THE OBJECTIVE
Victoria Carvajal

Patas arriba

«Imposible exigir disciplina fiscal en tiempos de extraordinaria necesidad económica y social con el gasto público como principal herramienta para evitar el hundimiento de la economía»

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Patas arriba

TT News Agency/Erik Simander | AP

¿Hay alguien ahí a quien le guste la nueva normalidad? A mí me resulta fea, incierta y tramposa. Las fronteras de medio mundo siguen cerradas y la vida de millones de ciudadanos, desde estudiantes a trabajadores o empresarios, en suspenso. Puede que Europa haya restablecido su espacio Schengen, una de sus mayores conquistas en la integración de sus ciudadanos, pero el virus sigue con nosotros y los rebrotes que cada día se intensifican a nivel local amenazan con dar marcha atrás la ansiada reanudación del tráfico de personas. Llevar la mascarilla a más de 30 grados de temperatura tampoco ayuda. Y resulta aún más irritante cuando la sensación de ir de nuevo a ciegas no te abandona. No parece haber mucho control sobre la prevención, vamos a tientas en la hoja de ruta económica y es difícil vislumbrar qué orden internacional sustituirá al que hemos conocido hasta ahora.

Lo que es seguro es que el Tratado de Maastricht se ha volatilizado. Imposible exigir disciplina fiscal en tiempos de extraordinaria necesidad económica y social con el gasto público como principal herramienta para evitar el hundimiento de la economía. Nos adentramos en territorio desconocido y la tentación autoritaria ha estado muy presente en el estado de alarma vivido. La cooperación multilateral, Europa en su mejor versión solidaria y el control parlamentario son la mejor vacuna para curarse la desolación post-COVID que nos aqueja. Pero se mire por donde se mire, todos los frentes andan revueltos.

La reciente gira de Pedro Sánchez por Europa dejó en evidencia que la brecha entre los países ahorradores del Norte y los menos responsables fiscalmente del Sur sigue siendo grande. Va a ser difícil que los 27 logren un acuerdo sobre el fondo de reconstrucción antes del receso de las vacaciones, como querían la canciller Angela Merkel y el presidente Emmanuele Macron y, sobre todo, Italia y España, los dos países más necesitados de ayuda. El sueco Stefan Löfven se lo dejó meridianamente claro al presidente español en el encuentro mantenido. La ayuda ha de estar condicionada. Sánchez parece haber asumido que su Gobierno va a tener que ceder.

La pregunta es si PSOE-UP asumirá sus responsabilidades, por ser España, entre otras cosas, el país con el déficit estructural más alto de la eurozona antes de que se echara encima la crisis provocada por la pandemia, o si echarán la culpa a Europa fomentando irresponsablemente la desafección al proyecto europeo. Y si esas cesiones, que irremediablemente dejarán en papel mojado buena parte de los acuerdos con Unidas Podemos, ¿romperán las costuras de la coalición con sus socios de Gobierno o aguantarán Iglesias y los suyos lo que venga con tal de no perder el poder? Se dice que muchos en el consejo de ministros, los más moderados, se frotan las manos pensando en que las condiciones de Europa, que no habrá más remedio que cumplir, desactiven las políticas populistas que el socio más a la izquierda insiste en sacar adelante.

Además, lejos de hacer los deberes para presentar ante Bruselas unas buenas credenciales, los posibles acuerdos entre las fuerzas políticas para ganarse la confianza de Europa brillan por su ausencia. El fracaso de la Comisión de Reconstrucción del Congreso es evidente: PSOE y PP salvarán por mínimos un acuerdo que excluye la economía y la política social. ¿En un acuerdo de reconstrucción para hacer frente a la peor crisis económica de la democracia? Toda una paradoja. Sólo incluirá acuerdos sanitarios y de aquella manera, pues en el copago no ha habido acuerdo ni tampoco en la creación de la Agencia de Salud Pública. Pero ya estamos acostumbrados. Las comisiones del Parlamento, ya sea de investigación o de reconstrucción como esta, concluyen sin pena ni gloria y sobre todo sin dar una solución a los problemas reales de los ciudadanos. Si no se ha logrado un pacto básico sobre la reconstrucción, ¿quién cree que pueda alcanzarse un acuerdo trasversal sobre los Presupuestos Generales? Todo apunta a que estaremos de nuevo en manos de los socios de investidura del Gobierno de Sánchez, alejados de los intereses de España en Europa.

Todo ello como remate a una semana en la que Nadia Calviño perdió frente al irlandés Paschal Donohoe, la presidencia del Eurogrupo. Ganaron los pequeños frente a los grandes. La española estaba apoyada por Alemania, Francia, Italia y España. El irlandés, por toda la Liga Hanseática, huérfana del Reino Unido en la defensa de sus intereses, menos proclive a avanzar en la integración económica y recelosa de los países del Sur, poco rigurosos fiscalmente. No deja de ser otra paradoja que su apuesta haya sido un irlandés en ausencia del liderazgo escéptico de los británicos. Y que su voto, como grupo de países tradicionalmente acreedores, haya ido a parar a uno de los cuatro miembros de la UE rescatados por la Troika en la recesión que se prolongó de 2008 a 2013. Aún así, no hay que perder la esperanza de que la experiencia del pequeño país, que ha salido airoso y fortalecido de ese rescate, sirva para atemperar los afanes en exceso rigoristas de los países del Norte en esta nueva crisis europea.

