THE OBJECTIVE
Daniel Ramirez Garcia-Mina

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Esto de “querer cambiar el mundo”, dicho con un tono sincero, agradable, e incluso cursi, puede sonar a mentirijilla…

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Esto de “querer cambiar el mundo”, dicho con un tono sincero, agradable, e incluso cursi, puede sonar a mentirijilla…

Quizá existan varios tipos de revoluciones. A grandes rasgos –y simplificando demagógicamente– es fácil distinguir entre dos. Por un lado están aquellas en las que el hombre se convierte en un lobo para el hombre y, por el otro, esas que suenan a ritmo de los Beatles, que por medio de flores y canciones intentan cambiar el mundo. Esto de “querer cambiar el mundo”, dicho con un tono sincero, agradable, e incluso cursi, puede sonar a mentirijilla, a loco de atar, a idealista, a aquel hombre tremendamente bueno que pagó su inocencia en una tierra injusta, de balas y asfalto.

Sin embargo, si uno se para, se sienta y mira atrás, ve que aquellos de las rosas y los Beatles consiguieron más que los de las pistolas, aunque en su momento hicieran menos ruido y fueran menos atronadores.

Siria, Ucrania, Afganistán, Irak, Corea del Norte… El ruido seco de los proyectiles “vende más discos” que aquel tema de los cuatro de Liverpool: “Revolución”. Todavía hay quien baila al ritmo del beat y quizá haya que prestarles unos altavoces. Quizá tan solo haya que subir el volumen. Quizá tan solo haya que prestar atención. Quizá no sea tan difícil. Quizá eso de cambiar las pistolas por una canción sea posible. Quizá tan solo haga falta soñar.

Anímese, el nuevo año permite proponerse cosas como ésta, aunque luego queden escondidas en el fondo de un cajón. 3, 2, 1… Play.

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