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Guadalupe Sánchez

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«Mónica Oltra está probando ahora el jarabe democrático que le administraba a Rita Barberá»

Opinión
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Mónica Oltra. | Europa Press

Rita Barberá murió culpable a pesar de que ningún juez la había condenado. Fue ajusticiada por una banda de activistas políticos y mediáticos que, en nombre de una impostada lucha contra la corrupción, no dudaron en despojarla de su humanidad y de su dignidad. La lincharon y propiciaron que otros la linchasen, arrebatándole un derecho fundamental que nos convierte en ciudadanos libres e iguales: la presunción de inocencia.

Mónica Oltra, la líder de Compromís, se erigió en la cabeza visible de una campaña cuyo objetivo no era sólo conseguir la dimisión de la que fue durante 24 años alcaldesa de Valencia, sino transformarla en una apestada. Hubo un asesor de ese partido, un fulano de apellido Grezzi, que posó orgulloso con una camiseta en la que se le podía ver a él pedaleando en una bicicleta mientras azotaba con un látigo a Rita Barberá. Ya ven, la preocupación de la izquierda feminista por la violencia de género depende de la adscripción política e ideológica de las víctimas.

En cualquier caso, su cruzada contra la alcaldesa y senadora tuvo un éxito tan notable que hasta los populares se sumaron a ella. No está de más recordar las palabras de Pablo Casado siendo portavoz del PP, allá por 2016, invitando a Barberá a reflexionar sobre lo que aportaba al partido y recordándole que había vida fuera de la política. Otra vez esa maldita inercia que aqueja al centro derecha y que le obliga a sumarse a todo aquello que la izquierda mediática disfraza de consenso. Alguien debería recordarles que millones de moscas comen mierda, pero eso no significa que no estén equivocadas.

Y en el caso de Rita, lo estaban. Los moscardones devoradores de excrementos la habían intentado vincular con numerosas tramas de corrupción, pero únicamente fue imputada por la causa del llamado «pitufeo» en el PP valenciano, asunto que finalmente fue archivado por la Audiencia Provincial de Valencia este pasado mes de diciembre al considerar que se había construido en base a meras sospechas pero sin sustento probatorio alguno.

Rita no sólo se marchó sintiéndose sola y consolada por los antidepresivos: pocos saben que antes de fallecer fue objeto de graves amenazas e incluso recibió dos sobres con balas del calibre 9 milímetros parabellum. Tantas portadas e informativos que abrió el sobre con la navaja del que fue destinataria la ministra Maroto durante la campaña madrileña y qué vacío mediático rodeó a los proyectiles remitidos a Barberá. Muchos pensarían que se los merecía porque, ya sabe, cuando el acusado es del PP se aplica la máxima jurídica del in dubio pro corrupción.

Pero el destino es tan implacable como canalla, y ha tenido a bien recordarle a Oltra ese principio ético que te anima a no hacer a los demás lo que no quieras para ti. Porque ella está ahora probando de la misma medicina que recetaba día tras día a Rita Barberá: el jarabe democrático que te reputa culpable sin juicio y sin sentencia, simplemente ante la mera acusación o imputación. Cierto es que los activistas informativos son mucho más benevolentes con ella de lo que lo fueron con la popular, aun a pesar de que el delito que la justicia le imputa es, desde un punto de vista político y moral, mucho más grave que la corrupción económica: maniobrar, en su condición de Consejera de Igualdad y políticas inclusivas, para encubrir los abusos de su exmarido a una menor de 13 años en el internado en el que él trabajaba y así desacreditar a la víctima.

Son ya trece los investigados, además de la propia Oltra, y 11 están adscritos a la Consejería de la que ella es máxima responsable. De la exposición cronológica que realiza el magistrado en el auto elevado al Tribunal Superior de Justicia Valenciano para solicitar la imputación de Oltra -por tratarse de una persona aforada- se desprende que la actuación de la susodicha pretendió restar credibilidad a la niña abusada, como si no existiese voluntad por parte de la actual vicepresidenta valenciana de esclarecer los hechos.

Los detalles del asunto provocan náuseas, tanto por la gravedad del hecho que, presuntamente, Oltra habría maniobrado para encubrir, como por la instrumentalización hipócrita del feminismo con cargo al presupuesto de una Consejería a la que se investiga por ocultar abusos a una cría. Que Oltra sea una de las protagonistas de la “plataforma de mujeres” ideada por la vicepresidenta del Gobierno Yolanda Díaz para dar cobertura a sus aspiraciones políticas en solitario es harina de otro costal: las mujeres y sus problemas no son un fin, sino el camino para llegar a él, que no es otro que el poder.

Pero denunciar la enorme impostura y escasa catadura moral de Mónica Oltra no debe llevarnos a ser partícipes del mismo pecado que ella cometió: vulnerar la presunción de inocencia. Si la de Compromís debe dimitir, no es debido a que esté en el centro de una investigación penal, sino porque ha de predicar con el ejemplo y actuar conforme a aquello que antaño demandó a los demás. Por supuesto que un magistrado no le marca su ética y su moral, señora Oltra, pero si se juzgase con honestidad a sí misma al menos actuaría con coherencia.

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