Pero veamos, ¿qué consecuencias tiene para España que calming Calviño haya perdido la presidencia del Eurogrupo? Pues para empezar, que efectivamente no hay manera de recuperar la calma. La esperanza era que la vicepresidenta tercera se hiciera con el cargo para así imponer su criterio pro europeo, socialdemócrata, pragmático y riguroso fiscalmente y a la vez sensible a la realidad social, absolutamente necesario para poder aunar otras voluntades políticas en los tiempos que corren, y que eso cobraría fuerza en ese anómalo consejo de ministros. Pero no ha podido ser. La responsable de abortar el pacto con Bildu para la derogación íntegra de la reforma laboral no ha conseguido salir fortalecida en ese extraño Ejecutivo que ha de liderarnos en la salida a la colosal crisis. Una malísima noticia. De nuevo, estamos en manos de Europa.

Mientras, la poco fiable gestión del desconfinamiento es preocupante. ¿Tendremos de nuevo que parar toda la actividad económica? Sería una catástrofe. No hay más que ver el lío con los rebrotes. Sobre todo en Cataluña. El Gobierno, o más bien desgobierno de la Generalitat se resiste a asumir sus responsabilidades e insiste en culpar de todo, como no, a Madrid, incapaz de asumir sus responsabilidades. Y la batalla en este caso se libra en Lleida, provincia indepe donde las haya. Los intentos de Quim Torra de burlar a la jueza contraria al confinamiento de 159.000 personas en la provincia, pone una vez más en evidencia la falta de respeto del presidente de la Generalitat por el Estado de Derecho. Nada nuevo, por otro lado. El descontrol de la pandemia junto a la falta de recursos sanitarios ha llevado a gran parte de la población catalana a pedir que la gestión vuelva a Madrid. Las redes sociales están que arden en ese sentido. Insólito. Pero es sobre todo preocupante por las consecuencias que la irresponsabilidad de Torra puede tener sobre la salud de los catalanes y su ya baqueteada economía de resultas interminable procés.

Y por último, los resultados de las elecciones en el País Vasco y en Galicia. En el primero, es desolador que en el día que se cumplía el 23 aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco, Bildu, heredera de esa izquierda abertxale incapaz de desmarcarse abiertamente de sus antecedentes cómplices con el terrorismo de ETA, se haya erigido como la segunda fuerza del Parlamento Vasco detrás de un PNV siempre tibio con esta y siempre mercantilista en sus apoyos al Gobierno de Madrid. En Galicia triunfó el PP más pragmático, alejado de las propuestas que coquetean con el nacionalismo patrio de Vox. Y eso es esperanzador si en Madrid el partido toma nota. Y lo más destacable, Podemos perdió en ambos territorios, incluso desapareció en el caso de Galicia, a manos de quienes sí representan esa nueva extrema izquierda nacionalista y excluyente, revestida de ecologista y feminista para captar el voto joven. ¿Para qué votar a la copia si tenemos el original? Pero el daño está hecho, porque de paso los socios de Pedro Sánchez han conseguido de forma oportunista e inútil electoralmente, blanquear los más feos orígenes y propuestas del nacionalismo populista.

Pero no hay que olvidar que los populismos se demuestran peor capacitados para gestionar las crisis. No hay más que mirar a EE-UU. La popularidad de Trump se desvanece a medida que las cifras de la gestión de la pandemia empeoran. El presidente de la America First se vio obligado a dar marcha atrás en el decreto que obligaba a la deportación de los estudiantes extranjeros inscritos en universidades que habían decidido suprimir las clases presenciales. Son más de un millón de estudiantes que aportan 45.000 millones de dólares a la economía al año y dan trabajo a casi medio millón de personas.

Si lo que quiere el presidente es forzar a que las universidades retomen su actividad, ¿por qué no facilita el regreso de todos los estudiantes extranjeros que abandonaron el país en lo peor del cornavirus? China, Irán, la zona Schengen (29 países), el Reino Unido, Irlanda, Brasil… Todo estudiante internacional, y deben de sumar más del 50%, que pertenezca a estas áreas geográficas tiene vetado su regreso a menos que pase dos semanas en un tercer país cuyo tráfico aún no haya sido restringido. Y ahí andan como locas las universidades buscando dónde sus estudiantes pueden pasar esa cuarentena para volver a las aulas, ofreciéndoles incluso la estancia gratis en ese país aún no vetado. Y sin garantía alguna de que pueda serlo entre medias. De locos. Y eso lo dicta el país con la peor evolución del dichoso virus y cuyos ciudadanos han visto restringida su entrada en más del 90% de países en el mundo. El pasaporte americano, símbolo de privilegio hasta hace nada, se está viendo estigmatizado en tiempos del COVID-19. Toda una cura de humildad. If only

Lo dicho; el mundo patas arriba.

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