THE OBJECTIVE
Álvaro del Castaño

Libertad sin ira*

«Las necesidades reales de España se abandonan por jugar a crear un laboratorio de experimentos de reconstrucción de la sociedad»

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Libertad sin ira*

Wikimedia Commons

Me comentaba recientemente mi editora, Paula Quinteros, que para escribir sobre «actualidad» en un periódico había que escuchar las conversaciones de los demás en busca de temas relevantes, pero dejando escapar la capa superficial de las mismas, filtrando el contenido para centrar nuestra atención solamente en el corazón de las preocupaciones, aquello que solo aflora al cabo de un rato de conversación. Ese es el verdadero tema que ocupa e interesa en cada momento a la sociedad.

Como yo solo soy un usurpador de esta ilustre profesión de articulista, siempre aprendo de los que de verdad saben. Por lo tanto hoy voy a rascar la superficie de mi subconsciente para encontrar anidada por allí la fuente de la inspiración para el artículo de hoy. Este proceso me recuerda a la práctica creativa surrealista del gran Salvador Dalí. Hablamos de la famosa siesta hipnagógica vertical del genio catalán. Recuerden que el pintor de Figueras pintaba sus propios sueños al despertarse bruscamente de los mismos, cuando sentado en una silla se le caía la cuchara que agarraba entre sus manos y esta golpeaba un plato de cristal situado estratégicamente en el suelo, debajo de su silla. Así captaba su creatividad, navegando entre el sueño y la realidad.

Siguiendo el mismo proceso de investigación periodístico surrealista sobre las preocupaciones subyacentes, mi esfuerzo desemboca en reconocer una honda preocupación por la «Libertad». Decía Victor Hugo, que «la libertad es, en la filosofía, la razón; en el arte, la inspiración; en la política, el derecho». Esta cita viene a colación porque en España la lucha por las libertades, por la democracia plena, por los derechos fundamentales ha sido uno de los mayores logros pacíficos y constructivos de la sociedad española. Pasamos de un régimen totalitario a una democracia plena en un par de años, gracias al liderazgo del Rey Juan Carlos I. Ebrios de derechos, de libertad y de concordia, construimos una constitución en la que cabíamos todos. Desarrollamos con plenitud la Carta magna, experimentamos la alternancia en el poder, empezando por el centro (UCD), pasando por el socialismo (PSOE) para terminar recalando en la derecha (PP). Sana alternancia en el poder. Fuimos consolidando una sociedad plenamente democrática, con accesos de corrupción pero con unos controles que emanaban de la solidez del aparato del estado, que hizo que no descarrilásemos. El sentido de estado de la inmensa mayoría de los gobiernos de la democracia condujo a anteponer las necesidades de España por encima de las políticas partidistas. Se crearon sólidas instituciones sobre las que reposa un bien armado y totalmente necesario estado del bienestar, lo que nos distingue de otras democracias relativamente jóvenes. Se dialogó mucho con ánimo de ceder algo cada una de las partes (no como ahora que se invoca el diálogo como arma arrojadiza), se llegaron a acuerdos, y se atemperaron conductas,

Desafortunadamente, en paralelo a esa sana explosión de libertades fue creciendo a su sombra un elefantiásico aparato del estado con sus distintas administraciones, autonomías, empresas públicas, observatorios y fundaciones. Ojo, no me refiero al vital entramado del estado del bienestar, ni a la sanidad publica, educación, justicia, defensa y seguridad, sino al innecesario afán del estado de reproducirse e intervenir la sociedad invadiendo el espacio privado del individuo. Hemos creado un monstruo cuyo apetito es insaciable. Las libertades de un ciudadano en un país con un nivel de desarrollo occidental mínimo, van en sentido contrario al crecimiento del estado, las administraciones y el número de funcionarios. A mayor función pública, menores libertades. El estado, en su imparable voracidad reguladora tiene que imponer cada vez más leyes, códigos de conducta, políticas propagandísticas y prácticas cívicas, a sus ciudadanos para justificar sus crecientes funcionarios y para-funcionarios. No es de extrañar que los totalitarismos de izquierda basen su modelo de sometimiento de la población sobre la negación del sector privado, imponiendo el estado como actor único de la sociedad. A mayor estado, mayor gasto, creciente deuda pública (125% del PIB en la actualidad gracias a nuestros actuales gobernantes) y menos margen de maniobra para gobernar eficazmente, lo que equivale a menor libertad, sobre todo para las generaciones venideras a las que hemos hipotecado su futuro. Recuerden el comentario de la vicepresidenta del gobierno, Carmen Calvo: «El dinero público no es de nadie» (hasta que nuestros hijos tengan que devolverlo en el futuro).

