THE OBJECTIVE
Álvaro del Castaño

El gran salto adelante

«Desde la crisis financiera, el valor del capital se ha multiplicado por 5, mientras que los salarios solo han subido 0.5 veces durante este periodo»

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El gran salto adelante

El Palacio de la Bolsa, en Madrid. | Gustavo Valiente (Europa Press)

Entre 1958 y 1961, el gobierno comunista Chino llevó adelante un plan económico, social e industrial cuyo ambicioso y rimbombante nombre da título a este artículo. Lamentablemente, el plan resultó en un batacazo económico sin precedentes, dando paso a la llamada «Gran Hambruna».  Hoy he querido rescatar este viejo e histórico término para hablar de algo que no tiene nada que ver con la China de Mao, pero que me viene como anillo al dedo para hablar del extraordinario y reciente «gran salto adelante» que ha realizado el capital en los últimos años. 

El enriquecimiento del capital en la última década ha dejado tras de sí un diferencial de riqueza sin precedentes en la historia reciente. Para ilustrar este punto quiero comentar que, desde la gran crisis financiera del 2007-2008 el índice bursátil SP500, referencia que mide la rentabilidad de las quinientas mayores empresas norteamericanas en bolsa, ha subido casi un 500%, mientras que la revalorización de los salarios ha sido un mero 45% en EEUU, y algo similar en Europa. Con este  ejemplo simplemente quiero ilustrar que el valor del capital se ha multiplicado por 5, mientras que los salarios solo han subido 0.5 veces durante este periodo. Dicho esto, este dato aislado y mal interpretado puede dar lugar a conclusiones de corte populista francamente simplistas, por lo que es importante realizar tres importantes matices. 

El primero es que el diferencial en sí mismo no es un problema, siempre y cuando todos los partícipes mejoren sus condiciones de vida, es decir mientras todos progresen. Pero cuando las diferencias son tan pronunciadas, se puede romper el frágil equilibrio que sustenta a la sociedad. Es la naturaleza humana. Si se quiere medir la desigualdad científicamente, existe un método muy eficaz utilizando el coeficiente de Gini, que mide la desigualdad de ingresos (cuanto más bajo el número, mas igualitarios son los ingresos en ese país: por ejemplo en el 2019 en España era del 34.7 y el de Países Bajos 28.1, ambos mucho mejores que los de EEUU, con 41.4 o Mexico con 45.4). Si quieren entender en parte lo que ha ocurrido en Chile en las recientes elecciones, y las revueltas de los últimos años, quizá sea oportuno recalcar que este tiene un índice del 44.4.

El segundo es que el capital se ha enriquecido mucho más porque arriesga mucho más que el trabajo. Los empresarios, cuando vienen mal dadas, quiebran y pierden todos sus ahorros. El capital invierte, gana o pierde, mientras que el trabajo es un factor constante, conservador y, en general, menos arriesgado. 

Y el tercer matiz es que el acceso al capital no es algo exclusivo de grandes capitales, o de los empresarios, pues cualquiera puede invertir en bolsa, por ejemplo mediante sus fondos de pensiones privados (recordemos la estafa piramidal del sistema de pensiones actual, y cuánto se habrían beneficiados todos los trabajadores si el estado socialdemócrata hubiera permitido un desarrollo más amplio de estos sistemas de ahorro privados) o con sus pequeños ahorros particulares, como reflejan los millones de inversores en bolsa (o day traders en el argot financiero) que viven de esta actividad en la actualidad.

Pero nada de todo esto tan abstracto se entiende sin ir a la raíz del origen del capital. El capital surge del pueblo y del trabajo en sí mismo. Emana de la creatividad de un individuo rebelde, soñador e inconformista. Nace de su necesidad de ser libre. Brota de su valentía, imaginación y liderazgo. El capital nace con un individuo que decide trabajar más duro que los demás, decide ahorrar e invertir sus ahorros en contratar a otros trabajadores. Así es el empresario, alguien que muta de trabajador en emprendedor. El empresario debería ser considerado el héroe nacional, el ejemplo a seguir, porque es el gran nivelador y redistribuidor de la riqueza, pues con su actividad crea riqueza para todos. Aquí esta la clave de todo: la riqueza surgida del esfuerzo y del riesgo de un empresario tiene un enorme poder positivo multiplicador que beneficia empleados, clientes, proveedores, a la sociedad y a las arcas públicas. 

