THE OBJECTIVE
David Martínez

Pide un deseo

El cielo se adorna estos días de primavera con la lluvia de Líridas, un trajín de estrellas fugaces que dibuja estampas de lo más sugerentes. Y permite que los espíritus candorosos den rienda suelta a su superstición rogando la intermediación de los astros en sus asuntos personales. Uno es medalla de oro en escepticismo y firme convencido de que cada cual con sus circunstancias se labra sus caminos, pero tienta imaginar a los políticos españoles encomendándose a la voluntad cósmica para resolver esta encrucijada que nos aboca a nuevas elecciones y desnuda con toda crudeza los elementos más sonrojantes de nuestros inherentes cainismo y egoísmo.

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Pide un deseo

El cielo se adorna estos días de primavera con la lluvia de Líridas, un trajín de estrellas fugaces que dibuja estampas de lo más sugerentes. Y permite que los espíritus candorosos den rienda suelta a su superstición rogando la intermediación de los astros en sus asuntos personales. Uno es medalla de oro en escepticismo y firme convencido de que cada cual con sus circunstancias se labra sus caminos, pero tienta imaginar a los políticos españoles encomendándose a la voluntad cósmica para resolver esta encrucijada que nos aboca a nuevas elecciones y desnuda con toda crudeza los elementos más sonrojantes de nuestros inherentes cainismo y egoísmo.

Hace tiempo que abandonó la primera línea la experta en conjunciones planetarias, Leire Pajín, lo que no ha rebajado sustancialmente el nivel de frivolidad. Así, es fácil figurarse a Pedro Sánchez lanzando una laica plegaria para que Pablo Iglesias salga de la trinchera de las esencias y -movido por las malas nuevas de la demoscopia- permita in extremis que el pacto PSOE-Ciudadanos se desarrolle. El líder de Podemos, por su parte, clamaría por lo contrario: que Sánchez se divorcie de Albert Rivera y se escore hacia el Ejecutivo “a la valenciana”. Solo así asumiría el podemismo el desgaste de gobernar y abandonaría la zona de confort de la constante enmienda a la totalidad del statu quo.

Mariano Rajoy es más de mirar hacia el suelo que hacia el cielo, pero, de ser arrastrado a ese escenario, emitiría el lacónico ruego de que al final se quede todo más o menos como está. Sobre todo en lo que a Moncloa se refiere. Rivera emerge como el aristotélico punto medio del eje, implorando que los dos polos del constitucionalismo caminen en sentido contrario para acabar encontrándose en terreno naranja. La paradoja ciudadana es que, de ver cumplido su deseo, quedaría en parte agotado el discurso que explica su éxito. Sea como fuere, solo los astros pueden ya salvarnos de otra campaña tan previsible como la anterior, aunque seguramente más descarnada. Muchos parecen estar opositando para acompañar en breve a Zapatero en su prosaica supervisión de nubes. Y alguno sería así tan fugaz como las Líridas que en adelante observaría sin mayores desvelos.

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