THE OBJECTIVE
Álvaro del Castaño

Hispanos somos; latinos, nunca

«Cualquier español o hispanoamericano (le guste o no España) debería rechazar la utilización de palabreja ‘latino’, pues es incorrecto, y atufa a imperialismo y manipulación»

Opinión
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Hispanos somos; latinos, nunca

Chanel. | Yara Nardi (Reuters)

¿Me entiendes Mendes o te lo explico Federico? Voy directo al trapo: estoy harto del término «Latinoamérica» y sus derivados. La única palabra adecuada para denominar a las antiguas provincias españolas (nunca fueron colonias, eran tan España como una provincia peninsular) es Hispanoamérica. Si se quiere incluir a Brasil y Portugal en la ecuación, hablaríamos entonces de «Iberoamérica». «Latinoamérica» es una aberración imperialista fruto de la Leyenda Negra española. 

Me explico. Primero, porque los «latinos» son solamente los nacidos en el Lacio, o aquellos que tienen un dominio absoluto del latín. Una persona nacida en Hispanoamérica no tiene nada de latina. De la misma manera que un español tampoco tiene nada de latino. Lo tiene de hispano, de ibérico, europeo y americano (por las antiguas provincias que eran España y por lo que aprendimos de ellas). Segundo, porque son los impulsores de la Leyenda Negra, los que se empeñaron en diseminar esta voz. Las palabras son armas de manipulación. Según Manuel Morillo (2012, Latino América, Denominación al Servicio del Imperialismo), el término «América Latina» nace en París en el XIX para defender los objetivos imperialistas de la Francia de Napoleón III en relación a sus colonias, amparando su expansionismo político. De ahí la expresión cruzó el atlántico, a finales del siglo XIX, siendo los Estados Unidos los que tomaron el relevo con la idea de eliminar la influencia de la cultura española y de su religión católica en Hispanoamérica. Pura propaganda de un imperio naciente contra una gran nación decreciente. Morrillo también nos recuerda que fue el presidente Woodrow Wilson el primero en manejar el término oficialmente para apuntalar sus intereses expansionistas y lograr la penetración de sus multinacionales en contra de las interconexiones económicas con España. La idea era implantar una política de eliminación sistemática de lo español, idéntica a la seguida por estos mismos en Filipinas tras la guerra contra España en 1898 (donde perdimos las citadas islas Filipinas, Cuba, Puerto Rico y Guam). Allí (en Filipinas) sí lograron acabar con la lengua y con la educación españolas, pero no con la religión (recordemos que Filipinas es el único país católico de Asia). Los EEUU se convirtieron en el polo magnético de Hispanoamérica en la segunda mita del siglo XX. Y curiosamente, en esa lucha tan singular contra lo hispánico le salió a los Estados Unidos un extraño compañero de cama en su enemigo más íntimo: el marxismo. Esta ideología, que ha sodomizado a Hispanoamérica durante tantos años, se asoció con el imperialismo yankee en su ataque al concepto de Hispanidad (de esto hablaremos un poco más a continuación).

Pero no nos llevemos la manos a la cabeza, recordemos que los nacionalismos en España siguen a pies juntillas el mismo patrón hispanofóbico de manual: aniquilar la lengua, la cultura, las tradiciones comunes, y los vínculos emocionales con lo español.

En conclusión, después de leer esto, cualquier español o hispanoamericano (le guste o no España) debería rechazar la utilización de esta palabreja («latino» o «latinoamericano»), pues es incorrecto, y atufa a imperialismo y manipulación.

Hecha esta aclaración, hay celebrar que España e Hispanoamérica siguen unidas por el hilo conductor de la sangre y el mestizaje, la familia, la lengua, la religión, la cultura y las tradiciones. Cualquier español que viaja a Hispanoamérica se siente enseguida parte de esa patria nueva que le recibe. Ese continente es una extensión de España, o España es una continuación de cada uno de esos países.

