THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

“¡Que me dejen en paz!”

“¡Quiero que me dejen en paz!” ha exclamado la jovencita mexicana Rubí Ibarra en medio de una densa multitud de desconocidos que, respondiendo a la invitación abierta del inconsciente de su padre mediante twitter se consideraron bienvenidos en la puesta de largo de Rubí y se presentaron en el rancho donde se celebraba. Eran miles y miles, una inundación humana. En verdad que la gente está anhelante de fiesta y se apunta a un bombardeo.

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“¡Que me dejen en paz!”

“¡Quiero que me dejen en paz!” ha exclamado la jovencita mexicana Rubí Ibarra en medio de una densa multitud de desconocidos que, respondiendo a la invitación abierta del inconsciente de su padre mediante twitter se consideraron bienvenidos en la puesta de largo de Rubí y se presentaron en el rancho donde se celebraba. Eran miles y miles, una inundación humana. En verdad que la gente está anhelante de fiesta y se apunta a un bombardeo.

Quiero que me dejen en paz, manifestó con claridad Rubí. Cómo la comprendemos, y qué simpática nos cae. La gente está por todas partes, son unos verdaderos pelmas, y es pero que muy humano desear no verles, desear poder comprarles diez euros de desierto y que se pierdan.

Recuerdo en la autobiografía de Canetti el momento de entreguerras en que se hallaba alojado en un hotel de Praga. Sale Canetti al balcón a echar una mirada a la ciudad, y descubre que en el balcón contiguo, haciendo lo mismo, está… el también vienés Oskar Kokoschka, célebre pintor expresionista que firmaba OK y que aquella temporada estaba en boca de toda Viena porque, abandonado por su adorada Alma Mahler, se había hecho confeccionar una muñeca tamaño natural con hechuras y rasgos parecidos a los de su adorada, e iba a todas partes con él, y si se sentaba en una terraza a tomar café con los amigos sentaba a la muñeca en una silla, a su lado. Lo cual llamaba la atención no poco.

Y dice Canetti que pensó en saludar a OK pero en vez de hacerlo se retrajo hacia el interior de su cuarto calladamente, para no molestarle, pues le pareció que lo que OK había ido a buscar en Praga era “que le dejasen en paz”.

Qué delicadeza en ese momento la de Canetti, quien por cierto no siempre era tan fino. Yo considero ese momento en que no saluda a OK un gran momento de la historia de la literatura del siglo XX.

Bueno, pues Rubí quiere eso mismo. La comprendo. Me solidarizo. Y le doy un consejo: que se vaya a Praga, como OK. Y una vez allí que visite el palacio Veletrzní, museo de arte moderno donde no hay nadie y donde se exhiben los formidables paisajes de Praga que OK pintó, con el cielo en llamas, la corriente del río encrespada, los puentes ondulantes y a punto de descoyuntarse, y con una abigarrada multitud de personajes, entre los que se reconoce, siniestros y ridículos, a Mussolini y a Hitler.

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