THE OBJECTIVE
Fernando L. Quintela

Padre Manuel

Es muy fácil escribir sobre el Hermano Manuel, pero muy difícil en un momento como este. No porque Manuel esté enfermo de ébola, porque además se curará, sino porque tenemos la mala costumbre de dramatizar y matar al protagonista antes de tiempo.

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Padre Manuel

Es muy fácil escribir sobre el Hermano Manuel, pero muy difícil en un momento como este. No porque Manuel esté enfermo de ébola, porque además se curará, sino porque tenemos la mala costumbre de dramatizar y matar al protagonista antes de tiempo.

Es muy fácil escribir sobre el Hermano Manuel, pero muy difícil en un momento como este. No porque Manuel esté enfermo de ébola, porque además se curará, sino porque tenemos la mala costumbre de dramatizar y matar al protagonista antes de tiempo.

Conozco a Manuel desde hace muchos años. En Lunsar, en su Misión, en su hospital que quedó arrasado por los rebeldes del RUF y que reconstruyó hasta convertir las ruinas de nuevo en un hospital. Un hombre sencillo, con unos pantalones cortos y un par de camisetas en su vestidor. Sandalias abiertas. En ese sitio hace mucho calor y hay mucha humedad. Cuando le conocí, después de darme de comer lo que tenía, ese día poco, estalló una tormenta de esas africanas. Rayos y truenos, como se dice vulgarmente, a lo bestia. “Súbete a la mesa”, me dijo. Allí nos quedamos, de pie sobre una mesa en el comedor hasta que escampó. “Por si cae un rayo aquí, así estamos protegidos”.

Manuel es simpático, ya los comprobaréis el día en que se ponga delante de un micrófono cuando le den el alta. Si es que su humildad se lo permite. Es uno de los portadores del Espíritu de los Hermanos de San Juan de Dios que mejor lleva ese estandarte. Es sencillo, ya lo veréis con vuestros propios ojos. Si en vez de llamarse Manuel García Viejo fuese Brad Pitt, por ejemplo, su forma de vestir no sería algo zarrapastrosa. Se convertiría en tendencia.

Es humilde hasta el final. Ya os desesperaréis cuando salga del hospital y tratéis, tratemos, que nos cuente una historia truculenta llena de misterios. Vamos, que esperamos una merienda de negros y lo que nos va a contar son realidades tan graves que no volveremos a hacerle caso. Contará con respeto cómo durante los días del ébola trabajaban las “witchcraft” y los “moriman”, brujas y curanderos que no creen en la medicina tradicional. Nos contará cómo los ciudadanos no se desinfectan con nada que pueda tener lejía “porque da cáncer”. Y cómo las “okada”, esa especie de motoconchos de origen hindú ya no llevan dos pasajeros, sino cinco.

El hermano Manuel resiste, y le veremos volver a su hospital de Lunsar, donde el ébola ya se ha llevado por delante a alguna enfermera suya. Con lo que sus ojos han visto y su cuerpo aguantado no sé qué hacen los grandes productores de cine que no le compran sus derechos. Bueno, sí, es que no los vendería.

Manuel es comprometido, y cómo va a abandonar a su suerte a los vecinos de Lunsar, los colegios, los niños, los ancianos. Cómo va a renunciar a esas charlas con la Hermana Elisa y el resto de Clarisas mexicanas que viven en un Convento cercano. Así que regresará.

Este médico del alma y del cuerpo es un hombre cercano incluso en la distancia. Muy cerca de su hospital mataron en mayo de 2000 a mi amigo Miguel Gil. En el margen de una carretera. Acompañé a su madre, Pato, tres años después, a poner un cruz en ese lugar. Yo regresé dos años mas tarde y fui a localizar la cruz para rezar delante de ella. Se la había “tragado” la maleza. Pero allí estaba. El Hermano Manuel pagó a un propio de la zona para que acondicionase el lugar y lo mantuviese siempre limpio y a la vista. Seguro que lo sigue haciendo.

Manuel ya ha venido, pero volverá.

Como no me quiero ganar una bronca suya cuando salga del Carlos III de Madrid no voy a seguir escribiendo. El resto ya lo contará él.

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