THE OBJECTIVE
Antonio Caño

No odian la Transición, odian la democracia

«La Transición es la última barrera entre la democracia que nos dimos libremente en 1978 y la que algunos nos quieren imponer ahora»

Opinión
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No odian la Transición, odian la democracia

Tenemos que defender la obra y la memoria de la Transición, así como la de sus principales autores, porque los ataques contra ellos no pretenden tan sólo poner en duda su gestión y sus decisiones, sino devaluar nuestra democracia. | Rober Solsona (EP)

El pacto entre el PSOE y Bildu para la aprobación de la ley de Memoria Democrática ha sido el último paso de los enemigos de la democracia española en su esfuerzo por ensuciar la Transición, que es tanto como minar la legitimidad del sistema político que elegimos en aquellos años. Hubo otros intentos en el pasado -Podemos no ha cesado desde su nacimiento sus ataques a los años fundacionales de nuestro modelo de convivencia-, pero este resulta especialmente escandaloso y grave porque se produce con el permiso del que fue uno de los pilares de la Transición, el PSOE, y de la mano de la formación política heredera de quienes trataron de impedir a tiros que España se convirtiera en una nación democrática.

Mucha gente en la izquierda ha reaccionado con dolor e incredulidad a esta noticia. Los socialistas se han sentido siempre protagonistas de la Transición y observan ahora con estupor cómo los actuales propietarios de las siglas en las que militaron y por las que votaron tantas veces se prestan a esta infamia para prolongar su permanencia en el poder. Si esa estupefacción no se ha traducido en expresiones públicas de ira es porque muchos de ellos han perdido ya la fe en que su partido tenga arreglo y otros, más cínicos, han preferido acomodarse ante la inevitabilidad del desastre electoral que se aproxima.

Por supuesto que no todo fue perfecto en la Transición. Como cualquier gran acuerdo nacional, la Transición exigió concesiones y soportó improvisaciones y fallos propios de una generación sin experiencia política y, mucho menos, democrática. La izquierda renunció, entre otras cosas, a juzgar los crímenes del franquismo y la derecha aceptó el desmantelamiento voluntario del régimen en el que se sostenía. Hubo que echar mano del ministro que representaba al movimiento fascista para que condujera al país en aquella etapa tan compleja. Por suerte, aquel joven, Adolfo Suárez, resultó ser un hombre valiente y honrado que cumplió la palabra dada y abrió el espacio político para que todos, incluidos los comunistas, pudieran participar.

Ninguno de los errores cometidos reduce en lo más mínimo la grandeza de lo que se consiguió: después de tres años de guerra y cuarenta de dictadura, los españoles nos miramos como hermanos movidos por una causa común. Por primera vez en muchas décadas, siglos tal vez, España tenía una razón de ser y los españoles teníamos un propósito: convertirnos por fin en ciudadanos libres.

«Tenemos que defender la Transición, así como a sus principales autores, porque los ataques contra ellos no pretenden tan solo poner en duda su gestión y sus decisiones, sino devaluar nuestra democracia»

Sobra decir todo esto, que es conocido y cualquiera puede leer de forma muy documentada en un buen libro de historia. Pero no sobra que quienes vivimos aquellos años alcemos la voz ante los intentos continuos de tergiversar lo ocurrido, ignorarlo o descontextualizarlo. Como tenemos que alzar la voz, sin importar la ideología de cada cual, ante los ataques contra los principales protagonistas de aquella etapa, entre quienes merece mención de honor Felipe González, que cargó con el gigantesco esfuerzo de liderar la modernización de su partido y de nuestro país al mismo tiempo.

Tenemos que defender la obra y la memoria de la Transición, así como la de sus principales autores, porque los ataques contra ellos no pretenden tan sólo poner en duda su gestión y sus decisiones, sino devaluar nuestra democracia y justificar las ideas reaccionarias y totalitarias de quienes hoy los insultan. Es obvio que, con su intención de prolongar el franquismo hasta 1983, cuando ya gobernaba González, Bildu pretende darle cobertura política a los asesinatos de su socio, ETA. Pero es más que eso: se pretende imponer la falsedad de que nuestra democracia está machada en origen y requiere, por tanto, ser reemplazada por un nuevo sistema. No podemos engañarnos: los ataques a la Transición esconden un intento de imponer una confederación o una democracia popular gobernada por los nacionalistas radicales y populistas que no son capaces de competir en una democracia verdadera.

La Transición es, en realidad, la última barrera entre la democracia que nos dimos libremente en 1978 y la que algunos nos quieren imponer ahora. Por esa razón, hay que defenderla hoy con la misma energía con la que se hizo en su momento ante enemigos de similar calaña, aunque diferente apariencia.

La Transición es, como decía, el acto fundacional de nuestra democracia. Igual que otros países marcan en su independencia la fecha de su nacimiento como nación, la nación democrática que hoy es España surgió de aquella obra, a la que todos debemos, cuando menos, respeto. No podemos pretender un acuerdo total sobre los hechos ocurridos en aquellos años. En una sociedad sana cabe, por supuesto, la revisión profunda de su historia y la aclaración documentada de los acontecimientos pasados. Pero lo que no es tolerable es la degradación de la esencia de la Transición, de su principal lección: el respeto a las ideas de todos. Quienes hoy intentan juzgar el pasado, señalar a los culpables y castigarlos en la plaza pública, no sólo están quebrantando ese principio de nuestra democracia, sino trabajando para destruirla.

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