THE OBJECTIVE
Rafa Latorre

Rufianismo

Es fácil creer que con Gabriel Rufián el parlamentarismo ha tocado suelo. Tampoco es para tanto. Ya tengo escrito que cada legislatura ha tenido su Rufián y que lo de verdad preocupante es que la proporción de rufianes de la actual supera con creces la dosis asimilable por un órgano legislativo sano.

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Rufianismo

Es fácil creer que con Gabriel Rufián el parlamentarismo ha tocado suelo. Tampoco es para tanto. Ya tengo escrito que cada legislatura ha tenido su Rufián y que lo de verdad preocupante es que la proporción de rufianes de la actual supera con creces la dosis asimilable por un órgano legislativo sano.

El pensamiento de Rufián compendia las más oscuras y antiguas supersticiones y las sazona con un hondo resentimiento. Es como si fuera una parodia de la parodia de un personaje parodia de John Kennedy Toole pero no en versión comedia sino thriller. Un celebrity de Muchachada Nui en marcha. Un desecho de guion, un personaje inverosímil por cuanto se ajusta como un guante al tópico.

Todo lo nuevo que ha aportado el diputado Rufián al debate político es su prosodia. Más bien parece que esté deglutiendo las palabras en vez de pronunciarlas. Su discurso avanza con el paso de un diplodocus y puede que tenga la misma antigüedad.

Rufián es uno de esos homínidos que todavía creen que la riqueza ni se crea ni se destruye sino que se acapara. De tal forma que los frutos de este mundo permanecen inalterables desde el Jardín del Edén y una manzana menos es una manzana menos, es decir algo que alguien le ha hurtado a otro.

Rufián jamás ha creado un puesto de trabajo y se levanta cada mañana alerta por si a algún cabrón se le ocurre donar parte de su fortuna. A él no le engañan, no se le escapa que si ese malnacido la dona es porque la tiene y si la tiene es porque a alguien se la ha quitado.

Rufián no soporta a Amancio Ortega, que sin embargo soporta a Rufián con sus impuestos. Porque Rufián es un destacado miembro de la casta extractiva, esa que extrae del Estado lo que empresarios como Ortega ingresan en él. Suena paradójico pero, créanme, tiene sentido. Rufián es ante todo un enemigo de la prosperidad y tiene cojones que su escritor favorito sea Cormac McCarthy. Yo creo que, si lo ha leído, no ha entendido nada.

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