THE OBJECTIVE
Pilar Marcos

Podemos, Pudimos, Pudrimos, Podremos

«Pudrimos -antes Pudimos, antaño Podemos- tiene como lógica estrategia volar los puentes con el PSOE y con Díaz, y putrefactar la viabilidad del Frankenstein»

Opinión
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Podemos, Pudimos, Pudrimos, Podremos

Pablo Iglesias. | Europa Press

La agitada trayectoria, composición, táctica y estrategia del partido de Pablo Iglesias -desde el movimiento político hegemónico que quiso ser al conjunto de asientos de conveniencia en el Consejo de Ministros que hoy es- puede resumirse en cuatro palabras: Podemos, Pudimos, Pudrimos, Podremos. Y no, no es un trabalenguas.

El origen, como movimiento político que intentó (y, en buena medida, logró) aglutinar el descontento por la crisis de 2008, tomó el nombre de Podemos, con una doble acepción. Sonaba, para los más naïf, a simpática adaptación del Yes, we can de Barack Obama. Lo recordarán: terminaban sus mítines gritando «¡sí se puede!». Y, para los más cafeteros, heredaba el nombre del partido chavista Podemos (Poder y Democracia Social, fundado en 2002 por el propio Hugo Chávez). Conviene no olvidar que el grupito de politólogos (Iglesias, Errejón, Monedero, et al) que lanzó el proyecto de movimiento hegemónico vivían en esos tiempos de (digamos) asesorar a los regímenes del comunismo bolivariano.

Ese Podemos inicial logró un inesperado buen resultado en su estreno electoral para las elecciones europeas de 2014. Con una papeleta que destacaba la foto de un desaliñado Pablo Iglesias lograron cinco europarlamentarios; una buena inyección de fondos y de expectativas electorales que se tradujo en su apoteósico estreno en el Congreso de los Diputados en las elecciones de 2015: tercera fuerza política, 5,2 millones de votos, 69 escaños. 

Tercera fuerza política en un parlamento «colgado». Ni conocíamos la expresión (hung parliament) porque era impensable pasar del bipartidismo imperfecto a un multipartidismo tan fragmentado que fuera imposible, para la opción más votada, sumar una mayoría de investidura. 

Se repitieron las elecciones pocos meses después, ya en 2016, y ahí, de forma aún imperceptible, empezó la decadencia de Podemos. Cinco millones de votos raspados, aunque con dos escaños más: 71. Y sí, otra vez tercera fuerza política. ¡Y a solo 14 escaños de los 85 que obtuvo Pedro Sánchez para el PSOE!

Podemos entonces era ¡claro que Podemos! Y tan Podemos era que, de forma discreta, logró urdir -en la primavera de 2018- el acuerdo Frankenstein que votó la moción de censura de mayo contra Mariano Rajoy, un minuto después de la retrasada aprobación de su Presupuesto. 

Podemos era tan Podemos que invistió a Sánchez con el peor resultado electoral de la historia del PSOE, uniendo a su favor los votos de nacionalistas y separatistas de toda condición, sin olvidar ni a los que acababan de dar un golpe a la democracia en el otoño anterior ni a los que hacen Ongi Etorris a los etarras. Aquel Frankenstein era tan consciente del rechazo social que generaba que permitió un Ejecutivo monocolor socialista que los publicistas del momento llamaron «Gobierno bonito». Durante unas horas, aquel Gobierno bonito tuvo de ministro a Máximo Huerta. El declinar de Podemos había empezado. 

Los partidos miden en las urnas sus momentos de auge y decadencia. En las elecciones que tuvo que convocar Sánchez en abril de 2019, después de que ERC -uno de sus principales socios de Frankenstein- le tumbara el proyecto de Presupuestos, Podemos ya no se presentó como un partido sino como una coalición: Unidos-Podemos. Tan unidos que empeoraron sus resultados, de los cinco millones de 2016 a 3,7 millones de papeletas y 42 escaños. Además, cedieron la posición de tercera fuerza a Ciudadanos. Eso sí, el Podemos que empezaba a ser Pudimos logró encumbrar a su patrocinado -Pedro Sánchez- a primera fuerza política: de 85 a 123 (aún escasos) escaños. 

El Parlamento de abril de 2019 quedó tan colgado (tan hung Parliament) como el de 2015 porque los socios de Frankenstein no estuvieron por la labor de seguir apoyando de forma oculta y vergonzante a su patrocinado socialista, y porque el presidente Sánchez (en funciones) no quiso saber nada de la entonces fuerza emergente: el Ciudadanos de Albert Rivera, con 57 escaños y 4,1 millones de votos. Un Gobierno de PSOE y Cs habría contado con mayoría absoluta. Y fue Cs (de Rivera y pos-Rivera) quien pagó todo el coste (electoral y reputacional) por no haber hecho lo imposible para evitar que «Sánchez y su banda» (sic) se atornillaran en el Gobierno de España. 

