THE OBJECTIVE
Fernando Savater

Después de la sorpresa

«La manifestación del sábado 21 exaltó los corazones de quienes estuvimos allí. Ahora lo que sigue es votar bien»

Opinión
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Después de la sorpresa

La manifestación del día 21. | Álvaro Laguna (Europa Press)

Resulta evidente que el resultado de la manifestación del sábado 21 sorprendió a propios y extraños. A los que fuimos a ella nos sorprendió gratamente su magnitud, con la que habíamos soñado pero no previsto, y el ambiente de serena alegría del festejo político. Los dos jóvenes que leyeron el comunicado lo hicieron con tranquila energía, sin aspavientos ni vacilaciones, no como quien ofende o amenaza, sino como describiendo lo que ocurre y anunciando lo que va a pasar. ¡Espléndido, inolvidable! Pero la mayor sorpresa se la llevaron los adversarios de las convocatoria, que no supieron qué decir… ¡Con la de cosas que habrían dicho si hubiese salido mal! ¿Con que treinta y un mil asistentes (mejor 31.223, para impresionar a quien se deje)? Hombre, puesto a mentir a la baja di casi cien mil: también sabes que te quedas corto, pero por lo menos no haces reír. Y luego la argumentación crítica: el «españolismo defensivo» que otros tachan de «excluyente». ¿Será eso o sencillamente miles y miles de españoles ofendidos diariamente en su legítimo patriotismo y que por fin dejan claro que van a defenderse? ¿Excluyente? Oiga, ¿y puede usted decirme a quien se excluye? ¿A quién que quiera ser ciudadano de un Estado de Derecho plural,  que culturalmente quizá se sienta distinto pero igual en libertades y derechos que los demás? A ver, payasos, venga esa lista de excluidos: ¿los vascos fiscalmente privilegiados y con más reconocimiento de su lengua e idiosincrasia de la que ha tenido nunca? ¿Los catalanes, con un estatuto más largo que cualquier constitución conocida o por conocer? Ah, sí, es verdad: se excluye a los que pretenden privar de la lengua común a sus conciudadanos en educación o uso administrativo, aunque nadie les impide utilizar la suya; a los que persiguen los reconocimientos públicos de símbolos españoles como si fueran agravios a su personalidad regional, que se expresa como y cuando quiere. Pues  ¿saben lo que les digo? Que bien excluidos están y que ya era hora de decirles alto y claro que su conducta separatista es incompatible con la armonía normativa de una comunidad democrática.

«Resulta que la bandera rojigualda es la de todos y sólo enfrenta a quienes pretenden enfrentarse con los demás»

La más notable de la tonterías balbuceadas para tratar de tapar el sol con un dedo y la gran manifestación con chorradicas, es lo de «la apropiación de símbolos comunes, como la bandera y el himno que el sábado sonó en Cibeles». ¡Acabáramos! ¡Pobrecillos, les hemos robado la bandera y el himno, la bandera que están deseando de quemar y el himno que pitan en cuanto lo oyen sonar! Por lo visto, los que exhiben la bandera con cariño y respeto se la roban a quienes creen que exhibirla es de fascistas y se niegan a ponerla en cualquier edificio público, aunque sea obligatorio; los que se emocionan con el himno de su país quieren monopolizarlo y se lo arrebatan a los que lo consideran «una cutre pachanga fachosa» (como dijo Pablo Iglesias). Y nos dicen que este  supuesto expolio es típico de los nacionalpopulismos que hoy solemos llamar trumpistas, fíjense que cosas. Aquí todos somos trumpistas menos los separatistas, los comunistas y los creyentes en la trans… figuración. Pero resulta que la bandera rojigualda es la de todos y sólo enfrenta a quienes pretenden enfrentarse con los demás: nada que ver por ejemplo con la estelada, que por no ser ni siquiera es la de Cataluña. Y nuestro himno es tan conciliador que no se atreve a tener letra oficial, para que cada cual le ponga la poesía que prefiera. Nada, usted perdone, la próxima vez que saquemos unos cientos de miles de personas a la calle procuraremos que sólo se vea la bandera de la Cruz Roja, por si hay algún accidente, y no se oigan más que las toses de los que estén resfriados…

Lo que se vio en la manifestación es que realmente fue la manifa de todos, como dicen en París. Se trata de decir «no» a los corruptos por el afán de perpetuarse en el poder y de sustituir al peor gobierno de la democracia, apoyado por los enemigos de la unidad del país, del progreso industrial y de los empresarios con iniciativa. Pero no fue la manifestación del PP, de Vox o de Cs, sino la de quienes saben que no es hora de hacer distingos si se quiere desalojar al enemigo común y recuperar España. Los que tengan miedo de juntarse con la ultraderecha que sigan con la extrema izquierda, que les va a ir muy bien… A fin de cuentas, se preguntan algunos, ¿para qué sirve una manifestación como ésa, por sorprendentemente grande que sea? En cierta ocasión paseaba Stendhal por Roma con un conocido y se entretuvo en encomiarle la armonía y belleza de la cúpula de Miguel Ángel en el Vaticano. El otro, un comerciante prosaico, comentó: «Todo eso es muy bonito pero…¿para qué sirve?». Y Stendhal repuso: «Sirve para exaltar el corazón humano». La manifestación del sábado 21 exaltó los corazones de quienes estuvimos allí. Ahora lo que sigue es votar bien.

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