THE OBJECTIVE
Carme Chaparro

Por la tele no se ve la sangre y queda muy bonito

Hay quien no ve, en esta fotografía, más angustia que la suya propia. Hay quien no ve ni la rabia ni la desesperación de decenas de millones de brasileños, cuyos gobiernos, directivos futbolísticos y todo tipo de garrapatas les han estafado miles de millones de dólares.

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Por la tele no se ve la sangre y queda muy bonito

Hay quien no ve, en esta fotografía, más angustia que la suya propia. Hay quien no ve ni la rabia ni la desesperación de decenas de millones de brasileños, cuyos gobiernos, directivos futbolísticos y todo tipo de garrapatas les han estafado miles de millones de dólares.

Hay quien no ve, en esta fotografía, más angustia que la suya propia. Hay quien no ve ni la rabia ni la desesperación de decenas de millones de brasileños, cuyos gobiernos, directivos futbolísticos y todo tipo de garrapatas les han estafado miles de millones de dólares: los que van de los 3.300 que iban a costar las obras del Mundial a los 14.000 que podrían terminar costando. 

Hay quien no ve, ni quiere ver ni le importa, que las empresas que han recibido la mayoría de adjudicaciones para el Mundial hayan multiplicado hasta por quinientos (¡¡¡500!!!!) sus donaciones a las campañas políticas, y que así esos políticos hayan hecho la vista gorda en facturas como la del transporte de unas gradas móviles, que de 4.700 dólares pasó mágicamente a costarle a las arcas públicas un millón y medio. O la cantidad de sillas, hormigón y metales con los que se hubieran podido construir veinte estadios pero que se facturaron sólo para uno. Poco a poco, factura a factura, suman más de 10.000 millones de dólares, que está pagando ya con recortes y subidas de precios la extensísima clase media-baja del país.

Total, es Brasil. A nosotros déjennos disfrutar del futbol, no nos vengan ahora con jodiendas políticas. Demagogos. Id a molestar a otra parte. Que nos queréis quitar una de las pocas alegrías que nos da la vida.

Hay quien sólo ve, en esta fotografía, su propio sufrimiento, el que le infringiría la posibilidad de que hubiera o hubiese problemas en el Mundial de Futbol de Brasil. Y eso es lo que de verdad le asusta. Que no se juegue al fútbol. Ni en Brasil, ni en Catar 2022, donde morirán 4.000 esclavos (perdón, empleados) de aquí a que comience a rodar el balón. De hambre. De sed. Por ataques al corazón. Por no llevar arneses de seguridad. 1.200 han muerto ya, pobres olvidados indios y pakistaníes. Por ellos no podemos hacer nada, pero sí por los que aún están vivos y siguen atados a este sistema esclavista de la Kafala, por el cual los trabajadores extranjeros son propiedad de sus empleadores, que retienen sus pasaportes y pueden obligarles a prácticamente cualquier cosa.

Y, a pesar de todo, la FIFA otorgó la organización del Campeonato del Mundo de fútbol a Catar. Y, a pesar de todo, ningún país boicoteará el evento. ¿Qué selección no querría ir al Mundial? ¿Qué afición lo perdonaría? Da igual que los estadios estén manchados de sangre, o del hambre y la enfermedad de las clases más desfavorecidas.
Porque por la tele queda todo muy bonito.

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