THE OBJECTIVE
Daniel Ramirez Garcia-Mina

Pescadores de hombres

“Somos mayoría y somos alegría”, dijo Monedero. Las malas y las buenas lenguas cuentan que, en Venezuela, el lema se completa diciendo: “Somos la gente de Hugo Chávez Frías”. Un pareado perfecto.

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“Somos mayoría y somos alegría”, dijo Monedero. Las malas y las buenas lenguas cuentan que, en Venezuela, el lema se completa diciendo: “Somos la gente de Hugo Chávez Frías”. Un pareado perfecto.

“Somos mayoría y somos alegría”, dijo Monedero. Las malas y las buenas lenguas cuentan que, en Venezuela, el lema se completa diciendo: “Somos la gente de Hugo Chávez Frías”. Un pareado perfecto.

Vayamos por partes. “Somos mayoría”: quizá sí, quizá no. Lo decidirán las urnas, aunque sí puede decirse que son una mayoría en un sentido relativo del término. Son una mayoría de los tuiteros, de los que van a los mítines, de los que leen a Marx y a Gramsci en España. Podemos es mayoría, pero al fin y al cabo, la mayoría que importa solo cobra fuerza y sentido tras las elecciones. ¿Podemos? ¿Pueden? ¿Son mayoría? ¿Ganarán el juego de tronos o acabarán perdidos en una isla?

“Somos alegría”. Hay una viñeta, de esas que vuelan por las pantallas táctiles, que dice: “Es curioso que el líder de un partido laico se apellide Iglesias, que a pesar de ser anticapitalista cuente con un Monedero, y que ser taurino no les prive de tener a ‘Er Rejón’ entre sus filas”. Llenan teatros, enardecen auditorios, revientan paneles de audiencia… Ser son, está claro. Pero me quedo con unas declaraciones de Pablo Iglesias, que reconocía estar siempre entre serio y enfadado, a lo que añadía: “Como para no estarlo”. En eso tiene razón: como para no estarlo… Después de haber fotografiado los errores de la casta y haber lidiado con sus propios fallos, también de casta, Podemos se enfrenta al reto de convertirse en alegría, de dibujar sonrisas, y de ser capaces de aportar soluciones, más allá de criticar problemas. Los dedos acusadores, los argumentos a bocajarro, las peleas infantiles y los insultos fuera de lugar han ennegrecido la política, y una muestra de simpatía acompañada de una sonrisa agradable podría tener un tirón electoral sustentado por aquel principio básico marketiniano del “para ganar, diferénciate de los demás”.

“Somos la gente de Hugo Chávez Frías”. ¿Lo son? Quién sabe. La vinculación es incuestionable, por lo menos en lo laboral. Decía uno de los economistas que diseñó el borrador del programa de Podemos: “Si voy al infierno a decirle al diablo que no sea tan malo, ¿me convierto en diablo?” No necesariamente, pero uno corre el riesgo de demonizarse. Jugaron con fuego pero, ¿se quemaron? Venezuela no es España, y España no es Venezuela. El hecho de compararles ha supuesto para el partido de Iglesias un rendimiento electoral incuestionable. El argumento se ha repetido hasta la saciedad, sin aportar nada nuevo, permitiendo a Podemos desempeñar el papel de víctima entre los sectarios.

Ahora, la actualidad ha colocado el espejito en Grecia. Las comparaciones vuelven a ser infinitas. ¿Son como ellos? Los profesores de la facultad de políticas de la Complutense, por medio de un marketing inteligente y una gran capacidad narrativa, se convirtieron, al más puro estilo evangélico, en pescadores de hombres. ¿De quién son? ¿Qué quieren? ¿Adónde van?

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