THE OBJECTIVE
Fernando L. Quintela

¿Puterío de lujo?

Vamos, esto es la versión moderna del histórico puterío de lujo. ¿O quizá no tanto? Desde luego no es algo nuevo, porque este tipo de alquileres existe desde hace mucho tiempo.

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¿Puterío de lujo?

Vamos, esto es la versión moderna del histórico puterío de lujo. ¿O quizá no tanto? Desde luego no es algo nuevo, porque este tipo de alquileres existe desde hace mucho tiempo.

Vamos, esto es la versión moderna del histórico puterío de lujo. ¿O quizá no tanto? Desde luego no es algo nuevo, porque este tipo de alquileres existe desde hace mucho tiempo. Da igual el sexo, pero el renting de mujeres y gigolós de compañía es algo muy normal en nuestra sociedad.

La cosa consiste en quedar bien delante de otros. Por muchas razones, y casi siempre comprensibles desde el punto de vista piadoso. Hace poco me lo contaba un amigo en propia persona. Hacía años había tenido un romance con una mujer bella, simpática, inteligente, bien posicionada. Él era, y sigue siendo, soltero. Elegante, locuaz, culto y, si quieres, hasta famoso. Pero la vida le prohibió una estabilidad emocional. Ella le abandonó.

Mi amigo se enteró que su antiguo amor acudiría a una fiesta a la que él también había sido invitado y decidió que no podía encontrarse con ella y su nuevo galán así, con una mano delante y otra detrás en su corazón enamoradizo. No lo dudó y llamó a una agencia de “señoritas de compañía”. Alquiló una habitación de un conocido hotel para tener una reunión previa y sentar las bases de lo que él quería. Sólo educación, buena presencia, conversación y máxima prudencia en esa noche de gala. Quería que los demás invitados le vieran brillar. Al cumplir el horario pactado, cuando ya todos en la fiesta le hubieran visto como un triunfador, sobre todo su ex, la contratada se esfumaría como la Cenicienta al llegar las doce de la noche. Nada de sexo, nada de intimar. Contratada por unas horas y despedida sin indemnización ni derecho al paro. Y él, mi amigo de oro, de regreso a su soledad.

Pero este solterón es un buen hombre, exquisito en el trato hasta hacerle parecer un señor de la alta sociedad del siglo XVII. Al terminar la dama su horario, le ofreció la habitación del hotel por si se quería quedar en ella. Sola, sin compañía. Total ya estaba pagada.

Agradecida, se quedó, pero rompiendo el acuerdo al día siguiente llamó a mi amigo para tomar un café y charlar un rato. Hoy, más de un año después, están juntos y continúan un romance que nació una noche de contrato como “señorita de compañía”. Ya no hay dinero por el medio.

Pues eso, con los hombres lo mismo, pero me da en la nariz que habrá pocos que puedan estar a un determinado nivel. Cosas de una sociedad machista.

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