THE OBJECTIVE
Guillermo Garabito

Se acabó el papel

«El coronavirus no es el fin del mundo, pero sí de la forma en la que lo entendíamos hasta ahora»

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Se acabó el papel

La tarde antes del Apocalipsis estarán los presentadores y los tertulianos de siempre diciendo que el mundo va bien. Así aparece en el libro de San Juan —cito de memoria—. Y cuando pase el Apocalipsis, seguirán ahí, justificando con altivez que lo imposible era haberlo visto venir. Ni se pudo intuir, siquiera. Los expertos siempre tienen la culpa de todo…

El coronavirus[contexto id=»460724″] no es el fin del mundo, pero sí de la forma en la que lo entendíamos hasta ahora. Por eso, la semana pasada, nos servían políticos que querían ser estrellas de Hollywood. Vivir en Galapagar y viajar en Falcon, porque la versión española de una estrella de Hollywood sigue siendo un torero de los años cincuenta. Por eso Pedro Sánchez pone cara de Juan Belmonte. Y Pablo Iglesias, de maletilla oportunista que torea todo lo que se mueve, incluso la cuarentena.

El primer mundo, anteayer, era una escena de Hollywood. Una película con dramas predecibles de final blando y de una duración máxima de dos horas y media. Y el papel de presidente lo podía interpretar cualquiera que diera bien a cámara, incluso Pedro Sánchez porque le consiguió el papel su representante, Iván Redondo. Pero cuando llegó el coronavirus y el drama de las muertes va creciendo, resulta que ya no quiere usted un presidente que dé bien a cámara. Quiere un presidente ante las cámaras, hablando claro y sin papeles. Nunca me imaginé diciendo esto, pero existe un escenario –uno sólo– en el que se echa de menos a Soraya Saenz de Santamaría.

Ese verso de Gil de Biedma el de “que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde”, es hoy. Hoy y ayer y anteayer uno se da cuenta de que no nos valen actores para la vida. Ni siquiera en las tertulias. Que además de la conciencia –que ya hemos visto que escasea–, allá cada uno con su responsabilidad individual. Políticos y comunicadores, no son dogma de fe.

Ser presidente, en circunstancias normales, lo puede ser cualquiera. Morgan Freeman fue un buen presidente de los Estados Unidos de América en Deep impact. Lo mismo que Pedro Sánchez mientras el guion estaba escrito. Pero cuando se acabó el papel, que fue cuando se agotó por primera vez en el supermercado, se nos acabó el sueño americano.

Y estos aplausos que vienen ahora no son para ninguna estrella con ansias de fama, ni son los del final de la película.

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