Ahora que hemos mentado a la bicha (el estado) parece obvio concluir que éste debería cuidar especialmente al empleador pues es, entre otras cosas, su principal fuente de financiación. Las arcas públicas son las mayores beneficiarias del éxito de los empresarios vía los impuestos que recauda de toda la cadena de valor creada por este. Desgraciadamente, en los países socialistas y socialdemócratas, los políticos han llegado a la conclusión de que los empresarios deben de ser extorsionados, ahogándoles a impuestos hasta dejarles exhaustos, lo cual desincentiva la actividad emprendedora, y finalmente penaliza la recaudación fiscal.

El empresario y el capital son el dínamo de la productividad, de la creatividad, de la ciencia (véanse las vacunas contra la covid, todas surgidas de la empresa privada), de la recaudación, de la cultura, del patrocinio y de la filantropía. Sin empresario no hay riqueza (véanse Cuba, Venezuela o Corea del Norte). Recordemos que una sociedad rica en emprendedores tiene mejores puestos de trabajo y mejor remunerados, mayores derechos, más cultura, mejor seguridad, más justicia, mejor educación, mejor sanidad pública. Por lo tanto – aunque este tema es para otro artículo – el estado y la sociedad deberían estar enfocados en promocionar la generación de empresarios, y en facilitar su labor, reduciendo impuestos y burocracia. Deberíamos ser una fábrica de emprendedores.

Pero volviendo al tema del gran salto adelante y del diferencial originado, es esencial aclarar que el capital no tiene ninguna culpa de este diferencial. El capital ha cumplido su función de crear, innovar y generar puestos de trabajo. El trabajo tampoco tiene culpa de este desequilibrio, sino que ha sido víctima de una ola imparable representada por el auge de las nuevas tecnologías y su impacto en términos de estancamiento de salarios tras la gran la crisis financiera del 2007.

Hemos generalizado hasta ahora hablando de capital como si representara a todos los empresarios. Pero – ojo – no todo el capital se ha beneficiado de igual manera de este éxito sin precedentes. Es sobre todo el capital ligado a empresas de fuerte crecimiento, a la innovación tecnológica y científica, el que se ha revalorizado de manera exponencial. Por otro lado, millones empresarios en todo el mundo han quebrado en esta época pandémica.

Pero lo que es realmente importante es que, de cara al futuro, el capital debe hacer un esfuerzo de reflexión para analizar cómo conseguir que el factor trabajo avance tanto o más rápido que el factor capital. En primer lugar porque es necesario que los trabajadores y la clase media cumplan sus sueños mediante el esfuerzo laboral, como lo hicieron nuestros padres. Esa es la clave de la estabilidad de una sociedad: que el éxito esté al alcance de todos y que nadie se desenganche del tren del progreso. En segundo lugar, es un hecho contrastado económicamente que la riqueza en manos de la clase media y trabajadora genera mucho más gasto y consumo, y por tanto crecimiento económico y recaudación impositiva para la nación. Generar riqueza para el trabajador vía mejores salarios redunda también en beneficio de todos. En tercer lugar, porque es necesario que este diferencial se reduzca para evitar malestar social y populismo político, ese hijo bastardo del descontento, la envidia y la manipulación. Finalmente, porque sino el populismo de izquierdas subirá los impuestos desorbitadamente con la excusa de la redistribución de la riqueza, que como todos sabemos, solo llevará a un crecimiento aún más desproporcionado del tamaño del estado, y poca redistribución real. Recordemos que la mejor política social es la creación de empleo «privado». Reconozco que desconozco la mejor fórmula de rebajar este diferencial, pero si intuyo que es mejor hacerlo de forma directa y urgente, sin intermediarios ineficaces, del capital al trabajador.

Hasta ahora esta ecuación tradicional, donde trabajo y capital iban de la mano, ha funcionado eficientemente en las economías capitalistas. Pero en este nuevo siglo surge otro elemento perturbador que puede alterarlo todo: la llegada de la inteligencia artificial y la digitalización. Anticipo que estas áreas tienen menos de trabajo intensivo y mucho de inversión (tecnología, capacidad de computación, innovación). Y por lo que podemos observar, la inversión la realiza el capital, por lo que el gran salto adelante quizá solo acabe de comenzar. Por ello es esencial utilizar los fondos europeos recientemente destinados a España en esta crisis para el upskilling (mejora de la capacidad) y reskilling (recapacitación para nuevos puestos) digital de los trabajadores, pero nunca dejándolo en manos de los sindicatos (cuyo destino final estaría más cerca de la mariscada que de la formación).

Pero nada de todo lo que acabo de comentar es nuevo, pues ya lo avisaba Plutarco en la antigua Grecia: el desequilibrio entre ricos y pobres es la dolencia más antigua y fatal de todas las repúblicas.

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