THE OBJECTIVE
José Antonio Montano

Ciudadanos: vestido para morir

«Se ha hablado del voto volátil de Ciudadanos, pero era un voto de lujo. Constituía otra rareza española: la del votante que castiga a su partido si lo hace mal»

Opinión
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Ciudadanos: vestido para morir

Ilustración de Erich Gordon.

Ciudadanos es ya como Peter Sellers al comienzo de El guateque, en la escena del rodaje de la batalla en la India. Es el trompetista del regimiento y después de cada disparo se levanta para soplar la trompeta. Así una y otra vez. Siempre agoniza y nunca termina de morir. Y el signo de que se mantiene vivo es el hilillo trompetero, ridículo pero inagotable. Hasta que el director dice «¡corten!».

En mitad de su agonía, tras sus últimos desastres electorales y con el partido dividido en dos facciones que luchan por las migajas, Ciudadanos ha encontrado tiempo para cambiar de logo. Tal vez nada sea más definitorio de su situación, de su extravío. Pensar que todo puede cambiar con un logo, con un vestido nuevo. Se viste para morir.

Arcadi Espada dice en su nuevo podcast que las razones por las que nació Ciudadanos en 2006 son hoy más acuciantes que entonces, por lo que la necesidad de ese partido es hoy mayor. Estoy de acuerdo, pero sin el entusiasmo que correspondería. Tal entusiasmo (que en mí, todo hay que decirlo, siempre estuvo atravesado de dosis escépticas: gajes del carácter) se agotó. 

La necesidad de Ciudadanos que hoy se reconoce no puede eludir el reconocimiento parejo de que en su momento decisivo Ciudadanos lo hizo mal. Nació para una cosa, y cuando esa cosa pudo cumplirse Ciudadanos estuvo en otra. Ahí murió realmente. Lo demás ha sido agonía. ¿Cómo impostar entusiasmo ahora? Solo hay decepción.

Tiene gracia que los que le jalearon a Albert Rivera hasta el último de sus errores hoy estén por el voto útil… al PP. ¡Y nos regañan a los que nos mantuvimos en todo momento en el diagnóstico acertado! Diagnóstico que nos hizo (y nos hace) ser críticos, rabiosamente críticos. Tal vez porque no teníamos otra cosa que votar. Ellos, en cambio, sí tenían otra cosa que votar (el PP) e incluso otra cosa a la que acogerse (el PP) y desde la que regañarnos.

«Con Ciudadanos permanecieron los antinacionalistas de todos los nacionalismos»

Ciudadanos me sacó de la abstención y cuando termine de desaparecer Ciudadanos regresaré a la abstención. Yo no tenía otra cosa que votar (y, desde luego, jamás he pensado acogerme a nada: lo mío es la intemperie). Un sector electoral (el de los detestados «votantes finos») era el específico de Ciudadanos: el que iba a seguir votando a Ciudadanos, y a ningún otro partido, a poco que Ciudadanos cumpliera. A ese sector Rivera lo expulsó.

En su momento de auge Ciudadanos tenía un voto prestado, sin duda atraído por su antinacionalismo. Cuando surgió Vox, ese voto se fue a Vox. Resultó que el antinacionalismo de estos era de pega: se pirraban por otro nacionalismo. Con Ciudadanos permanecieron los antinacionalistas de todos los nacionalismos: no muchos en España, pero los suficientes para mantener un partido que pintara algo.

Se ha hablado del voto volátil de Ciudadanos, pero era un voto de lujo. Constituía otra rareza española: la del votante que castiga a su partido si lo hace mal. Yo ya me abstuve, en realidad, en las generales de 2019. Por castigar. Y porque consideraba que Ciudadanos ya había cometido su error mortal. Ahora creo que me precipité al abstenerme, visto el resultado. ¿Pero cuál era la alternativa? ¿Seguir votando como si nada al que se equivocó? Para hacer eso ya tiene el votante español a todos los demás partidos.

Me quedan mis últimos votos crepusculares a Ciudadanos, en las próximas municipales y generales. Saborearé los dos momentos papeleta. Porque después me imagino que Ciudadanos se extinguirá y yo me instalaré (¡y no me moverá ya nadie!) en la blanca abstención.

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