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Víctor de la Serna

¿Sabrá alguien reconstruir el centro?

«La reconstrucción de un centro moderado en la política nacional se ha convertido desde el domingo pasado en una prioridad acuciante. Más acuciante de lo esperado»

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¿Sabrá alguien reconstruir el centro?

Fernando Alvarado | EFE

Causa bastante perplejidad el simbolismo al que pretendía agarrarse Pablo Casado cuando, tras una derrota devastadora en las elecciones catalanas, revelaba este martes: «Cambiaremos la sede nacional del PP de ubicación, pues no debemos seguir en esta sede, cuya reforma está siendo investigada en los tribunales». ¿Quería trasladar a sus partidarios el mensaje de que el Partido Popular rompía con su pasado, antiguos dirigentes incluidos, e iniciaba un recorrido nuevo y sin lastres? Probablemente, pero para muchos de sus oyentes la imagen de echar el candado y marcharse tiene connotaciones demasiado evidentes de liquidación por cierre. Veremos de qué lado acaba yendo el asunto, si por el que pretendía Casado o por el que quizá le llevó su subconsciente.

No se está investigando la reforma de un edificio, sino su financiación dentro de unas pesquisas más amplias en torno a la caja B del PP, y eso es lo que subyace en el declive del que fue primer partido español. Pero en el caso catalán sólo es un factor más, quizá no el más relevante, de su caída a los infiernos: lo mismo le ha sucedido a Ciudadanos, que no tiene escándalos político-financieros notorios en su historial. El mayor problema, en este caso, ha sido intransferiblemente catalán: la desesperación del votante españolista o sencillamente moderado que se siente inerme desde hace años frente a las sucesivas jugadas secesionistas se ha traducido en la abstención de la mitad del cuerpo electoral y en que una mayoría del voto no nacionalista se haya lanzado a la aventura de Vox.

C’s perdió programa y propuestas en cuanto saltó a la política nacional, porque no supo ampliar su firme discurso de los años en que sólo estuvo presente en la política catalana. Y, desde tiempos remotos del pacto del Majestic, la inacción del PP en Cataluña –sobre todo desde el día en que defenestró a Alejo Vidal Quadras- ha sido, para los no nacionalistas, desesperante. Son ya demasiados años.

En el resto de España las diferentes citas electorales de los últimos tiempos han tenido resultados desiguales, pero el castigo no ha sido comparable: con los votos, añadidos a pactos sensatos, el PP ha logrado hitos como recuperar Andalucía y la capital de España. El caso andaluz nos recuerda que, aunque de unas dimensiones infinitamente mayores que los trapicheos del PP, el gran desfalco millonario de los ERE fue un problema local del PSOE en Andalucía cuya trascendencia en el resto del país acabó siendo inferior a lo que se había urdido en la famosa sede de Génova.

En todo caso, el problema catalán parece seguir en un punto emponzoñado y amenazado de parálisis, salvo que al final ERC se avenga a pactar con los socialistas, en cuyo caso veríamos cesiones que en el resto de España sí que causarían un impacto potente, y eso que muchos españoles parecen por desgracia optar por olvidarse de Cataluña y de su secesión.

Suceda lo que suceda allá, la reconstrucción de un centro moderado en la política nacional se ha convertido desde el domingo pasado en una prioridad acuciante. Más acuciante de lo esperado. El porvenir de C’s es más que dudoso, y lo que nos ha demostrado el PP de Rajoy y de Casado –el PP desde el atentado de Madrid en 2004, para entendernos- es una falta de compromiso con las decisiones políticas más importantes y sin duda polémicas, y una abulia a la hora de gobernar que ha acabado marcándolo de manera, al parecer, indeleble.

Que la labor de reconstrucción la lidere con algún éxito Casado, cuya actuación más decidida y fulminante fue la destitución como portavoz de Cayetana Álvarez de Toledo, para muchos la mejor –y más valiente- cabeza del centro-derecha, resulta francamente una perspectiva poco convincente. Ha habido tiempo para buscar puntos de encuentro con otras fuerzas, a veces irritantes pero no descalificables: Vox es populista, pero no fascista, por lo visto hasta la fecha. Pero ha habido más insultos que conversaciones. Los espectadores seguimos ahí, escépticos y no todos junto a la barrera.

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