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Jorge Vilches

La justicia progresista y otros engañabobos

«Que la única política económica de este Gobierno de ‘progreso’ sea apretar las tuercas fiscales es una demostración de que está agotado»

Opinión
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La justicia progresista y otros engañabobos

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Europa Press

Ayuso y Moreno Bonilla han tenido la criminal idea de bajar impuestos. Incluso este último, presidente de la Junta de Andalucía, ha suprimido ahora el Impuesto de Patrimonio. La izquierda ha estallado, claro. No tolera que se ponga en marcha un modelo que funciona mejor para el crecimiento económico, el respeto a los individuos y sin perjuicio de los servicios públicos. 

Es una cuestión meramente ideológica. El problema es que este Gobierno de «coalición progresista» cree que a mayor presión fiscal, más progreso. Claro, porque entiende por «progreso» una sociedad en manos de un Estado cada vez más grande, que se apropie de la riqueza particular, y la distribuya a su discreción para crear personas dependientes de una subvención y unas buenas redes clientelares. 

No nos engañemos. A los socialistas y a los podemitas solo les interesa el Gobierno para transformar el país, su mentalidad, estructura y costumbres, y establecer así las condiciones que les aseguren su continuidad en el poder. Les importa un higo que las empresas quiebren, que la inflación sea de dos dígitos, o que aumente el desempleo mientras tengan un Estado recaudador que reparta el dinero con criterios políticos

El argumento de la voracidad fiscal es la «justicia». No cabe una falacia mayor. La izquierda cree que el cóctel de emociones y mentiras, como el quitar a los ricos para dárselo a los pobres y mantener los servicios públicos, es sinónimo de «justicia». Ni siquiera esta falsedad es suficiente para justificar el latrocinio organizado y empobrecedor. 

«Es justo» -dicen sanchistas y podemitas- «que en tiempos de crisis» -provocada por su negligencia- «paguen más quienes más tienen». Y se quedan tan anchos, cuando en realidad ya estamos pagando más por su incapacidad para controlar la inflación y por su negativa a bajar los impuestos al consumo para que mantengamos el nivel adquisitivo. ¿O es que pagar más por el mismo gas, electricidad o gasolina es justo? 

«No es de justicia que una sociedad aguante un Ejecutivo negligente y arrogante, tan inepto que ni siquiera sabe emplear el dinero que viene de Europa»

Que la única política económica de este gobierno de «progreso» sea apretar las tuercas fiscales es una demostración de que está agotado. Lo justo, si utilizamos bien el concepto de justicia, es que vuelva a la vida privada quien confunde gobernar con ordenar, quien por ambición personal pone en cuestión el orden constitucional, o quien insiste en una fórmula económica que nos empobrece. 

No es de justicia que una sociedad aguante un Ejecutivo negligente y arrogante, tan inepto que ni siquiera sabe emplear el dinero que viene de Europa. Estamos casi en octubre y el Gobierno sólo ha movilizado un 16% de los fondos europeos previstos para 2022. Quizá por esto «los progresistas» no proporcionan datos de cuánto ha llegado realmente a la economía, ya que su finalidad era reanimarla para crear empleo y mantener la actividad. Esta incapacidad sí es injusta. 

Ahora bien, la «justicia» de la izquierda cambia si los equilibrios para mantener la mayoría parlamentaria que sostiene a Su Sanchidad están en peligro. Si el ministro Escrivá dice que hay que armonizar impuestos; esto es, eliminar la autonomía fiscal de los gobiernos regionales, salta la portavoz sanchista para corregir la afirmación y que los nacionalistas no se alteren. 

Resumiendo. El uso en política del concepto de justicia, tan elástico como falso, es corriente entre los populistas. No en vano el peronismo, la central lechera de todo este mamoneo, se llama justicialismo. Aquellos padres del populismo moderno mezclaron un burdo obrerismo con un patrioterismo de hojalata, de reparto de la riqueza ajena, y un discurso anticapitalista, y se presentaron como la única solución porque siempre tuvieron vocación de partido único. 

El sanchismo, en su desesperación, se acoge a los más casposo de ese populismo, a un discurso de enfrentamiento, emocional y estéril, para distraer y seguir. Mientras, en Moncloa, Sánchez está preocupado porque ninguna cadena de televisión quiere una serie sobre su vida y milagros progresistas. Y nosotros, la «gente», dándole vueltas a cómo pagar las facturas. Qué diferencia.

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