Desgraciadamente, en paralelo al engorde de las administraciones propiciado por casi todos los gobiernos españoles, da la sensación de que en la actualidad un sector de la política nacional ha ido abandonando su sentido de estado para jugar a corto plazo, imponiendo una serie de rodillos político-socio-culturales que limitan las libertades individuales. Su estrategia parece haberse convertido en chocar contra el adversario y no en solucionar los problemas reales de la gente. Poco a poco, se van imponiendo políticas de pensamiento único, imponiendo al pueblo lo que es bueno y lo que es malo, lo que se puede pensar y lo que no, lo que se puede decir, lo que se puede comer, lo que se puede beber, los espectáculos que se pueden ver, la energía que se debe utilizar, y todo bajo pena de recibir un desproporcionado castigo. El caso es no dejar pensar distinto, no dar cancha a la polémica, no hacer ciudadanos libres. Se imponen derechos a costa de las libertades de otros, se rebajan las exigencias educativas y se fabrican ciudadanos mal educados y fácilmente manipulables, se dilapidan fortunas en temas no prioritarios. Lo importante deja de ser lo fundamental. Las necesidades reales de España se abandonan por jugar a crear un laboratorio de experimentos de reconstrucción de la sociedad, sin contar con el apoyo de las demás fuerzas políticas y sociales. En resumen, una desproporcionada administración pública va imponiendo unos rígidos códigos de conducta con el objetivo de someternos a todos al papá estado.

Cuando pienso en el término libertad en su dimensión política, siempre me viene a la cabeza Ronald Reagan (presidente de los EEUU en 1981 y antiguo actor de Hollywood en sus años mozos). En esos tiempos – al igual que ahora – daba la sensación de que la libertad estaba en claro retroceso y el buenísmo imperaba (recordemos a Jimmy Carter). Pero llegó el terremoto Reagan como un torbellino de optimismo, de convicción absoluta en la libertad individual como principio fundamental de la vida política y cívica.  Reagan fue el más temido y denostado “coco” de la izquierda mundial en su momento. Pero al final, sus políticas devolvieron el liderazgo mundial y la energía dinamizadora a unos EEUU empantanados, y ayudaron a derribar el muro de Berlín. Ahora necesitamos ese factor revigorizante que nos ayude a recuperar nuestra libertad, reduciendo el poder y el tamaño del estado y devolvérselo al individuo.

Terminaré recordando una selección abreviada de frases del célebre presidente Reagan para que nos ayuden a reflexionar sobre su enorme pelea contra el tamaño del estado, y nos inspiren a retomar esa lucha (frases editadas por mí en base a un artículo Laurence W. Reed, Panam Post, marzo 2021):

  1. «La libertad nunca está a más de una generación de su extinción. […]. La única manera de que hereden la libertad que hemos conocido, es si luchamos por ella, la protegemos, la defendemos, y luego se la entregamos con las lecciones bien dadas de que ellos en su vida deben hacer lo mismo. – 1961
  2. Lord Acton dijo que el poder corrompe. Entonces, si esto es cierto, cuánto más poder le demos al gobierno, más corrupto se volverá.
  3. Si los grandes derrochadores se salen con la suya, lo cargarán todo a su tarjeta Taxpayers Express. Y créanme, ellos nunca salen de casa sin ella. – 1984 (nota del autor: véase como ejemplo la mítica frase de la que fuera nuestra vicepresidenta del actual gobierno, Carmen Calvo: «El dinero público no es de nadie»)
  4. El primer deber del gobierno es proteger al pueblo, no dirigir su vida. -1981
  5. En esta crisis actual, el gobierno no es la solución a nuestro problema; el gobierno es el problema. -1981
  6. Somos una nación que tiene un gobierno, no al revés. […]. Es hora de frenar y revertir el crecimiento del gobierno que muestra signos de haber crecido más allá del consentimiento de los gobernados. – 1981
  7. La visión del gobierno sobre la economía podría resumirse en unas pocas frases cortas: Si se mueve, ponle impuestos. Si sigue moviéndose, regúlala. Y si deja de moverse, subvenciónala. – 1986
  8. ¿Cómo se reconoce a un comunista? Pues es alguien que lee a Marx y a Lenin. ¿Y cómo distingues a un anticomunista? Es alguien que entiende a Marx y a Lenin.- 1987
  9. Las nueve palabras más aterradoras en el idioma inglés son «Soy del gobierno y estoy aquí para ayudar». – 1986
  10. A medida que el gobierno se expande, la libertad se contrae. – 1989»

Para concluir, la libertad no es más que la facultad y derecho de la gente para seleccionar de manera responsable su propia manera de actuar dentro de una sociedad. Cuantas menos trabas, imposiciones y dirigismos, más libres seremos.

(+) Homenaje a la canción de Jarcha de 1976, mítica canción representativa de la transición de la democracia en España.

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