THE OBJECTIVE
Marcela Sarmiento

¿Quieres bailar conmigo?

Está comprobado que mover el esqueleto al ritmo de la música nos hace felices y cuando la bilirrubina sube no hay vergüenza que valga. Será por mi origen caribeño pero pocas cosas me gustan más que sentir tres o cuatro acordes que inviten a ponerme de pie y empezar a bailotear.

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¿Quieres bailar conmigo?

Está comprobado que mover el esqueleto al ritmo de la música nos hace felices y cuando la bilirrubina sube no hay vergüenza que valga. Será por mi origen caribeño pero pocas cosas me gustan más que sentir tres o cuatro acordes que inviten a ponerme de pie y empezar a bailotear.

Nada más apasionante que bailar. Y nadie con más coraje que aquel que cruza la pista con el objetivo de invitar a alguien a bailar. Ya sé que a muchos no les parece gran cosa e incluso no le encontrarán nada especial a la propuesta pero se necesitan múltiples aptitudes para arriesgarse a un, “No bailo, gracias.” Está comprobado que mover el esqueleto al ritmo de la música nos hace felices y cuando la bilirrubina sube no hay vergüenza que valga. Será por mi origen caribeño pero pocas cosas me gustan más que sentir tres o cuatro acordes que inviten a ponerme de pie y empezar a bailotear. Todo tiene su método y no necesariamente aquel que obliga a marcar los pasos milimétricamente. Me refiero a las diferentes formas de lanzarse al ruedo para intentar disfrutar del cuerpo y la mente de manera sincronizada pero en completa libertad. La clave está en dejarse llevar.

Empecemos con los espontáneos que al ver que no hay posibilidades de aventurarse con alguien , escogen una esquina de la pista para entregarse al ritmo. Es todavía mejor si por casualidad se saben de memoria la canción para cantar a todo pulmón y demostrar que se trata de su canción favorita. La autocrítica en éstos casos no existe porque lo que reina es la autoestima. Todos tenemos derecho a desquitarnos de una dura semana de estudio o trabajo. ¿Quién dice que no? Siguen aquellos que no conciben la idea de hacer solitarios. Lo suyo es la pareja no importa si es conocida o no. En éstos casos lo que cuenta es danzar. Para los ritmos discotequeros no hará falta abrazar por la cintura o tomarse de las manos, cada uno va por su lado pero cara a cara para sentirse confiados y seguros. Hoy en día el problema para una gran mayoría resulta cuando suena a todo timbal un merengue, una bachata, una salsa o algo que parezca tener características de baile de salón. Es en ese momento cuando muchos quisieran tener dotes de Travolta para lucirse durante su actuación o aquellos que simplemente se contentarían con no pisar los pies de su pareja. Eso tiene su ciencia. Y quien lo haga aceptablemente gana puntos acumulables en caso de que las pretensiones de la noche sean románticas. Al mejor estilo Dirty Dancing.

Luego están los que evidentemente dominan la situación. Aunque el dj de turno decida sorprenderlos, nada les detendrá. Son esos bailadores que sin ser profesionales , se mueven como nadie y la compenetración es tal que los demás disfrutamos atónitos de su armonía. No es sencillo llegar hasta ese punto pero si es posible. Solo hay que intentarlo. No en vano unos de los formatos televisivos de mayor impacto y audiencia es precisamente el que reta a los concursantes a bailar. Actualmente cada país tiene una versión exitosa. El público tiene la oportunidad de ver como quienes empiezan la competencia sin tener sentido del ritmo, terminan logrando cosas asombrosas. He ahí los resultados que dan la técnica y la práctica. Basta con tener determinación pero sobre todo ganas de divertirse.

Desde 1920, un concurso llamado el Open Latin se apodera de un gran salón en Blackpool, Reino Unido. Por allí han desfilado miles de parejas con un único objetivo. Demostrarle al mundo que el baile en pareja es capaz de permanecer vigente a través de muchas generaciones. Lograr ponerse de acuerdo con alguien y durante algunos minutos entrar en comunión a través de la música, es una práctica que requiere de valentía. Cada vez menos potenciales bailarines se atreven por miedo al ridículo. No saben de lo que se pierden. En caso de pánico escénico, recomiendo practicar con el espejo. No aspiro a un concurso. Me conformo con gozarme las bodas, fiestas familiares, ferias y todo lo que tenga una improvisada pista de baile. Al fin y al cabo cuando nos vayamos de esta vida , nadie nos quitará lo bailado.

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