THE OBJECTIVE
Andreu Jaume

El nuevo templo de la identidad

«La derecha ha reaccionado con un enardecimiento de sus posturas que constituye el reverso de la fiebre identitaria postulada por la izquierda postmaterial»

Opinión
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El nuevo templo de la identidad

Ramón Tamames, candidato de la moción de censura. | Eduardo Parra (Europa Press)

Si para algo ha servido la moción de censura ha sido para demostrar hasta qué punto el Congreso de los diputados ha dejado de representar el sentido y origen de la pólis. Ya Herodoto cuenta cómo el rey Ciro constató que los griegos eran a su juicio gente estrafalaria e inofensiva porque ocupaban su tiempo conversando en las plazas. El ágora constituye la primera manifestación de ese vacío que se abrió en el ayuntamiento civil para discutir sobre la vida pública, el reverso de la domus, que era el espacio dedicado a las labores del cuerpo. Desde que Sócrates, en el Fedro, dictaminara que él vivía de espaldas al campo y de cara a los hombres, ese hueco se fue consolidando como el ámbito simbólico del bien común, transformado por las modernas democracias en las cámaras representativas, donde el voto de los ciudadanos debía custodiar todo aquello que está por encima de lo privado.

Pero de un tiempo a esta parte hemos visto cómo las democracias están mutando hacia un sistema de apología y confrontación de identidades. Desde que en 1964, en El hombre unidimensional, Herbert Marcuse concluyó que el proletariado, sujeto tradicional de la revolución, se había aburguesado por culpa del Estado del Bienestar, la izquierda se dispuso a buscar nuevos objetivos susceptibles de ser emancipados y despertar la conciencia anticapitalista que había quedado aletargada en la clase obrera. Marcuse aludía en su libro vagamente a los oprimidos y los extraños, a los perseguidos de otras razas y de otras culturas, que terminaron siendo los responsables de acabar con esa nueva naturaleza unidimensional del hombre creada por las sociedades industriales. Esa es una de las razones por las que la izquierda postmaterial ha terminado dedicándose a la defensa y la promoción de identidades, ya sean étnicas, históricas o sexuales, sin importarle demasiado la veracidad o la honestidad de la reivindicación, caso en nuestro país del nacionalismo catalán o vasco, integrado sin rubor en el magma de lo que se entiende por izquierda cuando de raíz pertenece a lo que antes se entendía por clasismo. 

Por su parte, la derecha, desbordada por el colapso del capitalismo, que ha ido manifestándose a través de las sucesivas crisis de deuda, las oleadas de refugiados e inmigrantes, el empobrecimiento generado por la pandemia o ahora la guerra de Ucrania, que entre otras cosas supone una batalla por el control económico del mundo, en lugar de buscar soluciones y tratar de preservar el orden liberal, ha reaccionado con un enardecimiento de sus posturas que constituye el reverso exacto de la fiebre identitaria postulada por la izquierda postmaterial. Cuando Angela Merkel dijo que el sistema democrático europeo era alternativlos, –no había alternativa–, en el año 2013 la extrema derecha alemana fundó el partido Alternative für Deutschland, pensado para defender la identidad alemana contra las amenazas externas. Y a partir de ahí ya hemos visto cómo el movimiento ha prendido en todas las naciones occidentales, desde el trumpismo en Estados Unidos hasta las sucesivas reencarnaciones de Le Pen en Francia o el triunfo de Meloni en Italia, por no hablar de los consabidos Urban o Duda en Hungría y Polonia. 

