THE OBJECTIVE
Andrés Miguel Rondón

Por qué hablar de política es malo

«Quizás no haya mejor barómetro del acecho de una crisis política que la proliferación de conversaciones al respecto»

Opinión
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Por qué hablar de política es malo

Barrera Tyszka, novelista venezolano, solía decir antes de la catástrofe que si algo bueno había hecho Chavéz fue dejar intactas familias al borde del divorcio. Ya ni eso. Pero en su momento algo de razón tenía: la revolución suele traer lo que más carecen los malos amantes: conversación.

Quizás no haya mejor barómetro del acecho de una crisis política que la proliferación de conversaciones al respecto. En líneas generales, mientras más casuales, peor. Si ya es cosa del hablar de los novios adolescentes, o del primer café de un domingo, o de una noche de camping, entonces ya poco queda por salvar. Pues ya la crisis habrá soltado su primer narcótico: el placer morboso de hablar de ella.

Los venezolanos de mi generación sabemos de lo que estamos hablando. Nuestros padres no platicaban sobre política, nos decían con trauma y sospecha.. Nosotros, en cambio, nos enamoramos los unos a los otros soltando ingenios, caricaturas, especulaciones sobre el porvenir político. Era la única meritocracia real (fuera del tablero de dominó) a la que teníamos acceso, nosotros los espectadores adolescentes.

Y nos pasó lo que les pasó a los adictos de la novela rusa: nos picaron los insectos. El drama de todos días se volvió tragedia sublimada. La ciudad devino en anfitreatro. Y nosotros —a pesar del trauma, de la tristeza, del pavor y la furia— encontramos en la conversación un pasatiempo y un sedativo.

La política, es cierto, sucede en espacios invisibles: los supuestos cuartos llenos de humo, las sombras del telón, el trascámaras del estudio de televisión. Espacios inaccesibles que aún así perviven en las conversaciones de los que la sufren, como los gases de una planta nuclear en explosión.

Pero la vida es lo que sucede fuera de la política. La verdadera felicidad está en otras conversaciones. Habituarnos a hablar de política es perder el derecho a vivir una vida ajena a ella.

Ahí está la cuestión. La política al explotar nos contamina. Pero en vez de tos —nos da conversación.

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