THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

El PSOE rancio y el PSOE chuli

«Los socialistas son solo lo que digan los nacionalistas y los bolivarianos. No harán nada que desagrade a ERC, Bildu, Podemos y demás ‘progresistas'»

Opinión
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El PSOE rancio y el PSOE chuli

El diputado de ERC Gabriel Rufián pasa delante del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | EP

Sánchez ya pidió perdón a los golpistas en febrero de 2020, en la «mesa de diálogo» que escenificó un encuentro de Estado a Estado. El presidente se humilló ante los secesionistas al excusarse por el funcionamiento de las instituciones democráticas españolas, la actuación de los jueces, el contenido de las leyes y el papel del Rey.

A continuación vinieron los indultos y el trato de favor en el reparto de la pasta, además de la promesa de guardar respeto al chantaje de ERC, de colonizar el Estado a su favor, como el CGPJ o la comisión de secretos oficiales, y de orillar al Rey del discurso del 3 de octubre. Recuerden que apartaron a Felipe VI de la entrega de despachos a los nuevos jueces en Barcelona en 2020.

Este es el PSOE chuli, el que mola a Rufián, el que cede a todo lo que los golpistas exigen. El caso del espionaje ha sido una prueba de esta sumisión: no solo ha dicho Sánchez que él también fue espiado, sino que fue a pedir perdón a Pere Aragonès y ha presentado la cabeza de la directora del CNI, que cometió el gravísimo error de cumplir órdenes y ser sacrificable.

Pero los secesionistas son insaciables, son Minotauro exigiendo víctimas sin parar para no tomar represalias. Por eso ha salido Rufián exigiendo el cese de Margarita Robles, alegando que esta ministra representa al «PSOE rancio». La estrategia rufianesca es mostrar que nunca están satisfechos. Poco importa lo absurdo del caso: los golpistas se quejan de haber sido espiados según manda la ley y el sentido común, y piden la caída de quienes vigilaron las acciones que les valieron una condena firme.

A la petición del cese de la ministra de Defensa se han unido los filoterroristas y los comunistas de Podemos. No es que les moleste Margarita Robles, que también, sino que quieren tener cogido a Sánchez por las supuestas ofensas no satisfechas. Esa es la clave del sanchismo, la sumisión al rupturista por muy déspota que sea con tal de que tenga los escaños suficientes para mantener a Sánchez en Moncloa.

La paradoja es que son los rupturistas los que están moldeando al PSOE, marcando sus palabras y acciones, sus miembros y tiempos. No se conforman con determinar el Gobierno de España, sino que han conquistado a uno de los dos partidos nacionales que tenía desde 1978 la misión de gobernar. El PSOE ya es suyo. El sanchismo ha convertido al viejo partido socialista en una marioneta de grupúsculos totalitarios y psicópatas, soberbios y supremacistas, obsesionados con imponer su dictado.

Los socialistas son solo lo que digan los nacionalistas y los bolivarianos. No harán nada que desagrade a ERC, Bildu, Podemos y demás «progresistas». Ese es el PSOE chuli, porque lo que se salga de ahí es «rancio», anticuado, propio de épocas pasadas, y susceptible de que no sea apoyado en el Congreso. Sánchez no se tolera así mismo fuera del poder, y ese es el gran problema de la democracia española.

Frankenstein tiene bien cogida la medida a Sánchez. Saben que es un ególatra autoritario, tirano con los que están abajo, y sumiso hasta la náusea con quienes le sostienen en el poder. Es un líder débil que vive en la mentira. Un político capaz de regalar el Sáhara a Marruecos sin que sepamos todavía por qué, y Gibraltar al Reino Unido en el proceso de negociación del Brexit.

Los nacionalistas se aprovecharán de Sánchez todo lo que puedan. Es un buen ejemplo de la guerra de posiciones de Gramsci: conquistar competencias, crear jurisprudencia, e imponer el marco mental y el lenguaje del independentismo. No convocan mañana un referéndum de autodeterminación porque saben que en el tiempo que queda de sanchismo pueden conseguir una posición más sólida para hacerlo en el futuro.

Sánchez sabe esto pero le da igual. Solo quiere ganar tiempo por si suena la flauta y no tiene que hacer las maletas tras las próximas elecciones generales. El problema es que este plan degrada la democracia, arruina la confianza mutua, empobrece al país y lo hipoteca sin remedio.

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