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David Mejía

Pancartas anacrónicas

«Irene Montero habría sido una ministra de Igualdad rompedora en la España de la Restauración, pero hace tiempo que dejamos atrás aquel túnel»

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Pancartas anacrónicas

Emilio Naranjo | EFE

El proceso de infantilización de la izquierda es un espectáculo doloroso para quienes aún nos sentimos identificados con esa escuela de pensamiento noble y centenaria. Los ramalazos más hirientes son precisamente aquellos que deslucen, y hasta niegan, los logros de una tradición que lucha desde el siglo XIX por la emancipación del individuo y por ensanchar los márgenes de la democracia.

Cuando nos habíamos acostumbrado a los cánticos vacuos contra el fascismo emerge una nueva fantasmagoría que consiste en señalar como objetivos futuros logros hace tiempo consagrados. Tristemente, es en boca de quienes se autodenominan feministas donde proliferan los eslóganes más extemporáneos. Todavía hay distancia por delante para alcanzar la igualdad efectiva entre hombres y mujeres, pero ¿acaso negar los logros de nuestras antecesoras nos ayuda a avanzar?

La ministra de Igualdad, Irene Montero, parece haber llegado a la conclusión de que, cuanto más reniegue de los logros pasados, cuanto más falsee la situación real de la mujer española y cuanto más sometida la pinte, más fácil será vender como revolucionaria su reforma. Y cuanto más se esmera en lucir un semblante guevarista, más se enroca la realidad y más animadversión provoca entre sus gobernados.

Los ciudadanos son capaces de tolerar opiniones discrepantes, siempre que estén mínimamente ancladas a la realidad. Pero escuchar a la máxima autoridad del Estado en materia de igualdad negar que el consentimiento esté ya en el centro de los delitos contra la libertad sexual o declarar, con tono grave, que «las mujeres también tienen derecho a dedicarse tiempo a sí mismas, por ejemplo, viendo una película tumbadas en el sofá o quedando con unas amigas» solo puede inspirar la risa o la ira.

Irene Montero habría sido una ministra de Igualdad rompedora en la España de la Restauración, incluso en el segundo gobierno de Franco, pero hace tiempo que dejamos atrás aquel túnel. Entiendo que envidie a las Concepción Arenal, Clara Campoamor, Margarita Nelken o Victoria Kent —¡qué político no desea hacer historia!—, pero cada uno debe afrontar los retos que le brinda su tiempo.

La izquierda se ha definido históricamente por su inconformismo; por negarse a dar por bueno lo existente, por considerar que siempre había terreno que ganar. Pero el inconformismo debe ser cabal e informado para no ser confundido con un berrinche adolescente. Renegar de un legado no es siempre progresista: lo que viene después no es necesariamente un avance. En eso estoy con Chesterton: «Hace tiempo que dejé de discutir con gente que prefiere el jueves al miércoles porque es jueves».

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