THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

Jarabo y la lucha por la vida

«Como intuyo que se acercan tiempos difíciles, incluso noventayochistas, compadezco a quien gane las próximas elecciones porque será detestado»

Opinión
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Jarabo y la lucha por la vida

Retrato de Pío Baroja, de Joaquín Sorolla. | Wikimedia Commons

Al leer, el otro día, en La Razón, un reportaje de César Alcalá sobre los crímenes de José María Jarabo, con algunos detalles tétricos que desconocía sobre su ejecución mediante garrote vil el 4 de julio de 1959, he recordado la muerte, también por garrote vil, de El bizco, en la novela Aurora roja de Pío Baroja; allí el verdugo de Madrid se jacta de no ser como cierto colega, que opera en otra ciudad, y que acude borracho a las ejecuciones y hace sufrir inútilmente al ajusticiado; no, él resuelve el embarazoso trabajo de enviar a un condenado al otro mundo en cosa de segundos. Como imitando la ficción, el verdugo que mató a Jarabo se presentó borracho a la ejecución; falto de fuerzas, tardó 20 minutos en romper el cuello de toro del asesino convicto y confeso. 

Aurora roja es la tercera y última parte, después de La busca y Mala hierba, de la trilogía La lucha por la vida, y juntas estas novelas están consideradas entre lo mejor de la obra de don Pío, que abarca más de 50 libros. Estos tres los escribió en 1903 y se publicaron durante los dos siguientes años; cuentan la vida miserable de los chicos pobres y delincuentes, sin colegio ni educación, cometiendo sus pequeños delitos en lo que entonces eran los arrabales de Madrid, desde la puerta de Toledo al paseo de las Delicias. Eran los tiempos difíciles del 98 español, abundantes en miseria y humillantes derrotas militares, mientras el Viejo Continente vivía la llamada Belle Époque, una época prolongada de paz y enriquecimiento a base de la explotación de las colonias y revolución industrial, en la ciega ignorancia de la forma en que se precipitaría el fin del mundo que fue la primera guerra mundial. 

Como tengo el pálpito de que se acercan para nosotros -¡ojalá me equivoque!- unos tiempos difíciles, e incluso noventayochistas, y ello hasta el extremo  de que compadezco al señor Feijóo y al señor Sánchez, en fin, a quien sea que gane las próximas elecciones generales, porque haga lo que haga será detestado por la ciudadanía y dejará amargo recuerdo de sí, he releído estos días La lucha por la vida. Una prosa vigorosa, paciente, cuidadosamente documentada. Con episodios humorísticos muy logrados, sobre todo en la segunda parte. Salpicada de descripciones de ambientes sintéticas y precisas, en la que tanto aprendieron muchos escritores de las siguientes generaciones, desde Pla a Cela. 

«Creo que la conclusión de Baroja es que la redención solo puede ser de carácter personal»

Esta trilogía fue publicada primero como folletín, lo que explica la reiteración a veces un poco enfadosa de algunos lances de picaresca. La situación de crisis era tan apurada entonces en España que Baroja dedica casi enteramente la tercera parte de la trilogía, Aurora roja, a largos debates entre numerosos personajes de ideología anarquista en la taberna Aurora; son debates sobre la «Idea», el ideal, la idea redentora de la doliente humanidad, que se formalizaba a base de atentados con dinamita. Por boca de esos personajes Baroja analiza la Idea, busca una salida al laberinto de su contemporaneidad, y creo que su conclusión es que la redención sólo puede ser de carácter personal y el acceso a ella se consigue mediante la disciplina autoimpuesta, la voluntad, el trabajo honesto y sostenido, siendo además imprescindible el concurso de la suerte. Era un hombre muy pesimista, su alegría era la fabulación. 

Digo que creo porque la verdad es que me saltaba, para evitar el aburrimiento, muchas disquisiciones sobre la teoría de Kropotkin y de Bakunin que en cambio a Baroja debían de parecerle el meollo, la sustancia fundamental de aquella época atormentada. También en El árbol de la ciencia interrumpe de muy buen grado el relato de las peripecias del protagonista para que otro personaje le exponga las ideas de Schopenhauer en la terraza de una tarde madrileña, con cielo encendido y vuelo bajo de las golondrinas. También Graham Greene en el momento más emocionante y peligroso de El americano impasible pone a los protagonistas a debatir sobre la existencia o inexistencia de Dios…  

Las andanzas de Jarabo en el Madrid de los años 50 han llegado a ser muy conocidas, por la atrocidad de los crímenes que cometió y la manera idiota en que la policía descubrió su autoría. Era Jarabo un hombre pinturero, vividor, mujeriego y desgraciado, que frecuentaba Chicote y otros templos del hedonismo y vivía por encima de sus posibilidades. Estando ya sin blanca, para recuperar unas joyas que había empeñado mató a los dos prestamistas y además a dos mujeres que tuvieron la mala suerte de cruzarse en su camino. Luego llevó el traje que vestía mientras cometía los crímenes a su tintorería de confianza, pero cuando los tintoreros vieron que estaba empapado de sangre dieron parte a la policía. Al día siguiente, cuando fue a recoger su traje, Jarabo fue detenido. No suscitó en el magistrado que lo juzgó ninguna simpatía. 


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