En la repetición electoral de noviembre de 2019, Iglesias tenía muy claro que Podemos debía estar en el Gobierno para no seguir diluyéndose en Pudimos. Amplió la coalición para dar entrada a lo que quedaba del PCE, se hizo feminista (Unidas-Podemos) y empeoró un poco más sus resultados: 3,1 millones de votos y 35 escaños. También empeoró resultados su patrocinado Sánchez: de 123 a 120 diputados. Se hundió el Cs de Rivera: de 57 a solo 10 escaños. Surgió una nueva tercera fuerza política: Vox con 52 escaños, desde los 24 de unos meses antes. Y empezó la recuperación del PP: de 66 a 89 diputados. 

La clave, para Iglesias, es que su Pudimos claramente declinante ofreció la imagen de un fortalecido Podemos al incorporarse al Gobierno como flamante vicepresidente con un puñado de carteras de su estricta obediencia y responsabilidad.

Los oropeles del poder debieron nublar el entendimiento del líder podémico y, en la primavera de 2021, cuando Isabel Díaz Ayuso se vio forzada a convocar elecciones para solo media legislatura (en respuesta a la múltiple operación de mociones de censura autonómicas Ciudadanos-PSOE, con o sin la anuencia de la dirección nacional de C’s), Iglesias se vio a sí mismo ungido como presidente-necesario de la Comunidad de Madrid. Quizá soñó que ser vicepresidente del Gobierno debía bastarle para frenar la acelerada erosión de su Podemos a su Pudimos. 

«Y en eso están: en pudrir todo lo cercano y lejano, para en el futuro poder de nuevo»

Se equivocó. Su Pudimos ya estaba en ‘nos Pudrimos sin remedio’. Lo entendió con los resultados del 4-M madrileño y decidió dar el siguiente paso: ‘Pudriremos todo lo que no sea de estricta obediencia a lo que yo diga que es Podemos, y lo diga desde fuera, porque solo si ahora Pudrimos después Podremos’. Y en eso están: en pudrir todo lo cercano y lejano, para en el futuro poder de nuevo. Por entendernos, están en el célebre ‘cuanto peor mejor’ tan querido por esa facción de la izquierda.

Pudrimos -antes Pudimos, antaño Podemos- tiene como lógica estrategia volar los puentes con el PSOE y con Yolanda Díaz, y putrefactar la viabilidad del Frankenstein tal como lo conocemos. Lo de Yolanda es lógico. Su evanescente promesa de plataforma Sumar tiene el evidente propósito de ocupar el espacio y la proyección que tuvo Podemos, y es normal que los arrinconados se le revuelvan. Y lo del PSOE también tiene su lógica. Sánchez necesita a todos los socios de Frankenstein para seguir en el Gobierno y para soñar con revalidarlo después de las elecciones. Y le conviene que sean unos socios domesticados por el coche oficial y minorados después en las urnas. Querría un Podemos de gatitas, no de tigresas. En Pudrimos hoy le ofrecen panteras (trans o sin trans).

Y, ojo, las panteras van ganando. Les da igual que sean 500 o 1.000 o ya veremos cuántos los beneficiarios de su incalificable Ley del Sólo Sí es Sí. Las panteras no tienen ninguna prisa por corregir una ley de la que solo se puede ofrecer algún remedio a futuro. Para demostrar poderío, suman a ese fiasco otro de incalculables consecuencias: su Ley Trans. El mayor daño con su Ley Trans ya aprobada lo sufrirán los menores, pero el escándalo es más probable con algún episodio de cambio a una cárcel de mujeres de algún agresor sexual que cumpla condena en una de hombres. Así ha sido en Escocia, con lo que el camino está asfaltado. También es previsible algún escándalo deportivo, que llena páginas en Estados Unidos y Canadá. O alguno más doméstico de petición de ayudas previstas para mujeres por parte de algún (ex-hombre) listo. 

Escándalo habrá. Daño también. Y mucho. Forma parte de este Pudrimos que reta al PSOE, como principal beneficiario de la coalición, con un ‘nos vemos en la calle’. En la calle, con un ‘No a la guerra’ que hoy es un ‘Sí a Putin’. Ahí no puede haber sorpresa: los de Podemos-Pudimos-Pudrimos son evidentemente pro-Putin. En la calle, alentando manifestaciones por la Sanidad pública. De momento, circunscritas a la Comunidad de Madrid de Ayuso, pero extensibles a todos los rincones de España, porque todas las Comunidades Autónomas comparten el mismo problema de escasez de médicos de atención primaria. En la calle, para hacer oposición a la derecha, incluso oposición preventiva a Alberto Núñez Feijóo. En la calle, para pudrir un poco más la convivencia, para ir contra el sistema, para desestabilizarlo todo

En la calle, porque solo si hoy Pudrimos, mañana Podremos. O no. Pero ése es el plan.

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