THE OBJECTIVE
David Martínez

Pedro Sánchez y la maldita coherencia

Pedro Sánchez ha vuelto a volver y no son pocos los que empatizan con su obstinación en derrotar a los poderes establecidos dentro del partido que ha sido piedra angular del régimen del 78. Lucha contra el establishment dentro del establishment y el viento sopla a favor de tales empresas. Tengo escrito que su causa no es una batalla romántica por los principios, como pretende hacer ver, sino más bien lucha por la supervivencia y oportunismo político. No me creo que el economista de universidad privada que hace menos de un año firmó el pacto socioliberal que firmó con Ciudadanos sea ahora el quijote de la izquierda pura que quiere imponerse a los socialtraidores y a los poderes fácticos que tratan de gobernar sin pasar por las urnas. Sánchez lo que hace es ponerse a la vanguardia del movimiento que le conviene explotando una poderosa arma: la sacrosanta coherencia. Hay demasiado método en su locura.

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Pedro Sánchez y la maldita coherencia

Pedro Sánchez ha vuelto a volver y no son pocos los que empatizan con su obstinación en derrotar a los poderes establecidos dentro del partido que ha sido piedra angular del régimen del 78. Lucha contra el establishment dentro del establishment y el viento sopla a favor de tales empresas. Tengo escrito que su causa no es una batalla romántica por los principios, como pretende hacer ver, sino más bien lucha por la supervivencia y oportunismo político. No me creo que el economista de universidad privada que hace menos de un año firmó el pacto socioliberal que firmó con Ciudadanos sea ahora el quijote de la izquierda pura que quiere imponerse a los socialtraidores y a los poderes fácticos que tratan de gobernar sin pasar por las urnas. Sánchez lo que hace es ponerse a la vanguardia del movimiento que le conviene explotando una poderosa arma: la sacrosanta coherencia. Hay demasiado método en su locura.

¿Y qué es coherencia?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. Pues coherencia es la gran losa de nuestro tiempo, porque se ha manoseado tanto y se ha llevado a tal extremo la fiscalización de su observancia -en política principalmente, pero no solo- que amenaza con condenar a cualquiera que se salga de la linde que un día marcaron sus dichos y hechos. No es no, le gritan a Pedro sus fieles, y no le hace falta tener más discurso que ese eslogan con el que se pone negro sobre blanco la ‘traición’ de los que se abstuvieron en la investidura de Rajoy. Él representa lo opuesto a eso y así forja identidad. Le basta con dejarse ver en el rol de víctima propiciatoria para que las malditas hemerotecas -y malditas sean- sigan teniendo la oportunidad de poner ante el espejo de sus contradicciones a los rivales, permitiendo a Sánchez aspirar a recoger los frutos de ello porque hay que cumplir con lo que se promete, un hombre vale lo que vale su palabra y etcétera, etcétera.

En este punto se hace necesario reivindicar no ya el derecho a ser convencido y cambiar de criterio o la seducción de los espíritus contradictorios -“tipos de contrastes”, que dice un amigo-, sino la necesidad de que un político no piense siempre igual y tenga la capacidad de adaptarse a las circunstancias. No hablamos de matemáticas, sino del arte de lo posible. Son buenos tiempos para los dogmáticos, pero un Gobierno con los independentistas o unas terceras elecciones hubieran sido el desastre para el PSOE, mucho más que permitir el Ejecutivo débil de un Rajoy obligado a desarrollar una gestión socialdemócrata. Hay que recordar con Emerson que la coherencia es la obsesión de las mentes pequeñas, escribir en letras de oro una de las más brillantes reflexiones que nos legó Gustavo Bueno -“yo suscribo todas las ideas que he tenido en mi vida con la fecha abajo”- y tratar de alejarse de los que no pueden cambiar de opinión y no quieren cambiar de tema. Así en Estados Unidos como en España.

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