Además, en la actualidad el vínculo con España se está estrechando aún más al atraer a nuestro país un enorme talento hispano que se ve obligado a emigrar de su patria, acechado por la crisis, la violencia, la mala gestión política y los totalitarismos locales. Aquí son bienvenidos y respetados. Trabajan duro y se integran. Muchos destacan y tienen éxito. Están en su casa. No son inmigrantes, son hermanos que vuelven a casa. Son los descendientes de nuestros antepasados que allí emigraron. Son los hijos de todo lo bueno y todo lo malo que España hizo por esas tierras. Por eso, cuando leí el reciente artículo del New York Times titulado Madrid Rivals Miami as a Haven for Latin Americans and Their Money (de Raphael Minder), y que alababa los atractivos de España para nuestros hermanos hispanoamericanos, no me sorprendió en absoluto. Porque nuestras raíces nos unen, nuestra historia se entronca, nuestros hijos se enlazan, nuestra cultura nos ata, nuestra lengua nos hace uno, y nuestro Dios es el mismo. Solamente algunos políticos egoístas se esfuerzan en separarnos y en enfrentarnos. Y miren qué casualidad, siguen siendo los descendientes del marxismo los que siembran la cizaña: Podemos en España, Maduro en Venezuela, AMLO en México, Daniel Ortega en Nicaragua, junto a toda esa patulea totalitaria de sátrapas de segundo nivel. Estos defienden la pulsión odiadora, la religión del rencor, la del factor diferencial de cada una de las naciones frente a las otras y de todas frente a la madre patria. Desde el odio se gobierna con desprecio y desde la hermandad siempre con aprecio.

Me gustaría recordar ahora que Hispanoamérica es absolutamente mestiza, y cuenta con numerosos pueblos indígenas. En contraste, por donde pasaron los ingleses (por no citar otros imperios) no hay casi mestizos, ni rastro de cultura nativa. ¿Porqué esta diferencia? La explicación radica en que mientras otros imperios «colonizaban», España «hispanizaba». El objetivo de la conquista fue primero la evangelización (catalizador para que la Reina Isabel La Católica se embarcara en la locura de Colón), y después agrandar el imperio, pero siempre a través de la integración nacional, cultural y civilizadora, y mediante la protección de los indígenas. ¿Sorprendido querido lector? Me remito a las pruebas, pues fueron las revolucionarias Leyes de Indias de los Reyes Católicos las que aprobaron el matrimonio con indígenas y les otorgaron protección legal, convirtiéndolos en hombres sujetos de derecho, dotándoles de procedimientos legales claros para denunciar injusticias y malos tratos (Juicios de Residencia). Otra cosa es la realidad de los bárbaros que se saltaron a la torera estas leyes, la de muchos dirigentes y caciques españoles que abusaron de su posición de manera miserable y de la maldita viruela que asoló a las poblaciones locales.  Algunos se conmocionaran al aprender que mientras España permitió y protegió legalmente el matrimonio entre españoles y nativos a través de Real Cédula de 1514, en EEUU fue ilegal casarse con una persona de raza distinta en algunos estados… ¡Hasta 1967! 

Será también increíble para muchos aprender que antes de que Francia publicara su primera gramática, o que Inglaterra hiciera lo mismo con la suya, los misioneros españoles habían realizado las gramáticas de las más relevantes lenguas indígenas entre 1547 y 1690. Los evangelizadores españoles aprendieron las lenguas locales para convertir a los indígenas, pues era lo más conveniente para sus objetivos. El español solo se impuso como lengua nacional en Hispanoamérica una vez que se independizaron las repúblicas de España.

Chanel, una hispano cubana, nos representó en Eurovisión. Tres de las canciones del top 10 de Los 40 Principales son de hispanos (dos con nacionalidad española también). Nos llena de orgullo que una española-cubana triunfe en Hollywood (Ana de Armas). La serie Café con Aroma de Mujer es la serie más vista de Netflix en España (colombiana).

Ser hispanos nos une, nuestra cultura se funde en una banda ancha. Ya es hora de que convirtamos a Hispanoamérica en el polo magnético del siglo XX.

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