THE OBJECTIVE
Juan Claudio de Ramón

Pandemia y pedagogía

«No hay aspecto penoso de la crianza que no tenga su contrapartida gozosa»

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Pandemia y pedagogía

Annie Spratt | Unsplash

Abren las oficinas, abren los bares, abren incluso las playas, pero nos hemos desalarmado sin que hayan abierto las escuelas. Lo harán, quizá, quién sabe, en septiembre. Durante este tiempo de obligada educación doméstica una cierta vergüenza colectiva invitaba a reprimir el sarcasmo: en enero, nos peleábamos, ¿recuerdan?, por quién era, en última instancia, el educador de los hijos. En esa polémica, suscitada a raíz del llamado pin parental, ambas partes se acusaban del mismo torcido propósito: querer adoctrinar a la juventud. Pero vino el gran contagio y dejó la impostura de cada bando al descubierto. El Estado descubrió que la socialización en los valores democráticos no corría excesivo riesgo si se dejaba a los niños cuatro meses en casa con los padres. Por su parte, intuyo que muchos progenitores recelosos de la corporación pedagógica no ven el momento de volver a dejar a los zagales en el aula. Demostración, como ha escrito Daniel Gascón, que en España la educación «solo interesa de verdad cuando puede convertirse en batalla cultural o disputa teológica». Prueba adicional: llega al Congreso estos días un nuevo proyecto de ley educativa sin haber hecho el esfuerzo de consensuarla con la oposición.

En mi familia –madre, padre, niña de seis, niño de cuatro– también hemos participado esta recreación involuntaria del Emilio de Rousseau. El resultado ha sido mixto; creemos que a la mayor no le ha sentado tan bien: su rendimiento académico ha declinado un poco; se diría, en cambio, que el pequeño ha ganado en confianza y en soltura en la habilidades propias de su edad. Primera lección: cada niño es distinto. Segunda lección: educar es difícil, lo mismo en su vertiente de transmisión del conocimiento como en la de formación del carácter. En denigrante y probado contraste, es fácil: perder los nervios, enfadarse a la primera dificultad, pegar gritos y desoír las recomendaciones de la asociaciones de pediatría en materia de horas de televisión al día. Pero, como suele ocurrir, no hay aspecto penoso de la crianza que no tenga su contrapartida gozosa. No albergo el deseo de romantizar la experiencia del apiñamiento familiar: mi mujer y yo esperamos con ansia la reapertura de los colegios. Sin embargo, creo que recordaremos con cariño este periodo en que, emparedados vivos, aprendimos a descubrir nuestro propio potencial pedagógico. Tercera lección: lo que nuestros hijos aprenden no está determinado completamente por lo que aprenden en la escuela; educar en casa no es un modelo alternativo, sino un deber moral de los padres y un regalo para los niños. Parece una obviedad, pero no es lo mismo decirlo que haberlo vivido. Los padres somos como cerrajeros de nuestros hijos: aunque siga sin estar claro cómo se abre la caja fuerte de sus capacidades y talentos, sabemos que necesitan nuestra ayuda. No lamentaré haber tenido que emplearme con la ganzúa estos meses pasados.

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