THE OBJECTIVE
David Mejía

La propaganda y la ley

«Impostando una victoria histórica sobre el patriarcado el Gobierno logra, sin cambiar las reglas, inclinar el tablero»

Opinión
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La propaganda y la ley

La ministra de Igualdad, Irene Montero. | Europa Press

Si tan necesaria era la ley del solo sí es sí, no entiendo la insistencia de sus promotores en defenderla con falsedades. ¿Desde cuándo la virtud precisa los avales del embuste? Pero desde su fase de tramitación, la ley -que se presenta como un hito legislativo sin precedentes- ha sido objeto de una de las mayores campañas de desinformación política y mediática que se recuerdan. Aprobada la Ley, el Gobierno y sus medios de cabecera insisten en la misma falsedad: «Por fin el consentimiento es el eje de las relaciones sexuales». La mentira, claro, está en el «por fin». 

Para aderezar la mentira, algún alto cargo incluso ha probado con el género de ficción, narrando encuentros con mujeres mayores que, con lágrimas en los ojos, se acercaban a darle las gracias por un logro soñado. Todos tendemos a exagerar nuestras aportaciones al mundo, pero debemos cuidarnos de no rebasar la línea que separa la exageración de la fantasía. Pero el Gobierno no ha orquestado esta campaña para hacer propaganda de la ley, sino de sí mismo. Fingir que la ley supone un punto de inflexión para las libertades sexuales les permite presentarse como el Ejecutivo que puso fin a una sociedad salvaje, contraria a la libertad sexual de la mujer, y dio paso a la civilización. 

En aras del debate, asumamos como cierta la mentira; asumamos que hasta ahora el consentimiento no estaba en el centro de los delitos contra la libertad sexual. Este supuesto divide a la sociedad española en dos grupos. Por un lado, estamos los ingenuos que creemos que el consentimiento ya estaba en el centro. Por otro están quienes consideran que no lo ha estado hasta la aprobación de esta ley. En este escenario, los primeros tenemos derecho a preguntar a los segundos por qué han tardado treinta años en subsanar una injusticia que veían con tanta claridad. ¿Por qué la preocupación por el consentimiento sexual no aparece hasta los programas electorales de 2019?

«Llamaremos agresor al otrora abusador, pero las penas -si no se demuestran violencia ni intimidación- serán similares»

Me dirán, claro, que fue el caso de La Manada lo que provocó su despertar. Que hasta entonces creían, tan ingenuamente como nosotros, que el consentimiento sí estaba en el centro. Pero si el despertar llegó tan tarde, la injusticia no podía ser tan grave, ni tan obvia como la pintan. Además, el caso de La Manada no certificó ninguna ignominia que esta ley vaya a subsanar, como se han hartado de explicar distinguidos penalistas. Llamaremos agresor al otrora abusador, pero las penas -si no se demuestran violencia ni intimidación- serán similares. La ley amplía el umbral de discrecionalidad de los jueces, pero los delitos y penas están, en esencia, donde estaban ayer, y con el consentimiento como eje. 

Pero camuflar una reforma cosmética de reforma histórica tiene su lógica; la propaganda es mentira, pero no es inútil. Impostando una victoria histórica sobre el patriarcado el Gobierno logra, sin cambiar las reglas, inclinar el tablero.

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