THE OBJECTIVE
Roberto Herrscher

¿Qué es el arte? Tal vez el horror al vacío

Una escultura que es una lámpara, o una cama, o un televisor, sin “intervención” del artista. Un cuadro que es puro blanco, o puro negro. Puro humo. Una burla, cómo es posible, el arte ha perdido el rumbo, les pagan a estos autodenominados artistas para que nos presenten salas vacías, obras vacías, amontonamiento de objetos de producción industrial y pretenden cobrar por ello. ¡Qué barbaridad! ¡Es que ya no saben qué inventar!

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Una escultura que es una lámpara, o una cama, o un televisor, sin “intervención” del artista. Un cuadro que es puro blanco, o puro negro. Puro humo. Una burla, cómo es posible, el arte ha perdido el rumbo, les pagan a estos autodenominados artistas para que nos presenten salas vacías, obras vacías, amontonamiento de objetos de producción industrial y pretenden cobrar por ello. ¡Qué barbaridad! ¡Es que ya no saben qué inventar!

No es la primera vez y no será la última: la estética del vacío en el arte y la burla implícita en la mirada de los medios. El pie de esta foto condena desde la frialdad aséptica: 450 metro cuadrados, tres salas de un museo, el vacío. “No hay nada”.

Una escultura que es una lámpara, o una cama, o un televisor, sin “intervención” del artista. Un cuadro que es puro blanco, o puro negro. Puro humo. Una burla, cómo es posible, el arte ha perdido el rumbo, les pagan a estos autodenominados artistas para que nos presenten salas vacías, obras vacías, amontonamiento de objetos de producción industrial y pretenden cobrar por ello. ¡Qué barbaridad! ¡Es que ya no saben qué inventar!

Y sin embargo, en esta sala vacía parece haber algo. Al menos yo lo veo. Una extrañeza, un desasosiego. Y me pongo a buscar la trayectoria y la obra de la autora. Primero, un juego: Dolores Cáceres está inmersa en un proyecto, desde la debacle argentina del 2001, que se llama “Dolores de Argentina”. Dolores de Argentina es ella, como si fuera la mirada de la patria, y también la rebelión contra su propio nombre tan religioso y un intento de poner humor en el dolor de un país siempre dolorido. Es un proyecto ambicioso, amplio, donde Cáceres posa su mirada de artista sobre trozos de memoria y dolor. Percibo que ella ha llegado al vacío desde la saturación.

Escribía en Página 12 hace tres años la crítica Verónica Gómez, comentando una gran exposición retrospectiva de Dolores en el Parque de la Memoria en Buenos Aires: “No hace falta más que un dato histórico elegido al azar entre tantos para sentir que la plancha de hierro que lo alberga es del mismo material que nuestra espalda. “2012. Tragedia ferroviaria en Once. 51 muertos, más de 650 heridos”, es la última sentencia anotada en la chapa”.

“Y da miedo”, confiesa la crítica. “Porque debajo hay un montón de espacio vacío que inevitablemente va a ser llenado de infortunios. Todo un espacio que parece estar ahí para recordarnos nuestra responsabilidad por la escritura del futuro, como cuando se empezaba un cuaderno nuevo en la escuela y uno hacía la consabida promesa de que, esta vez sí y de una vez por todas, haría buena letra”.

¿Y si un concierto consistiera en que los músicos se sentaran en silencio frente al público, y de nuestra incomodidad saliera el sonido sordo de nuestros pensamientos, sofocados por los ruidos de la ciudad? ¿Y si un político se animara a subirse a la tarima y nos mirara en silencio, uno por uno, para mostrar la vacuidad de sus ideas o las verdades que no puede o no quiere decirnos? ¿Y si ante una sala en blanco y en silencio nos pusiéramos realmente a pensar?

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