THE OBJECTIVE
Andrés Miguel Rondón

Por obra del padre, el hijo, y el 'ceteris paribus'

Si algo caracteriza al paraíso es su pausa total. Su glacial inmovilidad ante el triunfo celestial. Preguntar “¿qué hacen los ángeles por el resto de la eternidad?” es, cómo dudarlo, hereje. “Absolutamente nada”, es la respuesta, “pues no les hace falta”. La fricción, el cambio, el ruido — aquello que Isaiah Berlin llamó “la textura de la vida” — es asunto de profanos y ansiedades y cegueras. La utopía, por tanto, no es otra cosa que una tregua. Un frenar el complejo caudal que nos rodea.

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Por obra del padre, el hijo, y el ‘ceteris paribus’

Si algo caracteriza al paraíso es su pausa total. Su glacial inmovilidad ante el triunfo celestial. Preguntar “¿qué hacen los ángeles por el resto de la eternidad?” es, cómo dudarlo, hereje. “Absolutamente nada”, es la respuesta, “pues no les hace falta”. La fricción, el cambio, el ruido — aquello que Isaiah Berlin llamó “la textura de la vida” — es asunto de profanos y ansiedades y cegueras. La utopía, por tanto, no es otra cosa que una tregua. Un frenar el complejo caudal que nos rodea.

 

Todo ideal se figura siempre detenido en una simulación platónica. El eterno cazador/pescador/crítico literario del comunismo, aquél que labora entre lagos siempre soleados, es también peatón entre ángeles. Su inverso es el tecnócrata que –!por fin!– construye el modelo económico perfecto, y lo hace rodar en perpetuo equilibrio cual demiurgo de cajas musicales. También el nacionalista que hace regresar a su patria a… ¿dónde exactamente? A un lugar quedo y mudo, seguramente.

 

El problema no es abstraerse. Mucho menos desear la perfección. A ese impulso le debemos estas maravillas tecnológicas, este lujo para hablar de estas cosas. El problema es dejar que la pausa nos consuma la vida. Dejar que vengan estos peatones platónicos, con sus alas celestiales y sus paracaídas soviéticos, acá abajo y nos rapten. Tales cosas pasan, amigas y amigos. Y no solamente en países con revoluciones populistas. También en instituciones tan supuestamente ‘higiénicas’ y seculares como el BCE (Banco Central Europeo).

 

La utopía más reciente que tuve la dicha de analizar fue la de esta publicación del BCE en la que argumenta que su política de expansión monetaria cuantitativa (o Quantitative Easing, en inglés) redujo la desigualdad económica en Europa. Cosa curiosa, puesto que todo dato empírico reciente demuestra lo contrario. El QE lo que ha hecho es aumentar la desigualdad por su efecto inflacionario en los mercados financieros e inmobiliarios — mercados a los que tienen acceso una minoría de personas con ahorros. Hasta el banquero más aynrandiano lo admite. Pero en las premisas del modelo utilizado por el BCE se hablaba de otra Europa, una platónica, donde por arte de ceteris paribus (otra tregua celestial) la desigualdad económica era culpa de otros. Lo cierto es que aún hoy, en ese afán por la pausa de los modelos económicos neoclásicos, (habiendo, por cierto, ya la posibilidad académica de trascenderlos) el ceteris paribus mantiene vivo cierto fervor religioso en el corazón de nuestra trinchera. (!Vean que no solo critico a los demás! 😉 )

 

El error de los tecnócratas más ortodoxos es el mismo que el de los pensadores totalitarios — pensar que el mundo es más coherente y más veraz si es sencillo. Pero la mayor realidad es la dinámica, inesperada, contradictoria — aquella que hace tantos siglos Heráclito profesó en sus ríos sin pausa ni identidad. La prescripción, por tanto, es la misma, y es la de mi amigo el novelista Alberto Barrera Tyszka: “El mundo es un lugar complejo… y solo la complejidad puede salvarnos”.

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