THE OBJECTIVE
Fernando L. Quintela

Ojalá puedan volver

Vivía en La Habana. Cada día a las cuatro de la madrugada, diez de la mañana en España, llamaba por teléfono para planificar la jornada. No pasaba un día sin escuchar al otro lado “¡ay ladrón, qué suerte viviendo en Cuba!”.

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Ojalá puedan volver

Vivía en La Habana. Cada día a las cuatro de la madrugada, diez de la mañana en España, llamaba por teléfono para planificar la jornada. No pasaba un día sin escuchar al otro lado “¡ay ladrón, qué suerte viviendo en Cuba!”.

Vivía en La Habana. Cada día a las cuatro de la madrugada, diez de la mañana en España, llamaba por teléfono para planificar la jornada. No pasaba un día sin escuchar al otro lado “¡ay ladrón, qué suerte viviendo en Cuba!”. En la isla de las diablas hay al menos tres tipo de ciudadanos.

Uno. El ignorante. Los que me decían esto no tenían ni idea de lo que significaba vivir en La Habana. Una cosa son siete días como turista con un paquete completo y otra muy diferente vivir inmerso en el sistema. Porque quieras o no, seas blanco, negro o amarillo, de Bayamo o de La Coruña, si vas a vivir allí te lo tienes que tragar. Porque si no te lo hacen comer. Desde lejos no se ve.

Dos. El sufridor a medias. Ya que te lo comes no te tiene por qué gustar. Y ahí llega el momento en que tu, extranjero enjaulado, puedes decidir: te vas o te quedas. Aunque en ocasiones la elección te viene dada. En la isla no se andan con medias tintas, ni con el de fuera ni con el de dentro. Como aquél día de febrero de 1998 en que Fidel Castro, ante todo el país por televisión, y refiriéndose a las Misa que el Papa Juan Pablo II iba a oficiar al día siguiente en la Plaza de la Revolución, lanzó un mensaje democrático a los habaneros: “No puedo obligar a la gente a asistir mañana a la Misa del Santo Padre, pero no quiero ver a nadie que se queda en su casa. Y tampoco quiero chiflidos en la celebración”. Queda claro.

Tres. El ciudadano cubano. Ese que come aporreado de tasajo, picadillo se soya y bebe cerveza cruda caliente en conos de cartón. Lo que le da la cartilla. Éste no tiene capacidad de elección: se queda en la jaula y punto. Y cuando alguno tiene el privilegio de poder salir de la Isla porque su arte se lo permite, se le somete a un estricto control para evitar que se fuguen de su Alcatraz particular.

Pero alguno de esos pájaros tienen las alas de su libertad bien fuertes. En este caso, en Puerto Rico, han sido ocho los que han dicho “basta ya”. Ojalá puedan volver, no ya a por sus familias, sino a vivir en su país pero en otras condiciones, sin la represión y la anulación de la libertad y los derechos básicos de un ser humano. Porque por ahí se empieza. Y se acaba con la anulación de la persona.

Una vez, cenando en Paulino con los míticos de la Vieja Trova Santiaguera, iniciamos una discusión sobre la dictadura de Castro. Se me ocurrió decir que Fidel era un asesino enmascarado por la Historia como muchos tiranos. Reinaldo Hierrezuelo, Rey Carey, ya casi ciego, se abalanzó sobre mi con la intención de darme un trompazo. Lo que es la ceguera de la vida. Aún así gentilmente le devolví en mi coche a su hotel de lujo en Madrid. Pero esta es otra historia. Sería un cuarto modelo.

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