THE OBJECTIVE
Kiko Mendez-Monasterio

Pan y fútbol

Como aquí nos quedamos sin Olimpiadas y -sin los croupieres de Mr Adelson- han pensado en construir un templo babilónico al Real Madrid en mitad de la Castellana. Bien, si los españoles tuvieran pan, podríamos ser neciamente felices. Decía Arrigo Sacchi que el fútbol es lo más importante de entre lo menos importante.

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Pan y fútbol

Como aquí nos quedamos sin Olimpiadas y -sin los croupieres de Mr Adelson- han pensado en construir un templo babilónico al Real Madrid en mitad de la Castellana. Bien, si los españoles tuvieran pan, podríamos ser neciamente felices. Decía Arrigo Sacchi que el fútbol es lo más importante de entre lo menos importante.

Habían chocado dos jugadores en el medio del campo, frente contra frente, como dos cerezas, y el futbolista del equipo que iba perdiendo se quedó en el suelo, conmocionado. Lo retiraron en camilla y las asistencias informaron a su entrenador que no podía seguir, que el golpe le había hecho perder la memoria -no sabía ni quién era-  y que había que llevarlo al hospital para evaluar las lesiones. Cuentan que el entrenador -un inglés-, respondió con una idea más práctica: “Dile que es Pelé, que salga y que empiece a marcar goles”.

Es sólo una de esas leyendas improbables que a veces te cuentan en el descanso o que sirven a los locutores de radio para rellenar los parones repetidos del juego. Cierto que no hay muchas, porque es un deporte con poca literatura y, sin embargo, nadie parece echarlas en falta, que el fútbol no necesita adornarse en exceso, es un extraño espectáculo que aunque en ocasiones resulte aburridísimo se tiene por seguro que el público repetirá el domingo siguiente, quizá porque más que aficionados esa pelota crea devotos.

Por todo, resulta algo snob la también extendida pose de desprecio hacia un fenómeno que marca tan hondo nuestro tiempo y en el que se pueden reconocer más verdades que en los periódicos. De hecho, los expertos de la Unión Europea harían bien en revisar todos los partidos del próximo Mundial, porque más allá del resultado, existe en la personalidad de cada selección mucho del carácter de la nación que representan, y solo hace falta ver fútbol para hacerse una idea de lo complicado que es darles la misma moneda a gente que parece que juega a deportes diferentes. Ni siquiera es necesario tragarse los noventa minutos, a veces basta con los himnos. En la interpretación de la Marsellesa – que muchos de los jugadores franceses no cantan- cualquiera puede entender que el verdadero problema del continente está más al centro que al sur, porque a esas sociedades enfermas de multiculturalismo les va a costar muchísimo encontrar un proyecto común con el que reconocerse en el futuro. Casi más que a nosotros.

Como aquí nos quedamos sin Olimpiadas y -sin los croupiers de Mr Adelson- han pensado en construir un templo babilónico al Real Madrid en mitad de la Castellana. Cuatrocientos millones al altar del fútbol. Bien, si los españoles tuvieran pan, podríamos ser neciamente felices. Decía Arrigo Sacchi que el fútbol es lo más importante de entre lo menos importante. Pues no parece una sentencia exagerada. 

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