THE OBJECTIVE
Anna Grau

Qué hacemos aquí

«Empecemos por admitir que ser liberal en España es algo tan obvio como difícil de explicar…si tienes que explicarlo»

Opinión
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Qué hacemos aquí

Ahora que está tan de moda repensarlo todo, los pactos de la Transición, la monarquía (¿también, ya puestos, la histórica legalización del PCE?), el Estado de las Autonomías, etc, estaría bien darle una pensada a qué hacemos aquí los que no pensamos que estemos en Ciudadanos de paso hacia otro partido. O hacia otra marca.

Empecemos por admitir que ser liberal en España es algo tan obvio como difícil de explicar… si tienes que explicarlo. Recuerdo una entrevista que me hicieron ya hace cierto tiempo en un gran periódico catalán. El periodista erre que erre, que con qué ingredientes contábamos para «inventarnos» el liberalismo en España. Cuando le recordé que eso sería como inventar la rueda, le remití a la Constitución de 1812, etc, se puso colorado y trató de echar agua al vino alegando que él no me estaba preguntando «por el liberalismo de hace dos siglos». Oigan, pues hay quien se remonta todavía más lejos, a 1714, para inventarse una nación catalana que como tal no ha existido nunca, y para justificar en su nombre barbaridades como la inmersión monolingüe forzosa en las escuelas. Y no sólo en las escuelas, atentos.

Ciertamente, insisto, hay cosas que es mejor que no tengas que explicarlas, que nadie te las tenga que preguntar. ¿Alguien preguntaba a Albert Rivera si era liberal cuando irrumpió como un pura sangre en la política, alguien quiso saber si Inés Arrimadas se había leído a Gaspar Melchor de Jovellanos, a Melquíades Álvarez o a Clara Campoamor antes de sus contundentes intervenciones en los plenos de la vergüenza en el Parlamento catalán en otoño de 2017? Nada de eso habría sido posible sin una idea muy concreta y acuciante, yo diría que lacerante incluso, de la libertad. Sobre todo de la libertad individual en un país tan desgarrado en tribus como el nuestro. Pero cuando el movimiento se demuestra andando, nadie te pregunta de qué pie calzas. Porque se ve a la legua, para entendernos.

Se nos compara a menudo con UPyD (sobre todo los que desean que acabemos igual). Pero, habiendo concomitancias, hay y ha habido también siempre diferencias sustanciales. Para empezar, la UPyD era un partido muy de notables. Si no me diera miedo ofender a gente a la que aprecio, admiro y quiero, diría que aquello fue un club con más pretensiones de dar lecciones que de verdad arremangarse y trabajar por los problemas de la gente del común. Gente del común como yo misma, que provengo de una familia de clase media, que de esa familia soy la primera persona que ha ido a la universidad. Se dice pronto. Como se dice pronto que mi abuela murió analfabeta y sin hablar una palabra de español.

Ciudadanos nace en Cataluña de una anomalía política persistente, de un atasco democrático tan clamoroso como sutil: se muere Franco, y, oh sorpresa, durante los cuarenta años siguientes mandan ininterrumpidamente siempre los mismos. Ni siquiera la superizquierda catalana, una de las más culturalmente omnímodas y, vamos a decirlo todo, arrogantes de España, fue capaz de desalojar el pujolismo y todo lo que del pujolismo se ha derivado. Es más: rápidamente entendieron que les convenía mimetizarse con el «enemigo», copiarle incluso los métodos. Sólo así se entiende que el primer presidente socialista de Cataluña en muchos años (tripartito mediante, por supuesto) no tuviera nada mejor que hacer ni que reformar, que el Estatut. Aquel churro de 2006 cuyos abusos y torpezas todavía estamos pagando.

Ante la pasividad por no decir pereza de una derecha catalana latifundista, que prefirió desentenderse de Cataluña para gobernar más cómoda, cuando gobernaba, en el resto de España, la sociedad catalana devino un cortijo cada vez más cerrado, más asfixiante, más de y para los mismos.

Hasta el punto de que, oh paradoja de paradojas supremacistas, ni siquiera ser catalán de no sé cuántos apellidos te salva ya de la quema. En la Cataluña procesista, vive mejor un recién llegado de donde sea que abrace el lazo amarillo, que un señor de Girona o de Badalona que sea crítico con la política de los amos del terruño. Daría risa si no dieran miedo las consecuencias. Para Cataluña y para toda España. 

