THE OBJECTIVE
Luis Antonio de Villena

Fulgor y horror del turismo

«El turismo fue bueno para España en el tardofranquismo, pero ahora el turismo de garrafón es un mal y serio»

Opinión
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Fulgor y horror del turismo

Turistas ingleses en Magaluf. | Marcin Nowak (Europa Press)

Creo que la consideración general del turismo sigue siendo la de que es un bien, por lo económico esencialmente. Y así España (sin entrar en detalles) se sigue envaneciendo de ser uno de los primeros destinos turísticos mundiales. Y eso que el relumbrón de años atrás ya está lejos de ser unánime. El llamado turismo «de sol y borrachera», uso de los más vulgares británicos, no lo quiere nadie ya. Los gritos, el ruido, la inmensa falta de educación de tantos -extranjeros y nacionales- está haciendo ver que a España -la avaricia rompe el saco y los políticos mirando a Babia- le ha tocado, en muy amplia medida, un turismo vulgar y ramplón que como la marabunta sólo desolación y estropicio deja a cambio de precios chatos.

Pongamos otros lugares europeos turísticos de antiguo: la Costa Azul francesa o la Costiera amalfitana (al sur de Nápoles) en Italia. Frente a Nápoles, ya que estamos, se puede mencionar asimismo la hermosa isla de Capri. Lugares como Niza, Cannes, Antibes, Amalfi, Capri o Positano -y cito sólo unos pocos lugares- siguen siendo excelentes destinos de placer y viaje, hoy por supuesto con más gente que antes, pero la calidad se mantiene. Obvio, no son lugares baratos. Pero es que la baratura -por falta de educación y cultura- suele llevar al chafarrinón más lamentable. Buena parte de la costa mediterránea española está destruida. Mallorca fue un esplendor antaño y hoy casi toda parece Magaluf. ¿Sigue a salvo Deyá, al norte, donde antaño viviera Robert Graves? La Costa del Sol fue un milagro de los 60 -todavía recuerdo de adolescente un Torremolinos permisivo y maravilloso y una Fuengirola aún con algo de aldea de pescadores- claro está que toda esa costa malagueña se ha degradado y mucho, parece que (dinero de nuevo) sólo Marbella se salva. Si se pregunta porqué es casi todo tan cutre y hortera, te suelen replicar: las autoridades fomentaron el turismo de masa -esa terrible palabra- es decir, el turismo de sangría y hamburguesa. ¿Quiero decir que la gente con poco dinero no tiene derecho al turismo? Tiene derecho, desde luego, pero nos vamos demasiado lejos si de nuevo aludimos a la dejación de las autoridades en cuanto a educación y comportamiento. Con educación el turismo barato sería normal y bueno, pero creo que hablo tristemente de una entelequia. Pero ahí está: la Costa del Sol naufraga y la Costa Azul sigue navegando, y desde mucho antes en el tiempo. 

El turismo fue bueno para España en el tardofranquismo, pero ahora el turismo de garrafón (peor el británico, porque no es su país) es un mal y serio. Hasta Ada Colau empieza a poner pegas a esos llamados «pisos turísticos» que se alquilan por semanas o menos y de modo salvaje que nada respeta, a sucesivas hordas de vándalos -hombres y mujeres- que lo degradan y aplebeyan todo. Recuerdo (la mirada de antes) y en Torremolinos, que cuando aún las españolas llevaban velo en misa, francesas y alemanas no lo usaban. Claro es, las españolas dejaron muy pronto el velo en el baúl olvidado. Aquel turismo -1967, digamos- aún no masivo, aunque no necesariamente de lujo, sirvió y fue bienvenido para abrir ventanas a Europa y sacudir la caspa nacionalcatólica. Aquello mereció la pena, pero ya diez años después la masa triunfaba y no ha hecho, de entonces acá, sino aumentar y arrasar todo a su paso. La política turística española -ya se ve- ha sido desastrosa, pues se ha preferido la cantidad a la calidad, y ni siquiera se ha vigilado alguna excepción. No somos Francia ni Italia.  Pongo un ejemplo: se acepta el turismo más masivo y barato (digo, con alguna compostura) pero se reservan lugares para el turismo caro. Ahora mismo -basta ver anuncios- se está intentando ya salvar lugares especiales, pero ello ocurre no de modo natural, sino ante el desastre de los tantos lugares -muchos, demasiados- asolados. 

La masa es un mal, pero hoy es difícil hablar contra la masa. La masa no es el pueblo, sino la gente amazacotada sin sentido de lo individual. El turista que viaja en grupos amorfos y que, ante cualquier obra de arte o paisaje, sólo sabe decir «¡qué bonito!», no viaja, se desplaza sólo. Otro mal contemporáneo. Desplazarse y viajar son antagónicos. Y es de sobra sabido: un viajero es lo opuesto a un turista, a cualquiera. El turismo fue un bien y ahora se diría -pocas excepciones- la apisonadora del fin del mundo.         

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