un club de fans de One Direction minutos antes de un concierto. Aparentemente la actitud de los disidentes es amigable- y ahora hablo de los odiadores de gorditos- cuando sugieren un giro hacia el flaco que todos llevamos dentro y recuerdan el jeffersoniano derecho de todo individuo a la búsqueda de la felicidad.

Y es que en el fondo los miembros de la OHL (Odiadores de Gorditos Sociedad Limitada) representan lo que queda en esta parte de Occidente de la buena conciencia colectiva. A estos les preocupa la distribución de la riqueza y no aceptan la injusticia del hambre. El usuario de la talla XXL necesita realizar una ingesta de alimentos muy superior a la media que viste la talla M, L o incluso XL. Por otro lado, hay gente en el mundo que no tiene qué comer.

No parece hostil el grupúsculo rebelde que no grita, no agrede ni pinta las paredes sino que se limita a entregar un mensaje mano a mano. Eso es elegancia.

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