En España, como sabemos, ha sido Vox quien se ha encargado de ofrecer la Alternative für Spanien, escindiendo del PP el alma más ultracatólica y esencialista. Su moción de censura se intentó presentar en un principio como una iniciativa para presentar a una figura senatorial de la Transición que fuera capaz de impugnar la labor del gobierno de coalición y tratar de enderezar el camino de la patria. El señor Tamames quiso dejar claras sus discrepancias con algunos de los puntos más polémicos del programa ideológico de Vox, pero tanto en las entrevistas previas a la moción como durante su actuación en la misma, reveló su profunda afinidad con el nacionalismo más burdo y chabacano del partido que le proponía. Ya en la rueda de prensa anterior, el candidato había declarado que si no fuera por el actual gobierno, España sería ¡el primer país del mundo! ¿Por qué? ¿Cómo? Y sobre todo, ¿para qué? No lo sabemos, pero basta repasar los títulos de sus últimos libros publicados para entender las razones: Hernán Cortés, gigante de la historia (2019) y La mitad del mundo que fue de España, una historia verdadera, casi increíble (2022). ¡Casi increíble! Probablemente el momento más embarazoso de la moción fue cuando Tamames se dirigió a algún portavoz y le espetó: «¡Ustedes hablan mucho de las mujeres, que utilizan como moneda de cambio, pero aquí tenemos una mujer, Isabel la Católica, que en el siglo XVI ya tenía más poder que el rey!». El exabrupto le salió del alma y le retrató para siempre. 

Como decía Jeanne Hersch, el totalitarismo es un mal que se contagia por el cuerpo. Basta verse metido en una marea humana que canta un himno para sentirse impelido por la electricidad de la masa a hacer lo propio y llorar de emoción a grito pelado. El fenómeno de académicos respetables viéndose arrastrados y denigrados por sentimientos de exaltación colectiva no es nuevo. En Cataluña tuvimos el caso de Josep Fontana, un prestigioso y riguroso historiador, que no dudó en ponerse al servicio de la causa del proceso independentista con un título sonrojante: La formació d’una identitat. Una història de Catalunya (2014). Fontana se declaraba sin embozo «rojo y nacionalista», como quien se proclama sin pudor vegano y caníbal.

Todo el espectáculo de la moción no fue sino una exhibición impúdica de las distintas identidades que se han enseñoreado del hemiciclo. El presidente Sánchez –el señor de todas las imposturas, el rostro impenetrable de la nada– enarboló la bandera del progresismo como mera seña de identidad que se opone a la de la extrema derecha. Da igual que esa etiqueta ampare políticas delirantes y lesivas, como hemos comprobado con la ley de libertad sexual, un monstruo jurídico que salió adelante simplemente por el fundamentalismo de Irene Montero, la ministra dispensadora de nuevas identidades gramaticales. Yolanda Díaz aprovechó la ocasión para ofrecer la versión edulcorada y cursilísima de la doctrina sanchista, otra variante de identidad completamente vacía. Y así con casi todos los portavoces, cada cual con su pedazo de particularismo a rastras. Lástima que Inés Arrimadas haya emergido como una excelente parlamentaria justo cuando se ha quedado sin partido, tal vez por no haber sabido ofrecer nada más que la identidad «antinacionalista». Pero en fin, solo en el crepúsculo emprende su vuelo la lechuza de Minerva.

«El parlamento es hoy el mero pretexto para su virtualización en las redes, la gran poza colectiva de Narciso»

Aunque todavía no somos conscientes de ello, es posible que todo lo que había conformado la tradición política de los parlamentos haya desaparecido ya y se haya transformado en otra cosa. El parlamento es hoy el mero pretexto para su virtualización en las redes, la gran poza colectiva de Narciso. Como decía Ortega, la incapacidad de mantener vivo el pasado es el rasgo verdaderamente reaccionario. Tamames quiso presentarse como el custodio de la esencia de la Transición y acabó mostrándose como la prueba de su destrucción. El Congreso de los diputados es ahora el nuevo templo de la identidad y la diferencia. El gran reto de las próximas décadas estriba en averiguar cómo se va a organizar políticamente la oposición a esta peste identitaria, puesto que de ello depende en buena parte la supervivencia de la democracia. 

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