THE OBJECTIVE
Teodoro León Gross

Del CNI a la TIA (¡secretillos oficiales!)

«Sánchez y Bolaños han logrado rizar el rizo: todos los enemigos del Estado en la comisión de los secretos de Estado»

Opinión
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Del CNI a la TIA (¡secretillos oficiales!)

El ministro de la Presidencia, Félix Bolaños. | Eduardo Parra (Europa Press)

Hay una humorada habitual en las redes: «Esto ya lo previeron los Simpsons…». Siempre hay una viñeta de la serie que encaja con cualquier cosa que pueda suceder. Claro que la realidad española sin duda debe más a Ibáñez, también visionario en su Mortadelo y Filemón. ¿A quién no le viene estos días a la memoria la TIA con el Superintendente Sánchez, perdón, Ruínez? Y no por la agencia de inteligencia española, sino por los cerebros carpetovetónicos que haya detrás. Esos que han logrado que desde ahora, en la comisión de secretos oficiales, donde se trasladan los secretos de Estado al poder legislativo, vayan a estar ERC, Bildu, Junts y las CUPJAJAJA.

Ni Ibáñez. Y ya me disculparán la carcajada, pero no es fácil contener la risa ante una coña así, con todos los ingredientes clásicos de Gila:

–Hola, ¿es el enemigo?… Pues bienvenidos, se les invita a incorporarse a nuestro aparato de Inteligencia.

El caso es que Sánchezdelo y Bolañón han lograjajaja, la risa otra vez, perdón, Sánchez y Bolaños han logrado rizar el rizo: todos los enemigos del Estado en la comisión de los secretos de Estado. Ni Ibáñez, de verdad.

A ver si podemos ponernos un poco serios, porque tristemente éste es un asunto serio: los servicios de inteligencia operan coordinadamente con otros servicios de inteligencia. De hecho, unos servicios de inteligencia valen tanto como sus conexiones con otros homólogos, tanto como sus redes de colaboración, tanto como confianza sean capaces de generar. Esto es obvio. Ahora pregúntese qué servicios de inteligencia querrán colaborar con el CNI si su operatividad en alguna medida queda expuesta ante esos partidos antisistema, de Bildu a las CUP, en la comisión de secretos oficiales.

Olvídese usted, lector, de momento, de la realidad doméstica española y piense que España ya tiene mucho de paria en el tablero político internacional, precisamente porque en el Gobierno hay un partido que simpatiza con Putin y con Maduro, con los Castro y con otros sátrapas, y cuyos dirigentes acaban de firmar el manifiesto de nostálgicos de la URSS eludiendo la crítica directa a Putin cuando está masacrando a la población civil de Ucrania. De hecho, la conexión del independentismo con Rusia está acreditada. No es raro que EEUU no haya dado a España ni rango de segunda división en las rondas de la invasión desde hace meses, a pesar de ser el país organizador de la inmediata cumbre de la OTAN. Pero, ¿a quién le puede extrañar si los socios del Gobierno español han denunciado que esa cumbre de la OTAN es una orgía capitalista?

Es irrelevante si Belarra o Irene Montero creen que ellas van a reformar los servicios secretos, sin duda empezando por la perspectiva de género como de costumbre, convirtiéndolos en un icono del flower power. Incluso se puede dar por hecho que todo esto es una mascarada, una simulación orquestada por un partido de Estado como el PSOE, de modo que en realidad nunca se compartirán secretos oficiales, si acaso secretillos.  Esa forma de ganar tiempo puede encajar en el cortoplacismo tacticista de Sánchez, pero el precio sería elevado: desacreditar la comisión de secretos oficiales y poner en riesgo la confianza de otros servicios de inteligencia, a cambio de asegurarse un puñado de votos para un año más de estabilidad parlamentaria.

Y todo esto, además, por una lógica política absurda. La operación de espionaje, confiando en que el CNI actúa bajo control, es irreprochable.  Como Margarita Robles advertía a los independentistas, la obligación del CNI es defender al Estado de quienes atacan al Estado. Y por tanto habría un seguimiento de los líderes del mayor golpe contra el orden constitucional en España, sobre todo después del fiasco de las fuerzas policiales para abortar el 1-O de 2017, y de los responsables del tsunami para incendiar Cataluña tras las sentencias. Cualquier otra hipótesis debería abochornar a la ciudadanía.

Lo que cuesta entender no es que el Gobierno Sánchez espiara a esos partidos. Lo que es más difícil de explicar es que pactase con esos partidos a los que naturalmente debía espiar. Pero esto sería en un estado normal de cosas. De hecho, hay que admitirle a Macarena Olona, otras veces montaraz como su campaña andaluza, el acierto calificando a Meritxell Batet como «la Dolores Delgado del Congreso de los Diputados». Directo a la línea de flotación.  Sánchez colocó a una exministra en la Fiscalía para interferir en el Poder Judicial y a otra exministra en la presidencia del Congreso para interferir en el Poder Legislativo. Y se está cobrando los réditos con descaro. Batet, después de retorcer unas reglas garantistas que introdujo el propio PSOE cuando era otro PSOE, ha logrado que ERC, Bildu, Junts y las CUP estén en la comisión de secretos oficiales. A la tercera autoridad del Estado se le ha llamado, y con razón, la ministra 23.

Esto empezaba con mucho «jajaja», con la paráfrasis de Ibáñez protagonizada por Sanchezdelo y Bolañón, pero en realidad tiene poca gracia. Ninguna gracia. Una democracia puede permitirse algunos dirigentes de chiste, pero ningún chiste con las instituciones.

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