THE OBJECTIVE
Manuel Arias Maldonado

¿De repente, el último verano?

«Este verano, mirar el termómetro se ha convertido en un ejercicio de masoquismo para los pesimistas occidentales»

Opinión
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¿De repente, el último verano?

Dos viandantes se refrescan en plena ola de calor. | Europa Press

Venimos padeciendo unas semanas de intenso calor en casi todas partes, al menos allí donde es verano y desde luego en las zonas ecuatoriales donde nunca deja de serlo: mirar el termómetro se ha convertido en un ejercicio de masoquismo para los pesimistas occidentales. Atravesando el otro día una de esas plazas duras que tanto abundan en nuestras ciudades, me vino a la memoria el comienzo de aquella película inglesa de 1961 que relataba un apocalipsis climático provocado por experimentos nuclearesThe Day the Earth Caught Fire, dirigida por el habilidoso Val Guest, en la que la Tierra ha visto alterado su eje y el clima se ha vuelto loco, obligando a los londinenses a desnudarse y racionar el agua corriente.

No sabemos si los Estudios Shepperton, en cuyas proximidades vivía el supremo hacedor de distopías literarias J. G. Ballard, lucían la semana un aspecto similar al recreado en su interior para la película; sea como fuere, las altas temperaturas registradas en la capital británica durante 48 horas hicieron sonar la alarma. Y qué decir de España, donde los incendios forestales han generado una sensación apocalíptica con la ayuda del sensacionalismo mediático y de quienes -científicos incluidos- aprovechan cualquier ocasión para hacer activismo climático o lanzar un nuevo partido político.

A pie de calle, es difícil saber a qué atenerse: uno no sabe si es verdad que nunca ha hecho tanto calor o simplemente vivíamos sin prestarle atención. La ciencia del clima viene alertando sobre la frecuencia e intensidad de las olas de calor en un mundo recalentado; otros, en cambio, piden más prudencia y se preguntan si las temperaturas extremas del hemisferio norte no estarán causadas por las oscilaciones del fenómeno denominado El Niño: la complejidad del sistema asunto plantea dificultades epistémicas.

«Estas olas de calor nos recuerdan la potencial fragilidad de una especie que no sobreviviría a un cambio drástico de sus condiciones ambientales»

En todo caso, el cambio climático de origen antropogénico no es una tontería; incluso si descontamos los efectos positivos de la adaptación humana, tales como el aumento de los espacios verdes en las ciudades o la generalización del aire acondicionado, no cuesta mucho trabajo imaginarse un futuro en el que contemplemos el verano con temor en vez de ilusión: como si todos pasáramos a ser ya sevillanos. Sería una estación a soportar más que a disfrutar; no un respiro, sino un trance. El verano después de los veranos.

¿Nos volveremos más irritables si los veranos profundos se convierten en la norma que desplaza a la excepción? ¿Incurriremos en violencias inexplicables, como el Mersault de Camus? ¿Aguantarán el envite los defensores de la manga larga? ¿Construiremos versiones ibéricas de Palm Springs, paraíso de la arquitectura modernista y del climatizador de última generación donde se alcanzan rutinariamente los 45 grados en verano sin que nadie haya pensado en desmantelar el pueblo?

También es posible que terminemos por acostumbrarnos; es pronto para saberlo. Pero estas olas de calor -la metáfora de la ola ya insinúa un posible ahogamiento- nos recuerdan la potencial fragilidad de una especie que no sobreviviría a un cambio drástico de sus condiciones ambientales; la verdad es que no somos nadie. Por fortuna, aún estamos lejos de semejante escenario; razón de más para discutir sin histerismo lo que podemos hacer para evitarlo en el futuro.

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