Puigdemont: un mito de barro que quiere ser mártir
El periodista político Fernando H. Valls discute la estrategia que puede aportar la figura de Carles Puigdemont de cara a las elecciones del 21 de diciembre.
El periodista político Fernando H. Valls discute la estrategia que puede aportar la figura de Carles Puigdemont de cara a las elecciones del 21 de diciembre.
Hacía mucho que en este país no se actualizaban con tanto furor las páginas de los periódicos en busca de información política. Las proezas de los próceres del procès lo han conseguido. Desde que en aquellos dos días de septiembre “Transitoriedad” y “Referéndum” se convirtieran en las palabras mágicas que, como una invocación chamánica, desataron la tormenta, todo han sido rayos y truenos.
En la madrugada del 14 de abril de 1912, Benjamin Guggenheim —quinto hijo del magnate Meyer Guggenheim— murió en el naufragio del Titanic. Como pasajero de primera clase y hombre de gran notoriedad, Ben tuvo ocasión de subir a uno de los escasos botes salvavidas. Sin embargo, llegado el momento, dio un paso atrás y le dijo a su acompañante, la cantante Léontine Aubart: “Recuerda que ninguna mujer quedó a bordo porque Ben Guggenheim fuera un cobarde”. Se despidió de ella, pidió un brandy, y se hundió con la nave.
Sueño con el día en el que la vida política española sea tan tediosa que los amigos no me pregunten más por ella. Proyectos de ley, enmiendas, discursos a media tarde en un parlamento vacío, tasas y subvenciones como pilares de un lugar donde merezca la pena vivir. Hace unos días trabajé con la cadena japonesa de televisión NHK y el corresponsal recordaba las muchas veces que había estado en España en los últimos años. Lo decía con ese brillo que se les pone en la mirada a los periodistas cuando hacen presa. El divertimento en política, como las revoluciones, siempre lo disfrutan otros desde lejos, como ha demostrado Jon Lee Anderson.
Los muertos nos han hablado. Cada año, la tierra pasa junto a su morada, en algún punto de la órbita terrestre que coincide con el 1 de noviembre. El tiempo de difuntos es como la primavera. Un lugar. Un lugar astronómico que varía en función de la velocidad de la tierra, de la posición exacta del sol. Un espacio-tiempo con portal hacia el interior, en el que vemos con más claridad las formas que habitan en nuestra conciencia. Es la zona en la que se nos permite, como quien cruza la frontera de la consciencia, hablar de los muertos, mencionarlos sin resultar pesados con el dolor, o el llanto, o el recuerdo de batallas sencillas.
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