THE OBJECTIVE
Joseba Louzao

¿Quién gana con la salud?

La medicina moderna es una de las seis killer-apps civilizatorias – lo que podríamos traducir por “seis aplicaciones demoledoras”- identificadas por el polémico Niall Ferguson en su obra Civilización. Occidente y el resto (Debate). Los desarrollos médicos y las mejoras sanitarias son una ardua conquista de siglos que jamás deberíamos tirar por la borda. No podemos entender quiénes somos ahora sin estos avances. Y es que los múltiples cambios vividos en el ámbito de la salud pública desde finales del siglo XIX han permitido que se duplicara la esperanza de vida humana y se transformara nuestra forma de mirar la realidad.

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¿Quién gana con la salud?

Reuters

La medicina moderna es una de las seis killer-apps civilizatorias – lo que podríamos traducir por “seis aplicaciones demoledoras”- identificadas por el polémico Niall Ferguson en su obra Civilización. Occidente y el resto (Debate). Los desarrollos médicos y las mejoras sanitarias son una ardua conquista de siglos que jamás deberíamos tirar por la borda. No podemos entender quiénes somos ahora sin estos avances. Y es que los múltiples cambios vividos en el ámbito de la salud pública desde finales del siglo XIX han permitido que se duplicara la esperanza de vida humana y se transformara nuestra forma de mirar la realidad. En definitiva, la razón médica ha iluminado y revolucionado el mundo. De esta forma, hemos logrado que enfermedades especialmente mortíferas en el pasado hayan desaparecido y otras van camino de hacerlo en los próximos años. Eso sí, aún nos queda mucho camino por recorrer ya que las diferencias entre países, en muchas ocasiones, continúan siendo preocupantes. Si para algunos la clave es la búsqueda de la longevidad y del bienestar al coste que sea, en otros lugares del planeta se trata de un simple ejercicio de supervivencia.

La salud nos preocupa cada vez más y esto adquiere, económica y culturalmente, una gran trascendencia. El aumento del gasto sanitario en el mundo occidental durante las dos últimas décadas confirma una tendencia que, en una época de crisis y amplio malestar, se conjuga con los debates sobre política sanitaria en países como Estados Unidos, donde aún colea la polémica sobre el Obamacare y el interés de la administración Trump para destruirlo, o los diversos problemas de salud pública a los que nos estamos enfrentando en estos momentos en Europa. La Organización Mundial de la Salud ya nos ha alertado de una deriva peligrosa. Estamos asistiendo a un brote de sarampión en Rumanía y en Italia con un incremento de los casos en más de un 200% en el último año. No son los únicos países europeos que caminan hacia una posible epidemia, también han sido señalados otros como Alemania, Ucrania, Suiza o Polonia. Se trata de la penúltima muestra de cómo enfermedades que han estado a punto de ser erradicadas en el continente reaparecen con fuerza como consecuencia de la relajación de autoridades y de los ciudadanos.

Y en este contexto el movimiento crítico con las vacunas está ganando terreno y sus posiciones, que no suelen estar basadas en evidencia científica alguna, nos están poniendo en riesgo. Porque sus decisiones afectan al resto de una forma directa. No es extraño tropezar con estos discursos en los medios generalistas o con el apoyo de figuras mediáticas, como Jim Carrey o Alicia Silverstone. Sin ir más lejos, el propio Donald Trump se ha reunido con la cabeza visible del movimiento antivacunas a nivel internacional. Y es que son muchos los charlatanes que nos tratan de engatusar con demagogia y falsedades aprovechándose de la creciente ingenuidad escéptica. En Italia, el populista Beppe Grillo ha expresado en varias ocasiones sus dudas sobre la fiabilidad de las campañas de vacunación y ha criticado los perversos intereses de las empresas farmacéuticas. Lo de siempre: la mayoría no quiere ser señalado como antivacunas, pero su mensaje es idéntico al de estos grupos. Resulta imposible desvincular este avance de la mentalidad conspirativa que nos azota. Frente a los datos científicos, habitualmente complejos, se construye un relato asentado en la experiencia personal que termina por ser más convincente y simplista.

Pasamos demasiado tiempo preocupados por la crisis política que atravesamos en la Unión Europea y los embates populistas que sufren las democracias. Pero la progresiva desconfianza está terminando por afectar a la sanidad aunque, paradójicamente, los médicos sigan siendo los profesionales mejor valorados en nuestro país. Nuestras instituciones demoliberales tienen que buscar cómo mejorar su eficacia y credibilidad para ser más fuertes contra los riesgos sanitarios del porvenir. La salud democrática, permítanme la expresión, también se juega en el campo de la medicina.

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