THE OBJECTIVE
Rosa Cullell

El Estado del victimismo

«Pese a tener un Estado de bienestar más extendido que nunca, vivimos en una sociedad en la que una gran parte de sus habitantes se siente víctima»

Opinión
4 comentarios
El Estado del victimismo

Ilustración de Erich Gordon.

Finalmente conseguí cita en una oficina de la Seguridad Social (era 2022, ahora es imposible). Una atenta funcionaria me explicó con todo detalle las condiciones de mi prejubilación. Llevaba 42 años cotizados en España y otros cuatro en el extranjero. «Tienes que jubilarte, ya», me aconsejó. «La pensión no te va a mejorar por seguir trabajando». De repente, la funcionaria de al lado se levantó gritando que ya no podía más. Llevó al cliente hasta la puerta y le pidió que volviera mañana: «A ver si me pillas con fuerzas».

Aquel caballero, según me contaron, era un fijo de la oficina: «Ahora lleva días viniendo para una prestación por cuidados del nieto, que ni vive con él ni está a su cargo. Se las sabe todas; no ha cotizado en su vida, pero no hay ayuda que se le escape». Llevamos décadas diciendo que el Estado del Bienestar se acaba, pero está más vivo y extendido que nunca. 

En los últimos años, con las crisis y las pandemias, han seguido creciendo las ayudas extraordinarias de todo tipo. La penúltima, de 200 euros, es para comida, en un pago único y anual. El pasado año se regalaban 400 euros a los jóvenes de 18 para que se lo gastaran en productos culturales, cuando museos, auditorios y bibliotecas tienen una estupenda oferta gratuita o muy barata. 

He de admitir que debo mucho al sistema de bienestar europeo. Me arreglé mi dentadura en el Londres del 79, cuando España aún no había entrado en la Comunidad Europea. Resulta que allí los extranjeros teníamos derecho a ir al dentista gratis. Compartía casa con una panda de ingleses que no pegaban ni brote; yo era la única que pagaba el alquiler gracias al fruto de tres trabajillos. Ellos vivían del famoso dole (subsidio del paro al que cualquier británico tenía derecho de por vida). Las ayudas al pueblo urbi et orbi parecían garantizar un Gobierno laborista eterno; pues no, los británicos votaron en masa a la conservadora Margaret Thatcher para acabar con las huelgas constantes y el derroche económico.

España vive, tras una legislatura de socios complicados y crisis diversas, en un Estado de bienestar con un crecimiento del PIB peor al esperado y con el empleo privado estancado. De hecho, el 55% de los puestos de trabajo creados entre 2019 y 2022, han sido en el sector público.

Hay descontento entre los jóvenes que ganan bajos salarios tras acabar carreras largas y difíciles, entre las familias que pagan elevados alquileres, en los jubilados convertidos en sostén financiero de hijos y nietos, en esos autónomos que cierran sus empresas por exceso de impuestos y falta de márgenes. También en otros sectores de la sociedad. Añoran, o eso parece, el bienestar perdido, el que tuvieron -dicen- sus padres y abuelos. Sin embargo, nunca hemos vivido en una sociedad con tantas ayudas del papá Estado, pero son ayudas, no un medio de vida (o no debería serlo).

«Las bajas maternales pagadas eran de 16 días en los 80; a principios de los 90 ya eran 120 días»

Con el crecimiento del populismo, el nacionalismo y las políticas extremas, muchos ven peligrar el modelo de las democracias parlamentarias europeas. Joseph Schumpeter, estudioso de los ciclos económicos y autor de La crisis del Estado Fiscal, llegó a predecir, durante la primera mitad del siglo XX, el final sociopolítico del capitalismo, del libre mercado tal y como se conocía: «Se destruirá debido a su propio éxito». Actualmente, son muchos los que hablan de la necesidad de «regenerar» la democracia.

Entiendo que nadie quiera perder lo conseguido por quienes les precedieron, pero déjenme que les diga, en particular al tal tiktoker de 20 años que habló en el acto de Yolanda Díaz:

Las bajas maternales pagadas eran de 16 días en los 80; a principios de los 90 ya eran 120 días. Hoy, el padre tiene derecho a la misma baja que su pareja. En ese período, en el que ahora se dice que no peleamos por la democracia, se aprobó el divorcio, el aborto pasó a ser libre y gratuito. ¡Se legalizó la píldora! La situación de la mujer ha mejorado tanto desde entonces, aunque la brecha salarial sigue sin cerrarse, que no tengo líneas suficientes para enumerarlas. 

El pluriempleo en la España de los setenta era habitual, las becas se daban con cuentagotas y casi todos los españoles de ciudad vivían en viviendas de alquiler. Que hay que aspirar a mejorar, sin duda; pero a cambio de esfuerzo, de creación de riqueza, de innovación, de respeto por quienes, asumiendo riesgos, crean empleo privado. En caso contrario, el bolsillo del Estado, que es por norma deficitario, continuará  agrandando su agujero y  requerirá de una fiscalidad cada vez más alta, que muchos ciudadanos consideran inaceptable.

Pese al Estado de bienestar, vivimos en una sociedad en la que una gran parte de sus habitantes se siente víctima. El independentismo acusa a España de país opresor y cree, por ello, tener derecho a incumplir las leyes en Catalunya. Los podemitas aceptan la okupación y la legalizan: los asaltantes de vivienda son víctimas del sistema o del propietario. Y el nuevo feminismo, el de género, convierte a los hombres en culpables sin pruebas e incluso antes de llegar a los tribunales.

Nuestro mundo occidental, viciado y aburrido, vive sumergido en un pesimismo que lo cubre y justifica todo. En su libro Crítica de la víctima, el profesor Daniele Giglioli afirma que acabamos culpando «al otro de todo lo malo que nos pasa». Olvidan los partidos y hasta algunos gobiernos, sintiéndose inocentes, que su función es hacer sostenible el modelo de economía social y de mercado. Por ahora, lo único que estamos consiguiendo es convertir el Estado del bienestar en un Estado del victimismo.


Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D