THE OBJECTIVE
Cristina Casabón

Patriotas posmodernos

«¿Es posible recuperar el concepto de ciudadanía, hacer políticas públicas dejando a un lado la guerra cultural? Quizás, pero es necesario un cambio de mentalidad»

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Patriotas posmodernos

FOTO VIA TED | FOTO VIA TED

Apelando a la identidad es fácil diseñar políticas siguiendo exclusivamente criterios colectivistas e ideológicos, facilitan implementar las gloriosas cosas públicas que quiere la buena gente. Convencer a tu electorado de que recaudando a los «ricos» puedes crecer e incrementar un gasto público elefantiásico es posible, sin una mención al crecimiento, a cómo facilitar inversiones o crear un entorno favorable al emprendimiento. Los análisis macroeconómicos funcionan peor que la astrología y las políticas son diseñadas bajo criterios colectivistas, pero para qué vamos a hablar del hundimiento y la pérdida de empleos del sector privado, o debatir sobre la carga fiscal de impuestos extraídos amable, dulce y democráticamente a empresarios al borde de la quiebra y empleados mileuristas? ¿Y para qué vamos a debatir sobre políticas públicas eficientes cuando tenemos a un electorado obsesionado con las identidades colectivas y las relaciones de poder? Si quieres contentar a los votantes di que vas a subir impuestos a los «ricos» y a los «grandes grupos empresariales» y no menciones las palabras deuda ni empleo.

Mejor dejamos las policies en manos del IYI de moda, Yuval Noah Harari, que predicaba el pasado fin de semana en El País que un buen patriota paga impuestos (a diferencia de los conservadores o los liberales mala gente y antipobres que están en contra). «Espero que la COVID extinga de una vez el modelo de pensamiento que apuesta por la privatización», añadía. Este tipo de análisis predecibles de académicos-burócratas tampoco ayudan a crear sociedades cohesionadas, ni políticas eficientes, simplemente alimentan prejuicios: tu opinión sobre los impuestos y la sanidad pública hace de ti un buen o mal patriota, asumiendo que los Gobiernos pueden conseguir cualquier cosa que se propongan aumentando la carga fiscal. El crecimiento no solo pasa por elevar los impuestos, también por la existencia de buenos incentivos, una buena gestión de lo público, cooperación público-privada, libre mercado y promoviendo la innovación.

Como señalaba Nassim Taleb, en su libro Skin in the game, «el IYI patologiza a otros sin darse cuenta de que su comprensión puede ser limitada», o como dice Josu de Miguel, sin pensar que su metodología «está obturada por el voto personal». Estos análisis pueden influenciar el diseño de políticas redistributivas bajo criterios identitarios y populistas, aunque todos sabemos que imponer impuestos a los propietarios de relojes con diamantes no reduce la cola del paro. Los datos muestran que no es la redistribución sino el crecimiento económico y el empleo lo que funciona a largo plazo; pero algunos IYI no buscan tanto el crecimiento per cápita como el igualitarismo: «Con una airada envidia, critican el libre mercado, la innovación y el consumo de los insensibles ricos, de los que ellos con frecuencia son personalmente ejemplos», dice la economista Deirdre McCloskey.

¿Es posible recuperar el concepto de ciudadanía, hacer políticas públicas dejando a un lado la guerra cultural? Quizás, pero es necesario un cambio de mentalidad, tenemos a políticos y ciudadanos obsesionados con las identidades colectivas y las relaciones de poder. Hay una izquierda populista que habla de la coerción del mercado y de las malas intenciones de las empresas privadas, que dice que la globalización ha perjudicado a la gente pobre y que esta será la crisis definitiva del capitalismo. Siempre hay razones de clase y económicas ocultas detrás de cualquier sentimiento declarado y se crea una identidad política marcada por las gafas de poder, que llega a abarcar hasta el color rosa, un color que «oprime y reprime a las mujeres», según un estudio reciente del Ministerio de Igualdad pagado con nuestros impuestos (¡Abajo Madonna como icono feminista y su body rosa!).

Y si la política identitaria sobrevive, significa que captura algo importante de la realidad social. Responde a sociedades fragmentadas en las que los movimientos mas importantes para uno mismo son los que tienen que ver con uno mismo, pero también a una interpretación del mundo pesimista y marcada por las relaciones de poder. El trabajo de algunos políticos e intelectuales posmodernos consiste en convertir todo en una lucha política de suma cero, entre el bien y el mal, contra el «poder y privilegios perpetuados» de un capitalismo opresor y corrupto. Raymond Aron en un libro muy interesante, Marxismes Imaginaires, analizaba las múltiples interpretaciones de la «equívoca e interminable filosofía de Marx», que incorporan el mito y la irracionalidad a tus opiniones. Su versatilidad ha hecho posible convertir el marxismo en una sastrería capaz de acoplar a la medida sus inputs como complementos a cualquier proceso de producción de ideas y de estrategias políticas contrarias a la sociedad abierta, a la innovación y al libre mercado y hoy el marxismo encaja como un traje a medida en la mentalidad posmoderna.

El mito y la irracionalidad se han incorporado al activismo, a las columnas de opinión, a los análisis académicos, y al diseño de políticas identitarias de parte de la izquierda que señalan la innovación, el crecimiento del sector privado o el libre mercado como puras entelequias que sirven a la clase explotadora. Las políticas identitarias son el reflejo más fiel de nuestras sociedades fragmentadas, en las que cada círculo aparece desde afuera como un objeto de pesadilla. «En los círculos relacionados con el movimiento obrero, los sueños están poblados de monstruos mitológicos cuyos nombres son Finanza, Industria, Bolsa, Banca» (Simone Weil). Nada es más fácil que propagar un mito en una población fragmentada en función de las identidades (el ethos), pero la pregunta es si las políticas identitarias que solo favorecen a ciertos círculos y están basadas en mitos pueden dar respuesta a los retos de una pandemia y a una recesión económica (si son efectivas) o si acabaremos siendo los patriotas posmodernos más pobres de Europa.

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