THE OBJECTIVE
Fernando Fernández

El fracaso de las élites latinoamericanas

«América Latina sería la beneficiaria de la nueva guerra fría, pero se empeña en desperdiciar la oportunidad»

Opinión
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El fracaso de las élites latinoamericanas

Gustavo Petro. | Europa Press

Andamos los europeos muy preocupados con la inflación, y no es para menos. Los datos del mes de mayo confirman los temidos efectos de segundo orden. La inflación subyacente seguirá subiendo. Analistas públicos y privados revisan una vez más al alza sus previsiones de precios y a la baja las de crecimiento. Los bancos centrales reconocen su error y anuncian unánimemente subidas graduales pero sostenidas de tipos de interés hasta alcanzar niveles restrictivos. Se anima la discusión académica sobre cuál es el nivel del tipo neutral en el nuevo escenario post invasión de Ucrania de expectativas adaptativas, demandas insatisfechas, globalización regionalizada y transición energética. Algunos gobiernos, particularmente el nuestro pero no es el caso del alemán, siguen sin enterarse y sin corregir sus innecesarias y contraproducentes expansiones fiscales. Sentados en el maná de los extraordinarios ingresos impositivos que acompañan siempre inicialmente a todo proceso inflacionista, alimentan el gasto recurrente y aumentan el déficit estructural con fines claramente electorales. La triste sombra de Zapatero se extiende por Moncloa y Ferraz.

Mientras la inflación es la preocupación de los países OCDE, la hambruna empieza a ser el tema dominante en los foros internacionales; la hambruna y las inevitables reestructuraciones de deudas pública y privada. Especialmente grave es el panorama para los países emergentes que no sean exportadores de materias primas. La conjunción de dólar fuerte, petróleo caro y escasez y carestía de alimentos complica la financiación externa y amenaza recesión y ruina. La incertidumbre, inseguridad y miedo inherentes al mundo post Covid se extienden más allá de la guerra en Europa. Sus tremendas consecuencias agravan la polarización y el enfrentamiento interno y externo y dibujan algo muy parecido a una doble guerra fría. Un choque de ideas y valores donde la libertad y la economía de mercado parecen estar en retroceso. Si en la lucha contra la pandemia se cercenaron libertades fundamentales en el altar de la seguridad sanitaria, en la que ya parece inevitablemente larga guerra de Ucrania, se corre el riesgo de perpetuar restricciones injustificadas a las libertades económicas y de multiplicar el intervencionismo. Con la excusa de una «economía de guerra», se extienden las prohibiciones a la exportación de productos básicos, se limita la inversión extranjera, proliferan los sectores estratégicos y se utiliza el comercio internacional como arma de guerra. Se amplifican así, con decisiones políticas discrecionales y equivocadas, los efectos de la reducción de la oferta mundial y se acerca y magnifica la recesión global.

El panorama político internacional se deteriora por momentos. Hoy quiero escribir sobre América Latina, un continente que más allá de su cercanía humana y cultural, ha sido largamente y sigue siendo hoy determinante en nuestro devenir económico. Si España tiene empresas multinacionales, si en algún momento y lugar pudieron crecer, ganar experiencia y aprender gestión fue gracias al triunfo del consenso de Washington en ese continente, a su apuesta decidida por la economía de mercado, la apertura exterior y la privatización, y a la visión de algunos empresarios españoles, con nombre y apellidos concretos. Todo ello está hoy en peligro y la región parece condenada una vez más a elegir entre caudillos tradicionales o bolivarianos, entre populistas y demagogos de izquierda o derecha. Pero demagogos e irresponsables al fin. También aquí, y para su desgracia, la influencia de zapateristas y trumpistas es creciente y ha arrinconado otras influencias ideológicas más aconsejables.

La izquierda europea siempre ha visto en el continente latinoamericano a ese buen salvaje que hay que liberar del yugo imperialista yankee y en el que ensayar todo nuevo delirio ideológico. El último, el que se extiende como una verdadera pandemia, el fin de la meritocracia y el triunfo del identitarismo indigenista. «Mis padres por suerte nunca han creído mucho en la meritocracia», sintetiza con cierta genialidad una novel novelista. En eso consiste el populismo, en poder afirmar orgullosamente esa estupidez sin que nadie le pregunte inmediatamente cómo justifica entonces las razones de su éxito literario. ¿Porque ha sido tocada por la mano de Dios, porque los poderes fácticos de la cultura han visto en ella la identidad sociodemográfica ideal, porque se ha sabido rodear de las amistades oportunas, o simplemente porque es divina de la muerte?

América Latina tiene todas las papeletas para ser la principal beneficiaria de la nueva guerra fría y de la regionalización política del comercio internacional. Como gran exportadora de materias primas se puede beneficiar de un shock de términos de intercambio brutal y duradero. Es el sustituto natural del granero ucraniano, de las minas rusas y bielorrusas y la reserva global de energía. Pero está empeñada en desperdiciar su oportunidad. Una vez más. Recordemos que en los años 40, una desconocida ciudad del interior argentino como Rosario tenía la renta per cápita de Chicago. Desgraciadamente sigue fascinada con sus caudillos populistas. AMLO ha arruinado las posibilidades mexicanas con su contrarreforma renacionalizadora de la energía. Pedro Castillo en su absoluta ignorancia y sectarismo promete devolver las minas al pueblo peruano, o sea imitar a la Venezuela chavista y conseguir que la producción y la exportación hoy sea el 18% de su nivel en el año 2000. Gabriel Boric, seguidor confeso y emocionado de Monedero y Ada Colau, promete acabar con el modelo chileno de economía abierta y exportadora, y subido al carro de la reforma constitucional ha abierto la caja de Pandora con el resultado de que la inversión está paralizada y el crecimiento en mínimos a pesar de «los beneficios caídos del cielo» en forma de precio del cobre que ha subido más de 50% desde principios de 2020. Y en Colombia, la segunda vuelta se dirimirá entre un viejo caudillo que parece salido de una novela de García Márquez y un guerrillero reconvertido en bolivariano. En Brasil, país salvado y condenado por el tamaño de su mercado interior, el debate electoral continua entre dos viejos fracasados, Lula y Bolsonaro. De la Argentina, mejor no hablar hasta que alguien sea capaz de explicarme el delirio peronista, ese Movimiento Nacional que tanto me recuerda la reunificación franquista de la Falange, los requetés, los nacionalsindicalistas y los monárquicos.

El fracaso de las élites latinoamericanas es clamoroso. Pero también la responsabilidad de los líderes políticos e intelectuales europeos y norteamericanos que allí han sembrado y creado escuela. Y la complicidad de muchos de ellos con el actual estado de cosas. La condena del llamado consenso de Washington al olvido y su sustitución por el buenismo identitario en el ideario reformista de las organizaciones internacionales con llegada en la región, desde el Fondo Monetario Internacional hasta el BID, la CAF o la CEPAL. Su rendición a la emergencia de China como un financiador benevolente pero insaciable en sus ansias de dominio mercantilista de los recursos naturales. El abandono de los europeos, y notablemente de España, contentos con ejercer un papel testimonial y reducir la presencia norteamericana en la región. Todo ello, y singularmente la miopía de sus clases dirigentes, ha conspirado para dejar la región en manos de lideres mesiánicos, iluminados y totalitarios. Líderes que no creen en la democracia liberal aunque la utilicen, que no respetan la economía de mercado más que cuando se benefician de ella, que conciben el Estado como una inmensa máquina de extracción de rentas. ¡Y nos preocupamos por la inflación cuando está en juego nuestro modelo de sociedad!

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