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Guadalupe Sánchez

Una moción de censura socialista contra el sanchismo

«Para que una moción de censura cobre sentido, el candidato tiene que ser socialista: solo el PSOE puede darle la estocada final al sanchismo»

Opinión
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Una moción de censura socialista contra el sanchismo

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Europa Press

Durante muchos años hemos dado la democracia por sentada. Esta autocomplacencia irresponsable ha degenerado en que los partidos políticos se hayan centrado en el electoralismo cortoplacista y demasiados compatriotas solo se preocupen por la inmediatez de lo que afecta a su bolsillo. Pero esta crisis que estamos padeciendo nada tiene que ver con las de índole económico y financiero que antaño hemos vivido: Pedro Sánchez es el mayor reto al que se ha enfrentado nunca la democracia española. 

El proceso de degradación al que el sanchismo está sometiendo a las instituciones no tiene precedentes conocidos en nuestra historia reciente, y eso que aún no ha tocado techo. Nadie es capaz de predecir hasta dónde está dispuesto a llegar porque, como escribí hace un tiempo, la única línea roja que tiene el presidente es la de la marca de su bañador.

No solo son peligrosas las reformas punitivas e institucionales que está acometiendo, sino la sensación que Sánchez traslada al ciudadano de que nada ni nadie puede pararle los pies: su Gobierno está por encima de las sentencias de los tribunales y de las reglas del juego, hasta el punto de que puede acomodar la legislación a sus ansias de poder sin tener que responder por ello judicialmente. 

Sánchez concede impunidad porque se siente impune. Está demostrando que puede eliminar delitos o abaratar sustancialmente la pena a sus socios golpistas por la vía de urgencia, garantizándoles de paso que no tendrán que responder penalmente si lo vuelven a hacer en el futuro, aun cuando el precio a pagar sea poner a otros corruptos en la calle. También que puede rebajar las mayorías que rigen en el CGPJ para elegir a los magistrados del Tribunal Constitucional y garantizarse la colocación de dos fieles escuderos que convaliden sus propósitos. O que puede permitirse que el portavoz de su partido en el Congreso dé un toque de atención a los jueces por aplicar a los agresores sexuales una rebaja de condena contemplada en la ley. Sánchez ha interiorizado que lo puede todo, que sus actos no tienen consecuencias.

Así que los remedios tradicionales para frenar al sanchismo no sirven, pero hay que hacerlo ya, con la máxima urgencia, porque las instituciones democráticas no van a resistir mucho más. Efectivamente, no cabe esperar una respuesta del Constitucional con la premura que merecen los acontecimientos, ni mucho menos que ésta se produzca en el sentido necesario una vez consumado el asalto al Tribunal. Esto hace que apostarlo todo a una convocatoria electoral no devenga en la mejor solución, porque Sánchez ya se ha cuidado de avisar que los independentistas no les hacen los golpes de Estado a los españoles, sino a la derecha. Ergo quien no quiera ver de nuevo las calles de Cataluña ardiendo y revivir los acontecimientos de 2017, lo que tiene que hacer es votar sanchista.

«En el plano internacional no conocen las promesas incumplidas de Sánchez ni las mentiras que profirió y su imagen es la del perfecto líder bruselense»

La otra vía es la moción de censura que plantea Vox, pero esta resultaría inútil y hasta contraproducente si la encabeza un candidato vinculado al centro derecha, por muy respetado y respetable que sea. Para que una moción de censura cobre sentido, el candidato tiene que ser socialista: solo el PSOE puede darle la estocada final al sanchismo.

Sé que a muchos este planteamiento les puede resultar hilarante y a otros incómodo, pues parten de la premisa de que no hay PSOE bueno. Soy la primera que asume que, si alguna vez existió, el sanchismo ya lo habría fagocitado y escupido. Pero incluso aunque no quede nada del partido político, sí quedan socialistas que respetan el orden constitucional y son conscientes de la delicada tesitura actual. De igual forma que la batalla contra el feminismo identitario no puede darse sin contar con las mujeres, la ofensiva contra el sanchismo no cabe plantearla sin contar con el socialismo. Es lo pragmático, lo inteligente y lo necesario.

Hay muchos nombres que se me ocurren para asumir esta ardua tarea, entre los que yo destacaría el de Javier Fernández, respetado en las filas socialistas y que tan bien conoce a Pedro. Pero no es el único que podría acometerla: Joaquín Leguina, Nicolás Redondo Terreros, Susana Díaz, Alfonso Guerra o hasta el mismísimo Felipe González deben de ser tenidos en cuenta. Pero el éxito de esta estrategia no será posible si los partidos de la oposición y sus votantes no son capaces de llevar a cabo un ejercicio de generosidad y cesión, manteniendo la unidad y la altura de miras hasta la nueva convocatoria electoral. Creo que la salvaguarda de la democracia constitucional bien merece sacrificar temporalmente los intereses electorales cortoplacistas. 

Incluso aunque la moción de censura finalmente no prosperase, habrá merecido la pena intentarlo, no sólo por abrir en el PSOE la brecha constitucionalista, sino por el mensaje que mandaríamos a la Unión Europea, donde Pedro Sánchez ha asentado el relato de que todo esto no son más que pataletas de una oposición que no acepta su legitimidad para gobernar. En el plano internacional no conocen las promesas incumplidas de Sánchez ni las mentiras que profirió para llegar al poder y su imagen es la del perfecto líder bruselense: progresista, inclusivo y climático. Solo un alzamiento en las filas de su propio partido les pondría sobre aviso. 

Parafraseando a Maquiavelo, quien quiera reinar tendrá que dividir. Es el juego de Sánchez desde aquella moción de censura contra el gobierno de Mariano Rajoy en la que prometía devolvernos una dignidad que ahora no para de violentar. Ponerlo en un aprieto con otra moción de censura liderada por alguien de aquel PSOE al que se afanó en anular y humillar sería justicia poética.

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