THE OBJECTIVE
David Martínez

Quien tiene un enemigo, tiene un tesoro

Confrontar es a veces una vía hacia el triunfo. En política, como en la vida, resulta rentable vender un proyecto, construir un liderazgo o cohesionar un grupo enfatizando tanto lo que no se es como blandiendo un relato en positivo. Marcar distancias y señalar adversarios forja identidad. Y así se llega a extremos como que determinados hinchas celebren más los fracasos del contrincante que los éxitos propios, se desaten enconadas rivalidades entre ciudades próximas y perfectamente intercambiables o que proyectos políticos se cimienten sobre el ‘no’ a algo, relegando la condición propositiva que se les supone. El conglomerado Izquierda Unida nació para articular la oposición a la OTAN; Pedro Sánchez trata de salvar su carrera negándose a pactar con el PP; populismos de todo pelaje crecen en Occidente por contraposición a un establishment que ha causado grandes frustraciones en poco tiempo. Funciona.

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Quien tiene un enemigo, tiene un tesoro

Confrontar es a veces una vía hacia el triunfo. En política, como en la vida, resulta rentable vender un proyecto, construir un liderazgo o cohesionar un grupo enfatizando tanto lo que no se es como blandiendo un relato en positivo. Marcar distancias y señalar adversarios forja identidad. Y así se llega a extremos como que determinados hinchas celebren más los fracasos del contrincante que los éxitos propios, se desaten enconadas rivalidades entre ciudades próximas y perfectamente intercambiables o que proyectos políticos se cimienten sobre el ‘no’ a algo, relegando la condición propositiva que se les supone. El conglomerado Izquierda Unida nació para articular la oposición a la OTAN; Pedro Sánchez trata de salvar su carrera negándose a pactar con el PP; populismos de todo pelaje crecen en Occidente por contraposición a un establishment que ha causado grandes frustraciones en poco tiempo. Funciona.

La politóloga Chantal Mouffe llama agonismo a ese modo de entender la democracia como el conflicto entre diferentes proyectos. Ha de ser así, argumenta, porque muchas situaciones admiten varias soluciones, a menudo antagónicas. Se comparte un marco común, pero la pluralidad -y con ella la confrontación- debe anteponerse al afán de consenso. Sencillamente no es posible coincidir en un grueso de aspectos y se ha de aceptar la hegemonía de quien legítimamente logre imponerse. Muchos actores relevantes de la política contemporánea parecen tener estudiada su obra.

Suele decirse que en determinadas sociedades, entre ellas la española, una mayoría vota en contra de alguien y no entusiasmada con la formación elegida. “¿Cuándo fue la última vez que votaste con ilusión?”, preguntaba Podemos en su primera campaña, conocedor de este hecho al que quiso dar respuesta con un planteamiento animoso y esperanzador que sin embargo tuvo su piedra angular en el ceño fruncido, el grito de protesta y la demonización del sistema. Una buena campaña negativa puede encumbrarte, como sabemos desde hace decenios y se pone de manifiesto frecuentemente en todos los países que celebran elecciones libres.

El éxito reciente de las tertulias televisivas, asimismo, se explica por un nivel de hostilidad deliberadamente provocado. ‘La política del zasca’, como la ha denominado Lluis Orriols en libre traducción de un estudio de la Universidad de Pensilvania, es efectiva y atractiva, consigue más audiencia y genera adhesiones más firmes. En los platós, en el Parlamento y en las urnas. Puede cuestionarse desde el punto de vista intelectual o por la responsabilidad que debieran acreditar según qué figuras que prefieren cizañar exagerando la diferencia que templar subrayando los puntos en común. Pero resulta ridículo negarle racionalidad a lo que no es sino una derivada de un pensamiento clásico, aquel que sintetizara genialmente Baltasar Gracián: “Triste cosa es no tener amigos, pero más triste debe ser no tener enemigos, porque quien enemigos no tenga, señal de que no tiene: ni talento que haga sombra, ni valor que le teman, ni honra que le murmuren, ni bienes que le codicien, ni cosa buena que le envidien”.

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