Rebobinando y resumiendo: mucho antes de que en determinados ambientes se empezara a poner de moda cuestionar «el régimen del 78» y hablar con tremendo desparpajo de remendar la Constitución, en Cataluña ya estaba claro que algo había que hacer para frenar una inercia que nos llevaba al desastre. Un desastre de traje y corbata, como cuando Artur Mas con una mano prometía desobediencia a las leyes, y con otro mandaba a sus recaudadores a empresas del Ibex 35, garantizando que esa desobediencia no saldría nunca del todo de madre. Una política homologable con la del reino de Marruecos cuando, si no haces lo que ellos quieren, pasa lo que pasa en la valla de Melilla. Y en cuestiones más graves aún.

Cataluña es el origen de la contestación política más agresiva al régimen de libertades (las mismas para todos y cada uno, idealmente…) que España ha vivido en democracia. Más agresiva incluso que la del País Vasco, donde, con asesinatos y todo, jamás se pretendió condicionar a España entera. Sólo levantar una especie de telón de acero entre Madrid y Bilbao. El separatismo catalán, en cambio, al ser el disfraz de un lobby económico y político que nunca ha sido ni será nada sin «Madrid», sin sus vínculos políticos y comerciales con el resto de España, incurre en contradicciones garrafales y en un tipo muy original de crueldad. No nos matan porque para ellos la solución no es que nos vayamos. Es que nos sometamos. Que se someta todo el Estado de Derecho, en toda su extensión, a la insaciable hegemonía de unas élites que lo fueron antes, durante y después del franquismo. Y que pretenden seguirlo siendo antes, durante y después del procés.

Ciudadanos nació para combatir todo esto por incomparecencia de nadie más. Ni a derecha ni a izquierda. Súmenle a ello el miedo, durante décadas, a ser tildado de facha si te oponías a esto, a aquello o a lo de más allá. Sólo en Cataluña es posible pasar de la cárcel franquista a la muerte civil separatista (Albert Boadella), de renunciar a la Eurovisión por no poder cantar en catalán a que te griten «ñordo» en un concierto (Joan Manuel Serrat), de ser el juglar de las clases obreras y charnegas sojuzgadas por cierta  burguesía, a que arranquen tus libros de las bibliotecas públicas (Juan Marsé). Por no hablar del alcalde de Sabadell al que poco faltó para quitarle una calle a Antonio Machado por «españolazo». Etc.

Es evidente que la operación para trasladar el proyecto de Ciudadanos al conjunto de España ha atravesado y atraviesa muchas turbulencias y dificultades. No tantas ni tan definitivas como las que en su día atravesó la Operación Reformista de Miquel Roca o las que crujieron a UPyD, pero vaya. La cosa está complicada. Lo bastante complicada como para tener que pararse a hacer balance de dónde venimos, a dónde vamos y para qué. ¿Al poder por el poder en Madrid, como pretendía Roca? ¿A ocupar con elegancia y hasta desdén los ángulos muertos del bipartidismo, como durante un tiempo hizo Rosa Díez? ¿A asumir que no hay nada que hacer y dejarse llevar por la corriente?

Definitivamente eso no va con nadie que haya llegado a Ciudadanos procedente de la cepa de Ciudadanos. Donde con 36 diputados se sufría lo mismo que con 6 y otro tanto se volverá a sufrir cuando el viento vuelva a soplar de popa. Ningún ni ninguna dirigente de Ciudadanos que se haya forjado en la dura fragua catalana de este proyecto va a permitir por acción u omisión que esta lucha decaiga justo cuando la amenaza de la quiebra y hasta destrucción de nuestra convivencia y nuestro futuro arrecia más que nunca. Cuando hace tanta falta alguien que no tenga nada que perder, y absolutamente todo que ganar, desatascando cuarenta años de dictadura blanca (Tarradellas dixit, refiriéndose al pujolismo), corrupción, supremacismo, caballos de Troya cada vez más grandes metidos a presión en la gobernación de toda España y negros pozos de petróleo populista ardiendo por doquier.

Es posible que Ciudadanos solo no pueda con todo eso. Pero sin un Ciudadanos vivo, insobornable y vigilante, nadie se va a atrever con nada. Nadie va a cambiar nada. En ningún sitio. Ampliamente lo han demostrado todos siempre que han tenido y tienen ocasión. Hace un año ya de los indultos, hace menos todavía del pasteleo entre PSOE y PP para repartirse el control del poder judicial que era y es la única esperanza de frenar ciertas cosas… ¿se acuerdan? ¿Y usted diría que estamos mejor o peor? 

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